Capítulo 15: Mentiritas

La sala principal había sido testigo de muchas cosas antes, pero esta era probablemente la primera vez que se interrogaba a un intruso en el hogar; aunque claro que este intruso conocía esa sala mucho mejor que los interrogadores, y también desde mucho tiempo antes.
El vagabundo estaba frente a la escalera, justo en el centro de la sala común, atado fuertemente con una soga a una silla que Tobías había traído del comedor. En frente suyo estaba Álvaro dedicándole su mirada más amenazadora, junto a Tobías y Javier que se sentían un poco desconcertados y cansados por haber tenido que atrapar y atar a un hombre tan grande; y por allá atrás estaban Mentiritas y Mateo esperando que nadie recuerde su presencia ni los eche, para poder estar al tanto de todos los detalles sobre el asunto.
—¡¿Quién te creés que sos, flaco?! ¡¿Cómo vas a estar escondiéndote acá en mi casa?! –le gritaba Álvaro, furioso.
Antes de que pudiera responder, una voz femenina lo interrumpió —¿Qué paza, zeñor? ¿Por qué ezte griterío? –Mencha acababa de llegar. Caminó junto a Álvaro y observó al hombre atado en la silla.
—Este tipo, Mencha. Lo acaban de atrapar Javier y Tobías, parece que estaba asustando a los chicos.
—Ya le dije, señor, —le respondió el vagabundo, como disculpándose e intentando dar lástima— yo no asusté a nadie; lo que pasa es que yo estaba ocupando la casa antes de que vengan ustedes y no me quedó otra que esconderme, no era mi intención molestarlos. Discúlpeme, señor.
—Sí, claro; y eso le da derecho a usar una vivienda que no le pertenece, ¿No? –preguntó Álvaro sarcásticamente.
—No, por supuesto que no, no lo justifico; pero usted no me entiende, no sabe lo que es pasar una noche en la calle.
—¿Ahora encima me va a venir a decir que es lo que sé y lo que no sé? ¿Quién te pensás que sos, flaco?
—No, mire… no pretendo juzgarlo de ninguna manera, solo le pido que tenga piedad. Se lo ruego, no ponga cargos en mi contra. No soy un mal tipo, se lo aseguro.
Álvaro abrió la boca para decir algo, pero nuevamente Mencha se le adelantó. —¿Uzted cómo ze llama? ¿De dónde zalió?— le preguntó al vagabundo.
—Me llamo Pedro, soy desempleado y estoy en situación de calle desde hace unos años. Intento recuperarme, pero el sistema excluyente que rige este país no me lo permite; y convengamos que la crisis que estamos pasando no ayuda tampoco.
—¿Y este muñeco? –Mentiritas abrió la boca por primera vez desde que atraparon a Pedro. Hacía referencia al payaso que le había robado hace unos minutos con Mateo, el cual llevaba ahora en sus manos.
—Ese muñeco es mi amigo imaginario. –respondió Pedro, mirando el suelo.
—Bue, lo único que faltaba… —comentó Álvaro despectivamente.
—¿Por qué amigo imaginario? ¿No tenés amigos de verdad? –preguntó esta vez Mateo.
—No. Antes de que vinieran ustedes tenía un gato, pero como podían descubrirlo lo liberé.
—No es para menos. –comentó nuevamente Álvaro, todavía más despectivo.
—¿Y de dónde zacó eze muñeco? Zi uzted no tiene plata para vivir, por ezo eztaba ezcondido acá, ¿No?
—Lo hice yo, encontré las maderas y las telas, lo único que tuve que hacer fue armarlo y pintarlo. Soy carpintero.
—¿Carpintero, zeñor? ¿Y por qué no trabaja de ezo?
Pedro soltó una pequeña risita triste —¿Quién va a querer contratarme? A un hombre de la calle… solamente por vestirme mal piensan que voy a robarles. La sociedad no me quiere aceptar, por eso no me quedó otra alternativa más que esconderme acá.
—Muy linda historia, —le dijo Álvaro con un tono irónico— pero usted se metió en una casa ajena sin permiso, y de no ser por estos dos chicos todavía seguiría escondido.
—Bueno, Álvaro; pará un poco. ¿No ves que es un hombre con necesidad? –le susurró Tobías.
—¿Qué? ¿Ahora te vas a poner de su lado?
—Tobíaz tiene razón, zeñor. Yo creo que hay que darle una oportunidad, el zeñor no robó ni rompió nada, ze comportó muy bien; ezo tenemoz que admitirlo.
—¿Usted también, Mencha? ¡Pero a este tipo no lo conocemos! ¡Puede ser un delincuente!
—Zi fuera un delincuente ya hubiera robado algo, zeñor; piénzelo. Yo no me equivoqué, le pedí que deje quedarze a Mentiritaz, digo, a Ezequiel, y zi no fuera por él uzted no habría dezcubierto a ezte hombre. Por favor.
Álvaro se quedó en silencio unos segundos, mirando a Pedro. –Bueno, está bien… —dijo de mala gana— quédese hoy acá, déjeme pensarlo el resto del día, y a la noche le digo qué va a pasar con usted.

Un poco más tarde, todos los chicos habían decidido reunirse en el cuarto de los varones para disculparse con Mateo. Se habían burlado de él, y resultó ser que estaba diciendo la verdad.
—Perdoname, Matu. Al final vos tenías razón. –le dijo Lucas.
—Sí, somos unos tarados. Tendríamos que haberte creído. –agregó Julián, mientras arrugaba tímidamente la corbata de su uniforme.
—Sí, yo pienso lo mismo. Disculpame. –se sumó Coco.
—¿Vos no tenés nada para decirme, Tali? –preguntó Mateo, disfrutando el momento.
—Argh… bueno, está bien… supongo que no te voy a convertir en sapo nunca. No te lo merecés. –respondió Tali sin mirarlo, con los brazos cruzados y el peso sobre una de sus piernas.
—Quién sabe, capaz hasta nos salvaste de un peligro muy grande, y nosotros lo único que hacíamos era burlarnos de vos. Tendríamos que haberte escuchado. –se disculpó también Carola.
—Tendrían que aprender de Mentiritas, él apenas me conoce y me creyó. –se quejó Mateo mientras apoyaba su mano sobre el hombro de su nuevo amigo.
—Sí, y me tendrían que creer lo de la nena fantasma. Mateo me creyó. –agregó Mentiritas.
—Bueno, pero eso es diferente. A vos casi no te conocemos, y si te dicen Mentiritas por algo será. –objetó Lucas.
Siguieron debatiendo sobre si creerle o no. La mayoría de los argumentos eran en su contra, la simple idea de que haya una nena fantasma en una casa en la que llevaban viviendo hace tantas semanas era imposible, pues ya deberían haberla visto. El único que parecía dudar un poco de que Mentiritas estuviese mintiendo, era Coco (además de Mateo, quien le creía firmemente). Mientras seguían hablando del tema, Julián tomó de la mano a Carola y la llevó hacia la cama de Lucas, separándose un poco de las discusiones de los otros. Tali notó lo sucedido y decidió observarlos disimuladamente.
—¿Qué te parece si hoy salimos a caminar por el centro? –propuso Julián.
—¿Ahora? Pero… ir al centro con estos uniformes no debe ser muy lindo que digamos. Tengo que buscar ropa para ponerme, arreglarme…
—Bueno, ahora no. Más tarde… justo a tiempo para ver el atardecer juntos en la playa, vos y yo solos. ¿Te parece? –insistió Julián.
Tali, que había escuchado la propuesta de Julián, le hizo señas exageradas con los brazos a Carola para que le diga que no. Esta la miró sin comprender.
—¿Qué? ¿Qué pasa?– le preguntó Julián, se volteó y atrapó in fraganti a Tali. —¿Te pasa algo, Tali?— le preguntó entonces.
—No, nada. Estaba ahuyentando a un mosquito que me molestaba, solamente eso.
—¿Un mosquito? Yo no veo ninguno. ¿Estás segura? –le preguntó Julián.
—Lo que pasa es que está tan cerca tuyo que seguro ni te diste cuenta. Ahora mismo está sobre vos, dejame ayudarte. —Entonces Tali se acercó y golpeó el cuello de Julián con la palma de su mano. –Listo, problema resuelto.
—¡¿Qué hacés, tarada?! ¡Me dolió! –se quejó Julián.
—¡Ay, bueno! ¡Encima que te ayudo me decís tarada! ¡Sos un sinvergüenza! –dijo finalmente Tali y se retiró, fingiendo estar ofendida.
—Bueno… ¿En qué estábamos? –dijo Julián intentando retomar el hilo de la conversación.
—En que sí. –le respondió Carola.
—¿Que sí qué?
—Que sí, quiero salir con vos esta tarde.


—Dale, Ezequiel. No es tuyo y no podés quedártelo. Tenés que devolvérselo a Pedro.
Soledad y Mentiritas estaban en el cuarto donde se escondía Pedro. Esta le estaba diciendo a Mentiritas que debía devolver el payaso de juguete a Pedro, ya que Mentiritas tenía intenciones de quedárselo; pero no solo era malo en sí robar, sino que además ese payaso era la única compañía que Pedro iba a tener en caso de tener que irse del hogar.
—Pero Pedro me lo regaló, Sole. Él me dijo que le hacía acordar a un hijo que él había tenido, así que decidió que era mejor que yo me quedara con el payaso, y no él. ¿Entendés?
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo, Ezequiel? No digas más mentiritas ¡Sino te va a crecer la nariz como a pinocho!
—Pero no son mentiritas, Sole. Es la verdad, si no me creés preguntale a Pedro. –Estaba claro para ambos que eso sí era una mentira, pero Ezequiel quería ganar algo de tiempo para pensar cómo convencer a Pedro de que lo deje quedarse con su payaso.
—Mirá, vos te quedás acá, yo ahora voy a traer a Pedro para que le devuelvas su payaso en la mano como corresponde. ¡Más te vale que no sea otra mentirita tuya, Eze! –lo amenazó Soledad y salió por la puerta, dejándolo solo.
Mentiritas apoyó el payaso sobre la silla en la que lo había encontrado y se dispuso a inspeccionar el cuarto. En el armario solo había varias herramientas de carpintería, trozos de madera, y varias latas de comida para gatos; Mentiritas dedujo que la comida era para el gato que Pedro había perdido hace varios años ya. Entonces se dirigió a la puerta por donde había salido Pedro hace unas horas, pero antes de que pudiera siquiera tocar el picaporte, algo lo detuvo: escuchó una voz muy dulce y pacífica. —¿Estás ahí, Pedro?— dijo la voz.
Mentiritas se detuvo por un segundo, pero entonces oyó la voz nuevamente.
—¿Pedro? ¿Me escuchás, Pedro?
Siguiendo el sonido pudo detectar exactamente de dónde salía: de la nariz del payaso.
—¿Sos un muñeco que habla?— le preguntó Mentiritas.
El muñeco no respondió.
—¿Hola? ¿Payaso? No tengas miedo, respondeme. –insistió.
—Hola. –respondió después de varios segundos el muñeco.
—Hola, me llamo Ezequiel, pero me dicen Mentiritas. ¿Y vos?
—Yo soy Laura, la nena fantasma.
Entonces sucedió algo extraño. Por varios segundos, Mentiritas parecía muerto en vida. No hizo un solo movimiento muscular, y no pudo ver ni escuchar nada. Estaba muerto de miedo.
—¿Mentiritas? ¿Seguís ahí? –insistió Laura.
—¿V-vos t-te lla-llamás L-Laura? P-pero s-sos un p-payaso… ¿Cómo p-podés s-ser fan-fantasma también? –le preguntó mientras intentaba recuperarse de su parálisis, tartamudeando y con la voz temblorosa.
—No soy un payaso, vos me escuchás de ahí porque es donde está el micrófono.
Y evidentemente tenía razón, Mentiritas le sacó la cabeza al payaso y descubrió un micrófono con un pequeño parlante oculto en el muñeco. Luego puso la cabeza de vuelta en su lugar. Eso lo calmó un poco.
—Y-ya lo vi… ¿D-dónde estás, nena f-fantasma?
—Estoy en un cuarto al lado del que estás vos. ¿Ves esa puerta? Bueno, si pasás por ahí me vas a ver sentada en mi silla. Pero no pases, no podés verme. Ni siquiera tendría que estar hablándote ahora, pero me siento muy solita.
Mentiritas ya no estaba tan asustado, se había conmovido un poco por los sentimientos de Laura y la voz ya casi no le temblaba. Se decidió y volvió a intentar abrir la puerta, pero ésta seguía cerrada, aparentemente con llave.
—¿Me abrís la puerta? Así paso y no estás tan sola. Yo te puedo acompañar un rato si querés.
—Gracias, pero no puedo. Pedro la cerró porque no me deja ver a nadie, dice que es peligroso.
—¿Peligroso por qué? Yo no te voy a hacer nada, soy re bueno. –se defendió Mentiritas.
—Te creo, pero Pedro no quiere. Dice que allá afuera la gente es mala, y que no puedo dejar que me vean porque me tengo que cuidar de la señora de los gatos.
—¿De la señora de los gatos? ¿Y quién es esa?
—Es una señora muy mala que me quiere hacer daño. Yo no era el único fantasma que vivía en esta casa, ¿Sabías? Pero un día vino esta señora y se fueron todos, solamente quedé yo porque Pedro me ayudó a esconderme, por eso para mí es como si fuera mi papá.
—¿No tenés papás de verdad? –preguntó Mentiritas, curioso.
—No sé, nunca los conocí.
—Yo tampoco tengo, pero siempre me cuidaron Sole y Clarita que son re buenas. Si salís de ese lugar te puedo presentar a Soledad y te va a caer re bien.
—Perdón, Mentiritas, pero no puedo.
—¡Dale, nena fantasma! ¡Por favor! –insistió Mentiritas. Iba a decir algo más, pero lo interrumpieron.
—¿Con quién hablás? –dijo una voz ronca por detrás suyo. Pedro estaba parado en la puerta, observándolo con la mirada un poco alterada, como si acabaran de descubrir un cadáver que tenía escondido.
—Con nadie. –se apresuró a contestar Mentiritas.
—No me mientas, ¡Te escuché hablando con alguien! –Pedro se estaba acercando con un gesto amenazador.
—Estaba… estaba hablando con el payaso.
—¡¿Qué?! ¡¿El payaso te habló?! –Pedro perdió el control de sí mismo, tomó a Mentiritas agresivamente con un brazo y comenzó a sacudirlo. —¡Contestame! ¡¿El payaso te dijo algo?!
A Mentiritas se le humedecieron los ojos del miedo y la voz volvió a temblarle —¡No! ¡Los payasos no hablan! –dijo en un fracasado intento por parecer despreocupado.
—¡Mentiroso! ¡Te escuché que decías “nena fantasma”! ¡Decime todo lo que te dijo el payaso!— Pedro lo sacudió más violentamente todavía. Mentiritas no resistió más y rompió en llanto. —¡No me dijo nada! ¡Suélteme, por favor! –le rogó entre lágrimas.
—¡Soltalo, Pedro! –ordenó el muñeco.
Pedro dudó un segundo, pero luego lo soltó. Un poco más calmado, pero mucho más asustado, avanzó hacia el muñeco, dejando a Mentiritas en un silencioso mar de lágrimas.
—Laura… ¿Por qué? –dijo Pedro, agachándose frente al muñeco, contemplándolo con una mirada muy herida en los ojos.
—Es mi nuevo amigo, no le hagas nada. –dijo firmemente Laura.
—Sabés muy bien que no podés tener amigos, Laura… ¡No puedo permitir que este mocoso sepa de vos!
—Solamente le hablé porque estaba cansada de estar sola. No le hagas nada y te prometo que no le voy a hablar más. –propuso Laura.
Pedro asintió con la cabeza, a pesar de que Laura no podía verlo. Se puso de pie nuevamente, y tomó por un hombro a Mentiritas que ya estaba un poco más calmado. Lo llevó al cuarto contiguo lleno de libros que separaba el pasillo del cuarto de Pedro. Entonces lo tomó firmemente por los dos hombros, se agachó, y recuperando el tono amenazador le dijo—: No vuelvas a acercarte nunca más acá. Laura no es una chica normal, es un fantasma.
Mentiritas no respondió, estaba muy ocupado mirando la suela de sus zapatillas.
—Es muy peligroso. Si la señora de los gatos te llega a ver tratando de hablarle, te va a matar. A vos y a esa Mencha que es tan amiga tuya.
—¡La señora de los gatos no existe! –gritó Mentiritas, como si hubiese estado esperando hace mucho tiempo para decir eso.
—Mirá, mocoso. ¿Sabes qué pasó en esta casa antes de que vengan todos ustedes a vivir acá? Laura vivía sola, yo vine y la rescaté de la mujer de los gatos. Un día un nene de tu misma edad se hizo amigo de Laura, pero un día ella se aburrió de él y lo convirtió en piedra, ¡Así que tené mucho cuidado si no querés terminar como ese nene! ¡¿Me oíste?! ¡Más te vale que no le digas a nadie lo que pasó acá, ni le vuelvas a hablar a Laura!
—¡No te creo nada!— gritó Mentiritas con todas sus fuerzas, le pisó muy fuerte el pie a Pedro, y aprovechando el momento de debilidad, huyó.


—No puedo creer que le hayas dicho que sí al nabo de Julián.
Tali estaba aconsejando a Carola sobre qué ropa usar en la salida que ésta iba a hacer con Julián en tan solo unos minutos. Aprovechó la ocasión para intentar convencerla de que cancele el evento, pero sus intentos no parecían dar buenos resultados.
—Pobre, no le digas eso; Julián es re dulce. Además todavía estoy un poco en deuda con él, por la manera en que lo traté con lo del concurso de baile. –Carola todavía se sentía muy culpable por cómo había despreciado a Julián ese día. Lo había tratado de una forma muy grosera y sentía que esta salida era la manera perfecta de compensárselo.
—¡Ay, Carola! ¡Eso ya fue! Además él se lo merecía, es un tarado. No te conviene, no me gusta para vos.
—¿Qué? ¿Estás celosa? –le preguntó Carola a Tali, mostrando su mejor sonrisa.
—No es por eso, es porque vos sos una chica re buena e inteligente, y él es un torpe sin personalidad.
—Bueno, basta Tali; voy a salir con él hoy, quieras o no. Y espero que empiecen a llevarse bien, porque no sé lo que pueda llegar a pasar. A lo mejor se me declara y volvemos al hogar siendo novios.
—¿Qué? ¿A vos te gusta ese? –preguntó Tali con un tono de sorpresa, aunque no estaba tan sorprendida ya que presentía que había algo entre ellos dos hacía tiempo ya.
—No sé, puede ser… es lindo, ¿No te parece?
De repente a Tali se le ocurrió una brillante idea, y tuvo un cambio repentino de comportamiento.
—Sí, tenés razón. Si a vos te gusta, eso es lo único que importa. Ojalá les vaya bien hoy. –su cambio brusco se evidenciaba en el nuevo tono de voz que empleaba.
—¿En serio? –preguntó Carola mientras le dedicaba una mirada escéptica a su amiga.
—Obvio que sí, Caro. Harían una pareja re linda y todo.
Carola se acercó a Tali, que estaba sentada en una de las camas que no se usaban, y le puso la mano en la frente. —¿Te sentís bien, Tali? ¿Tenés fiebre? ¿Te duele la cabeza?— le preguntó.
—Estoy perfectamente bien. –respondió dulcemente Tali, mientras sacaba cuidadosamente la mano de Carola de su frente. –Es más, —agregó mientras iba a los estantes y sacaba algo de uno de los cajones— te voy a prestar el vestido mío que tanto te gusta.
—¡Gracias, Tali! ¡Sos la mejor amiga que puedo tener! –le dijo Carola mientras miraba el vestido azul oscuro que Tali le ofrecía y se abrazaban.
—Bueno, me voy al baño un segundito y te ayudo a peinarte. Te dejo algo de música para que no te vuelvas loca de los nervios, que te conozco. –agregó Tali mientras encendía el reproductor de música (del cual sonaba la música de Agustín Almeyda), y luego salió del cuarto. –Me tiene que salir sí o sí… me tiene que salir sí o sí… —se murmuró a sí misma en el pasillo, de frente a la puerta cerrada del cuarto que compartía con Carola.
Entrecerró los ojos mirando con mucha atención la puerta, apuntó con sus manos hacia la misma, y exclamó firmemente “¡Clausianere Prope!”. No pasó nada, y justo en ese momento se acercaba Julián, vestido con una camisa blanca y una corbata roja.
—Hola, Tali ¿Te gusta como estoy vestido? –le preguntó girando sobre sí mismo. Tali lo miró más sorprendida que otra cosa, sin responder. —¿Está lista Carola?— le preguntó Julián entonces.
—Todavía no, le falta peinarse. –respondió Tali, todavía un poco sorprendida por la extraña manera que Julián tenía de enseñar su ropa.
—Bueno, voy a pasar a ayudarla. –dijo Julián y entonces caminó con la mano preparada para tomar el picaporte.
—¡NO!— se apresuró a decir Tali y le sostuvo el brazo. —¿Estás loco? ¿Cómo vas a hacer eso? ¡Si la ves antes de peinarse le va a agarrar un trauma y no va a querer salir a ningún lado! ¡Yo sé lo que te digo, las chicas somos así!
—No jodas, Tali. Carola no obedece tus reglas estúpidas sobre las mujeres, ella es una chica más relajada. –entonces finalmente Julián giró el picaporte y la puerta comenzó a abrirse.
Tali, desesperada, exclamó silenciosamente una vez más “¡Clausianere Prope!”. Esta vez, sus palabras sí tuvieron efecto. Si bien no salió disparado de sus manos ningún rayo ni nada que se le parezca, la puerta entreabierta se cerró de golpe.
—¿Qué pasó? ¡¿Qué hiciste?! –le dijo Julián a Tali, acusándola.
—¡A mí no me mires! ¡Yo estuve atrás tuyo, no hice nada!
—¡La puerta no abre! –dijo Julián mientras usaba toda su fuerza para intentar abrirla, pero era en vano: estaba sellada.
—Qué lástima, va a tener que venir un cerrajero a arreglarla. Supongo que esta noche voy a dormir en el cuarto de ustedes. –dijo Tali finalmente mientras se iba victoriosa, soltando una pequeña risa que no pudo contener.

Justo en ese momento, Álvaro salía de una reunión muy extensa con una mujer. No, no habían tenido un encuentro lujurioso: se trataba de Mencha; ésta le había dado varios motivos por los cuales creía que Pedro era una buena persona y no merecía que le pase nada malo. Finalmente Álvaro decidió hablar con él para comunicarle la decisión que tomó. Pedro estaba esperándolo en el comedor, y Álvaro entró justo a tiempo para verlo cómo tomaba en sus manos una manzana de la cesta de fruta. Éste, asustado, la volvió a dejar en su lugar.
—Agárrela si quiere, no hay problema. –le dijo Álvaro en un tono comprensivo.
—Gracias— le respondió Pedro, y le dio una gran mordida a la manzana. En menos de treinta segundos la comió por completo, incluyendo el carozo. Álvaro no sabía si el hombre tenía demasiada hambre, o era un poco salvaje. Quizás ambas.
Dio la orden y ambos se sentaron en las sillas del comedor. –Bueno… —comenzó a decir Álvaro. Usaba un tono de voz muy blando, lo cual no era usual en él. –estuve pensándolo, y tomé una decisión. Es comprensible que habiendo estado viviendo usted desde hacía muchos años antes que nosotros, haya querido conservar su lugar; quizás yo haya hecho lo mismo, pero sigue sin estar bien. Incluso en su caso, que no tiene otro lugar para ir.
Pedro asintió tímidamente con la cabeza.
—De todos modos, usted no se puede quedar acá. Me va a tener que disculpar, pero yo a usted no lo conozco y los chicos son mi responsabilidad.
—Por favor, señor; se lo suplico. Yo no tengo otro lugar para vivir, y en todo este tiempo que estuve escondido no pasó nada; yo no le robé ni le hace nada malo a nadie, deme una oportunidad. –insistió Pedro con tristeza.
—Por favor, póngase en mi lugar. —le pidió Álvaro.
—Yo nunca podría estar en su lugar. Usted es un joven atractivo y reconocido que viene de una familia de mucha plata. Míreme a mí.
Pedro tenía razón, su propia imagen era de por sí decadente. Álvaro lo observó varios segundos y, sin darse cuenta, una mirada de asco se asomó por su rostro.
—Déjeme terminar. Usted no se va a quedar a vivir acá, pero puedo contratarlo como encargado de mantenimiento del hogar. Y si me promete que va a cumplir con su palabra le doy ya mismo un adelanto para que se ponga algo más presentable.
Un brillo de victoria se reflejó en la mirada de Pedro. –Muchas gracias, señor. Me va a encantar venir todos los días acá a trabajar para ustedes; va a ser como mi segunda casa. Es un gran hombre, se lo agradezco mucho. –Pedro estrechó la mano de Álvaro con gratitud, y éste la retiró rápidamente sintiendo náuseas.
—Pero le advierto una cosa: al primer problema que tiene con los chicos, se va a la calle y hago denuncia policial. ¿Está claro?
Antes de que Pedro pudiera decir algo, Julián llegó corriendo y los interrumpió.
—¡Álvaro! ¡Álvaro! –exclamó mientras llegaba.
—¡Por el amor de Dios, Julián! ¡Estamos hablando! ¡No me dejan en paz cinco minutos ustedes!
—¡Es importante, Álvaro! ¡Vení, dale! ¡Rápido! –lo tomó del brazo y lo llevó al pasillo de arriba. Pedro los siguió corriendo por detrás. Cuando llegaron, Julián les explicó el problema con la puerta, y Álvaro intentó abrirla en vano. Tali escuchó los gritos y se acercó a ver qué pasaba.
—No se preocupen, chicos. Este hombre que está acá es ahora el nuevo encargado de mantenimiento, y aparentemente ya tiene su primer trabajo. Pedro: fíjese cómo arreglar esta puerta, que seguro estos demonios la trabaron jugando.
Pedro se agachó a observar la puerta. Carola vio del otro lado unos ojos observándola por la cerradura, y soltó un grito de espanto.
—¡Alguien me está espiando! ¡Degenerado!
—No digas idioteces, Carola. Es el nuevo encargado de mantenimiento tratando de ver cuál es el problema con la puerta. –le gritó Álvaro desde el pasillo.
—Necesito varios materiales para arreglar esto, voy a tener que ir a comprarlos a la ferretería. Y me va a llevar por lo menos tres horas todo el trabajo. –dijo Pedro finalmente.
—¡¿Tres horas?! ¡¿Qué voy a hacer acá encerrada tanto tiempo?! –se quejó Carola.
—¡No, Álvaro! ¡Que salga por la ventana, o algo! Se suponía que íbamos a salir ahora, y se nos está haciendo tarde. –rogó Julián.
—Estamos en un primer piso, Julián; dejá de soñar. Están bajo mi responsabilidad y no los voy a dejar salir en tres horas que ya va a ser de noche. Van a tener que salir otro día. –le respondió Álvaro, rozando la burla.
—¡Pero, Álvaro…! –insistió Julián.
—¡Sin peros, Julián! ¡Basta! ¡Encima que nos interrumpís y rompés la puerta, querés que nos apuremos! ¡Se quedan acá y punto! –dijo finalmente Álvaro. Entonces Julián, decepcionado y triste, creyó ver a Tali disimulando una sonrisa.

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"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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