Capítulo 10: Mencha

El día que Diana decidió presentarse para realizar la inspección del hogar, todos estaban muy alterados. Su llamada anunciándolo interrumpió los dulces sueños de Álvaro –a la una y media de la tarde— y lo llevó a comenzar el día con un gusto amargo y desesperante. Acorde a la llamada, le quedaban menos de dos horas para conseguir una celadora y salvar el hogar. Menos de dos horas para salvar su herencia de las manos de Juan Ignacio. Menos de dos horas para salvarse a sí mismo.
Los chicos estaban en una situación igual o peor que la de él. Si Soledad no se presentaba ya mismo, Álvaro iba a salir corriendo a contratar a la primer mujer que se cruce en el camino, o lo que es peor: a una de sus descerebradas incompetentes que solo servían para complacer sus deseos lujuriosos.
Después de haber pasado bastante tiempo desde el almuerzo, por la tarde, se habían reunido en la sala principal a esperar que suceda el milagro.
—¿Están seguros de que Soledad va a venir? –preguntó Lucas a Julián y Carola.
—Sí, ayer nos dijo que hoy mismo venía. No parecía estar dudando ni nada. –respondió Carola.
—Pero, ¿Cómo? ¡Si Álvaro ya le dejó muy claro que no quiere que se acerque nunca más al hogar! –señaló Mateo.
—Mateo tiene razón. Álvaro no va a perdonarla por más desesperado que esté. –agregó Coco.
—No sé, chicos. Ella sonó muy segura, quién sabe qué forma se le ocurrió, pero yo sé que hoy va a venir. –respondió Julián intentando calmar a todos, incluso a él mismo, mientras dudaba de la veracidad de sus palabras.
—Si quiere venir va a ser mejor que se apure. Diana ya debe estar por llegar. –comentó Tali.
—¿Cómo sabés? –preguntó Lucas.
—Escuché que Álvaro les decía eso a Javier y Tobías. Diana lo llamó a la una y media, le dijo que más o menos en dos horas ya estaba por acá, y ya son las cuatro menos veinte.
—¡Uh, no! ¡Estamos en el horno! –Lucas comenzaba a perder la paciencia y la esperanza.
—Tranquilizate, Lucas. Si Soledad dijo que iba a venir, es porque va a venir. –dijo Julián intentando calmar a su amigo.
Justo en ese momento, el timbre sonó.
—¡Debe ser Soledad! –gritó Mateo.
Álvaro, lo suficientemente distraído como para no haber escuchado ese último comentario de Mateo, bajó y se dirigió hacia la puerta. Dudó un segundo, inmóvil, y luego procedió a abrirla.
Una mujer alta y con mucha presencia se ubicaba parada frente a la puerta del hogar.
—¡Hola, tía! ¡Cuánto tiempo sin verte! –dijo Álvaro mientras besaba la mejilla de Diana Del Solar.
—Buenas tardes, Álvaro. Lamento no poder tener tiempo suficiente como para cumplir con mi deber familiar de preguntarte cómo estás y esas cosas que no me interesan, pero soy una mujer ocupada y tengo mucho trabajo por hacer. Hagamos la inspección rápido así puedo irme a seguir con mis labores en la empresa. –Diana parecía muy severa y fría, por no decir antipática.
Por un momento, Álvaro creía que su tía estaba haciéndole una broma, pero no. Su plan de distraerla mientras Tobías y Javier buscaban una celadora había fracasado. Diana había decidido ahorrar todo el tiempo que le sea posible. Era de esperarse.
—Eh, bueno… —respondió Álvaro un poco confundido. —¿Por qué querés empezar? ¿Querés que te muestre las instalaciones? Podés ver los uniformes de los chicos ahí mismo, lo tienen puestos.
Diana probablemente ni siquiera había notado el tema de los uniformes, de hecho, quizás tampoco haya notado que había chicos presentes. No había apartado su mirada segura y severa de la cara de Álvaro ni por un segundo.
—No es necesario, puedo recorrer las instalaciones por mí misma; pero primero me gustaría que me presentes a tu personal. ¿Dónde está la celadora? –preguntó mientras liberó a Álvaro de su mirada por primera vez, buscando a alguna mujer en el salón.
—Eh, mi celadora, bueno… —Álvaro no sabía qué hacer. Se quedó en silencio unos segundos, mirando el suelo, esperando que de alguna forma todo se solucione.
Los chicos estaban todavía peor. No querían volver al puente, por primera vez en sus vidas se sentían como formando parte de una familia. Aunque había pasado muy poco tiempo, ya sentían que el hogar era realmente el lugar al que pertenecían. No querían irse. Deseaban que todo fuese un mal sueño, y poder despertar nuevamente con un rayo de sol que entra desde la ventana, anunciando un nuevo día, con esa sensación de que todo en el mundo real es un poco más agradable, la sensación que siempre se tiene después de una terrible pesadilla.
—Te pregunté dónde está tu celadora, Álvaro. ¿No tenés celadora? ¿Qué pasa? –Diana comenzaba a levantar su tono de voz, cansándose.
—¡Sí, sí…! ¿Cómo no voy a tener celadora?
—¡Bueno, no me hagas perder más tiempo, hombre! ¿Dónde está? ¡Decime! –exclamó Diana.
—Acá eztoy, zeñor. –dijo una mujer que acababa de llegar a la puerta.
Llevaba un vestido azul floreado, gafas que agrandaban terriblemente sus ojos, y un pelo rubio rizado que le llegaba a la cintura. Tenía un acento muy particular, como del norte del país, y hablaba con z.
—Dizculpemé zeñor, había ido a comprarle a loz chicoz la merienda como uzted me ordenó. –agregó la mujer.
Hubo un segundo de silencio.
—No, está bien, no se preocupe. –respondió Álvaro. –Acá está mi celadora, estás tan apurada que no me dejaste explicarte.
—Me llamo Mencha. Un guzto. –dijo la mujer, Mencha, estrechando la mano de Diana. Esta, sorprendida por la horrible forma de hablar y vestir de la “empleada”, no quería permanecer más tiempo ante su presencia.
—Eh, sí, un gusto… bueno, Álvaro, disculpame pero me acabo de acordar que tengo una reunión importantísima; me bastó con conocer a tu celadora, demos por sentado que el resto del hogar está en condiciones, ¿Sí? Nos vemos. –Diana salió caminando rápido, casi corriendo, por el patio delantero del hogar, cerrando la puerta por detrás tan rápidamente que no dejó tiempo a Álvaro de devolverle su saludo.
Los chicos estaban muy confundidos, susurrando entre ellos, sin que Álvaro ni Mencha pudieran oírlos.
—¿Quién es esa tonta? –preguntó Mateo.
—No sé, pero acá no va a durar ni dos días. –respondió Lucas.
—Encima mentirosa y tramposa. Se ve que aprovechó la situación para quedarse con el trabajo sí o sí. –agregó Julián.
—Sí, pero no lo vamos a permitir. Vamos a portarnos peor que nunca hasta que venga Soledad. Nuestra celadora tiene que ser ella. –agregó Lucas, con su típico aire de liderazgo, dando por sentado que todos estaban de acuerdo con él.
—¿Ustedes son tarados o qué? ¿No se dan cuenta que es Soledad con una peluca, anteojos, y un vestido horrible? Esa voz es demasiado fingida, y ese acento no existe. No fue casualidad que haya llegado justo en ese momento, es obvio que lo estaba esperando. ¿Por qué no piensan un poco? –objetó Coco, insultando a los tres.
—¡Entonces Soledad dijo la verdad! ¡Esa era su gran idea para que la contraten! ¡Disfrazarse y venir justo cuando llegó Diana! –susurró Carola alegremente.
—Callate, nena. ¿Querés que la descubran y echemos a perder todo? Hablá más bajo. –exigió Tali.
De repente todo parecía esquematizado como en un cine: Álvaro y Mencha eran la pantalla donde se rodaba la película, y los chicos eran los espectadores comentando cada uno de sus movimientos y diálogos.
—Mire, Mencha, se lo agradezco mucho, no sé de donde salió, pero realmente usted no es lo que buscamos. –“lamentó” Álvaro.
—¿Por qué no es lo que buscás? Sos un prejuicioso. ¡Ni siquiera la viste trabajando! –protestó Lucas.
—¡Lucas, no te metas! Esto es entre los grandes. Vos andá con los chicos a jugar a la pelota o algo, no molestes acá. –respondió Álvaro.
—¡Nosotros nos metemos todo lo que queremos! –gritó Tali.
—¡Sí! ¡Si después de todo ella va a tener que trabajar con nosotros! ¡Así que también tenemos derecho a elegir si se queda o no! –agregó Coco.
De repente, con esas líneas como entrada, los chicos rompieron la distancia física que se había creado entre ellos y Álvaro, incorporándose y sumándose a la “escena”, dejando de ser “espectadores” y pasando a formar parte de la “película”.
—Zeñor, yo me preparé mucho, le azeguro que zoy muy capaz. –dijo Mencha (o Soledad) un poco ofendida e indefensa.
—¡Aunque sea tomale una prueba! ¡¿Qué perdés por hacer eso?! –se quejó Lucas.
—¡Bueno, está bien! ¡Pero paren de gritar! –respondió Álvaro, irónicamente gritando todavía más fuerte que todos los chicos juntos. –Mencha, venga mañana a las dos de la tarde y le tomo una prueba. Si sale todo bien está contratada, pero al primer fallo sigo con mi búsqueda. ¿Está claro?
—Zí, zeñor. No ze preocupe, no va a haber ningún error, ze lo azeguro. –respondió Mencha.
—Eso espero. Dos de la tarde puntual, ni un minuto después. Buenas tardes. –dijo Álvaro mientras le abría la puerta, casi echándola.
—Buenaz tardez, zeñor. –respondió Mencha, y se retiró.
Una vez que Mencha cerró la puerta, Álvaro volvió a hablar. —¡Y ustedes ya que se sienten tan abogados y defensores de la justicia, mañana van a quedarse encerrados todo el día para que Mencha pueda hacer la prueba! ¡Y no quiero quejas!
Por un momento pensaron en hacer justamente eso: quejarse. No, no lo valía. Un día sin poder salir del hogar no era nada comparado a tener a una cualquiera como celadora, o aún peor: a que lo cierren. Después de todo, si hacían todo esto no era tanto por Soledad, sino por el hogar al cual ya se habían acostumbrado tanto. Tenían que luchar por conservarlo, aunque todavía no tenían idea de que iban a tener que hacer sacrificios muchísimo más grandes en el futuro para lograrlo.


Ni Álvaro ni sus amigos Tobías y Javier querían una mujer tan fea y aparentemente torpe dando vueltas por el hogar todo el tiempo; por lo tanto al día siguiente, después del mediodía, Álvaro ya tenía todo preparado para recibir a Mencha: iba a encargarle un montón de tareas diversas sobre el cuidado de los chicos y sus pertenencias que incluían desde hacer las camas –que habían sido excesivamente desordenadas por ellos tres—, hasta limpiar los platos. La idea era usar cualquier fallo como excusa para no contratarla y, de paso, que alguien trabaje gratis para él por unas horas.
Los chicos también se habían preparado para la prueba de Mencha; habían acordado ayudarla secretamente en todo lo que necesite. Todos estaban de acuerdo en que Soledad tenía que ser su nueva celadora, y hacerse pasar por Mencha era la única manera de lograrlo. Al menos bajo esas circunstancias. A lo mejor, con el transcurrir del tiempo, Álvaro iba a perdonar a Soledad, y entonces no iban a ser necesarios los disfraces.
Soledad se había despertado más tarde de lo común porque quería estar más descansada para rendir mejor en su puesta a prueba como celadora. Pasó toda la mañana relajándose con música tranquila y un baño de espumas. Después de almorzar se sentó en el descuidado escritorio de su pensión, sacó una lapicera y un papel, y le escribió una carta a Mentiritas:
“Ezequiel:
Perdoname que casi no te haya podido escribir en estos días, estuve muy ocupada con unos trámites. Tengo buenas noticias para vos: ahora en un rato voy a ir una entrevista de trabajo, tiene algo que ver con lo que vine a hacer acá. Si me aceptan y consigo el puesto, significa que va a faltar todavía menos para que pueda volver allá con ustedes. Los extraño mucho-muchísimo-mucho.
Portate bien y no hagas renegar a Clarita. Te quiero mucho y acordate de no decir mentiritas.
Un beso enorme, Soledad.”
Aunque corta, le tomó mucho tiempo pensar bien las palabras adecuadas para escribirle una carta a un chico de seis años, principalmente por el hecho de querer contarle sobre el motivo de su viaje a Mar del Plata y su interés en el hogar.
Tan pronto como la terminó miró su reloj: eran las 13:55. En tan solo cinco minutos tenía que estar presentándose en el hogar como Mencha.
—¡¿Las dos menos cinco?!–gritó para sí misma mientras escribía la dirección y el remitente en un sobre, y metía la carta dentro del mismo mientras se ponía el disfraz de Mencha –el cual estaba compuesto por una peluca, unos anteojos, y una ropa ridícula—.
Salió corriendo para el hogar, dejando la carta en el primer buzón que cruzó en el trayecto de su carrera a Arboleda 301. Una vez allí, agotada y casi sin aliento, parada en el patio delantero frente a la puerta, volvió a mirar el reloj: eran las 13:59. Decidió tomarse unos segundos para recuperar el aliento y luego tocó el timbre.
La gran puerta de madera se abrió y Álvaro la recibió con una sonrisa un poco malvada, haciéndola pasar a la sala principal.
—Buenas tardes, Mencha. ¡Muy bien la puntualidad! La estábamos esperando. –le dijo reprimiendo una pequeña risa.
—Buenaz tardez, zeñor Álvaro. ¿Cómo le va?
—Muy bien, Mencha; todo en orden. Bueno, en realidad en orden no, por eso mismo está usted acá… —insinuó.
—¿Cómo, zeñor? No entendí. ¿Yo no eztaba acá para que me tome una prueba como zeladora?
—Sí, señorita Mencha. Usted está acá para que la pruebe como celadora, por eso mismo. –respondió Álvaro dejándola todavía más confundida que antes. Soledad no entendía nada.
Hubo un silencio.
—Mencha, no me diga que usted creía que ser celadora iba a ser solamente mirar y retar a los chicos cuando se porten mal. Una celadora también tiene que saber hacer las tareas típicas de la casa: barrer, ordenar, limpiar, planchar… ¿No sabía?
—Zí zeñor, por zupuesto que zabía. No tengo ningún problema en hazer nada de todo ezo. Dezde chiquita yo eztoy acoztumbrada a hazer ezaz cozaz. –La voz que Soledad le había inventado a Mencha era muy convincente, no haría sospechar a nadie. Daba la sensación de que era una mujer torpe y buenuda. Por supuesto que Soledad de eso no tenía nada.
Mientras Mencha terminaba de pronunciar esas palabras, Tobías y Javier, los mejores amigos de Álvaro, estaban bajando por la escalera a la sala principal. Ambos la saludaron con un gran desinterés que no se molestaron en disimular.
—Bueno, Mencha, escúcheme. Nosotros ahora nos vamos a ir, volvemos en una hora más o menos, le hice una lista con todas las tareas que tiene que hacer. Cuando volvamos, tiene que estar todo hecho, ¿Está claro? Cualquier cosa me llama a mi celular, el número está anotado con las tareas. Acá tiene la lista. –le explicó Álvaro y luego sacó de su bolsillo una lista larga de tareas. Llegaba hasta el suelo y tenía varias palabras escritas en tamaño grande con un marcador negro.
—¡¿Todo ezto, zeñor?! ¿N-no… no l-le pareze mucho? –preguntó Mencha sorprendida y tartamudenado.
—No, me parece perfecto. Estos chicos necesitan mucho cuidado y yo me tengo que asegurar de que usted pueda dárselo.
—Pero, zeñor…
—Pero nada, Mencha. –la interrumpió Álvaro— En más o menos una hora volvemos y tiene que estar todo esto hecho, cualquiera cosa me llama a mi celular. Buena suerte. –y salió junto a Tobías y Javier, cerrando la puerta por detrás suyo.
—Uh, ¿Y ahora que voy a hacer? No llego a hacer todo esto en una hora ni que tuviese cuatro manos –se dijo a sí misma Soledad, mientras al mismo tiempo se sentía aliviada de no tener que fingir más la voz de Mencha.
—Cuatro no, pero a lo mejor algunas más sí. –dijo una voz desde un punto de vista algo distante. Era Lucas, bajando por la escalera. Detrás suyo lo seguían Mateo, Coco, y Tali.
—¿Qué hacen ustedes acá? ¿Estaban escuchando? –preguntó Soledad.
—Sí, escuchamos todo, y nos parece re injusto. –respondió Lucas.
—No vamos a dejar que ese cogotudo busque una excusa para no dejarte trabajar. –agregó Tali.
—¿Cómo? –preguntó Soledad.
—Vamos a ayudarte a hacer todo lo que dice esa lista, todos juntos podemos terminarlo antes de que vuelvan Álvaro con Tobías y Javier. –respondió Coco.
—Sí, y eso que a nosotros no nos gusta ordenar ni limpiar, pero bueno… ¡Lo hacemos por vos, Sole! ¡Porque sos re buena con nosotros! Desde que te conocimos, siempre nos ayudaste en todo. –agregó Mateo.
—¡Muchas gracias, chicos! ¡No saben lo que significa esto para mí! –dijo Soledad mientras había un abrazo grupal de todos los presentes. –Pero…— dijo notando algo raro— ¿Dónde están Julián y Carola?
—No sabemos… se fueron. –respondió Lucas.
—¿Álvaro sabe? –preguntó Soledad.
—No, medio como que… se escaparon. –respondió Lucas con una sonrisa nerviosa.
—¿Qué? ¿Cómo que se escaparon? ¡Tienen que volver rápido! Si Álvaro vuelve y faltan dos chicos, no me va a contratar por más que haga el mejor trabajo del mundo. –Soledad se había alterado. Dejó muchísimas cosas para conseguir entrar al hogar, y no podía permitir que una travesura infantil se lo impida ahora.
—Bueno, calmate. Hagamos esto: ustedes se quedan acá haciendo lo de la lista, y yo me voy a buscarlos. En menos de una hora vuelvo con ellos y acá no pasó nada. –propuso Lucas.
—¿Harías eso? Muchas gracias, Lucas. Por favor encontralos, es muy importante. –dijo Soledad.
—No te preocupes, ustedes ocúpense de trabajar rápido para que el cogotudo no tenga nada para quejarse. –dijo Lucas mientras corría a la puerta y salía por ella, cerrándola por detrás.
En realidad él ya sabía a dónde habían ido Julián y Carola, solo esperaba que no sea demasiado tarde y todavía puedan regresar en menos de una hora


Julián y Carola habían tocado ya varias veces el timbre de la casa de Juana Velasco, pero nadie los había atendido.
—Ya está, Julián. No importa, parece que no hay nadie. Volvamos otro día. –dijo Carola algo nerviosa.
—Ya llegamos hasta acá, no podemos perder más tiempo. –respondió Julián.
—Pero tenemos que volver antes que llegue Mencha al hogar, Julián. Si Álvaro sabe que salimos sin su permiso, se va a enojar y no la va a querer contratar.
Julián sacó un invisible de su bolsillo y lo metió en la cerradura de la puerta.
—¿Qué hacés? ¡¿Estás loco?! –dijo Carola casi gritando, pero al mismo tiempo intentando bajar la voz para que nadie vea lo que Julián estaba haciendo.
—Me lo enseñó Lucas. Es solo para casos de emergencia como estos. –dijo Julián intentando impresionar a Carola, pero al mismo tiempo reprimiendo sus nervios. A él también le asustaba el hecho de que alguien lo descubra.
—¡No podemos entrar a una casa que no es nuestra!
—¿Mirá si le pasó algo a Juana? ¿No te acordás lo que nos dijo en el laberinto? Está bajo amenaza, y encima nos quiso ayudar. Se lo debemos, ¿No te parece? –razonó Julián mientras intentaba abrir la puerta.
—¿Y mirá si se fue a comprar algo y cuando vuelve nos ve? Ahí sí que no va a volver a ayudarnos nunca. Se va a enojar mucho con nosotros.
La puerta finalmente abrió. –No tenemos tiempo para pensar, entremos antes de que nos vean. –dijo Julián y tomó de la mano a Carola. En solo dos segundos la había forzado a entrar y había cerrado la puerta.
Estaban en un cuarto muy oscuro y de pocas dimensiones. Ellos dos estaban tomándose de la mano. Se miraron a los ojos, muy de cerca, por la poca luz que entraba desde la puerta que llevaba a la otra habitación.
—Bueno, vamos rápido a hacer lo que tengamos que hacer y volvamos al hogar. –dijo Carola soltándose y pasando, junto con Julián, por la puerta.
Cruzaron hacia un cuarto con una gran ventana que daba a la calle. Estaba bastante bien cuidado, pero no había muebles. Habían muchas cajas en el suelo, llenas de revistas y libros.
—¿Qué pasó acá? –preguntó Julián.
—Creo que Juana se mudó. Ya está Julián, volvamos. No le gustaba el barrio y se fue a otro, esa es la respuesta que buscábamos.
—Si se fue debe haber sido por miedo. Y si fue por miedo es porque alguien la estaba amenazando, seguro. –dijo Julián mientras se agachaba a revisar las cajas.
—¿Qué hacés, Julián?
—Busco pistas. Tenemos que averiguar por qué se mudó Juana. La gente no cambia de casa solamente porque sí.
—Basta, no quiero estar más acá. Es peligroso, Julián; volvamos. Por favor. –Carola estaba totalmente asustada.
—Bueno, está bien. –dijo Julián sin dejar de buscar. – Vos andá si querés, pero yo me tengo que quedar buscando. Tengo miedo yo también, pero si llegué tan lejos no me quiero ir sin una respuesta. Si en el hogar te preguntan algo, decí que me fui a pasear o inventá lo que quieras.
—Bueno… perdón por dejarte. Chau… —se disculpó Carola con falsa tristeza y se dirigió a la puerta de entrada que quedaba en el cuarto oscuro. Intentó abrirla y… nada. La puerta no se abrió. Corrió desesperada de vuelta con Julián.
—¡Julián! ¡Julián! ¡Nos quedamos encerrados! –le gritó desesperada.
—¡¿Cómo que encerrados?! No puede ser, dejame ver a mí… —respondió Julián intentando calmarla e intentó abrir la puerta él también, con el invisible, pero había algo bloqueando la cerradura.
—Nos encerraron… —concluyó Julián. Mirándose, ambos pudieron coincidir en que estaban igual de desesperados. Alguien los había visto entrar y había puesto algo en la cerradura para no dejarlos salir.
—Bueno… por lo menos aprovechemos para terminar de buscar antes de que nos pase algo peor. Después vemos cómo salir. –propuso Carola intentando ponerle algo de seguridad a la situación.
—Sí, tenés razón… —accedió Julián y ambos volvieron al cuarto de las cajas a buscar entre los diarios, revistas, y libros.
Después de algunos minutos de tensa búsqueda, finalmente encontraron algo.
—¡Mirá! –dijo Carola sacando un sobre que decía en el margen superior “Chicos del hogar: si llegaron hasta acá lean esto” —¡Es una carta para nosotros! ¡Juana sabía que íbamos a venir y nos quiso ayudar!
—¡Buenísimo! ¡Sos una ídola, Caro! ¡Vamos a leerla! –respondió Julián poniéndose junto a ella para leer mientras abría el sobre.
Justo cuando estaban sacando el papel, antes de que pudieran leer una sola palabra de su contenido, una voz autoritaria los interrumpió.
—¡¿Qué están haciendo ustedes acá?! –gritó el hombre parado en la puerta del cuarto. Era un policía alto y corpulento, a su lado lo acompañaba otro un poco más flaco, pero con la misma cara de pocos amigos.
Los corazones de Julián y Carola se aceleraron terriblemente.
—¡Nosotros no hicimos nada! –gritó él intentando excusarse.
Antes de dejarlos decir algo más, los policías agarraron a los dos chicos y se los llevaron violentamente a la comisaría mientras se escuchaban sus quejidos y protestas en el camino. Por desgracia para Carola, tembló tanto en el momento del forcejeo policial, que dejó caer la carta en el cuarto.
Apenas se los llevaron a la comisaría, otra persona entró a la casa de Juana Velasco y tomó el sobre, arrojándolo en la chimenea de la sala de estar y convirtiéndolo en cenizas. Esta persona era la misma que los había dejado encerrados y llamado a la policía. ¿Quién podría llegar a ser? ¿Sebastián, el vecino, haciéndoles una broma? ¿Alguien relacionado con el laberinto, como había insinuado Juana Velasco? Lo que sí estaba claro era que esa persona, sea quien sea, estaba siguiendo sus pasos muy de cerca. Quizás más de lo que ellos podrían haber llegado a creer.

1 comentario:

  1. otro capitulo excelentemente narrado, en verdad te felicito, me encanta como describes la historia y la manera en q se va desarrollando
    espero subas pronto el siguiente capitulo porque muero de curiosidad por saber que pasara con Julian y Carola

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¿Qué es "Buscá la luz"?


"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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