Capítulo 26: Legado (Epílogo)


Convencidos de que Pedro ya no representaba un peligro, pasaron varios minutos buscándose entre sí, y luego buscando la salida hasta que finalmente la encontraron. Cuando salieron por la chimenea hacia la sala principal, notaron por las ventanas que no solo ya casi estaba amaneciendo, sino que por algún motivo ahora eran libres de abrirlas y cerrarlas a su antojo, al igual que con las puertas.

Fue muy aterrador descubrir que Pedro tenía instaladas cámaras y proyectores por todo el cuarto, tan diminutos que pasaban casi imperceptibles a la vista; pero la tormenta había acabado y el sol volvía a salir.

—Sole, me asusté mucho cuando Pedro te tenía atrapada. Pensé que te iba a pasar algo –le dijo Mentiritas mientras la abrazaba.

Soledad le devolvió el abrazo. –Yo también me preocupé, Eze. Muchas gracias por haberme ayudado… a todos. Estoy en deuda con ustedes.

—No nos debés nada. Nosotros te lo debíamos a vos por todo lo que nos ayudaste –le dijo Lucas mientras cerraba la reja de la chimenea.

—Lucas tiene razón. Si vos no hubieras estado con nosotros, todo acá hubiera sido muy diferente. Gracias por iluminarnos –le dijo Carola y se sumó al abrazo. Pronto, el resto de los chicos la imitó y se formó un abrazo grupal que duró varios segundos.

—La verdad que no sé cómo se te ocurrió la idea de disfrazarte de Mencha, espero que algún día puedas ser nuestra celadora sin hacerte pasar por alguien más –comentó Julián.

—Espero que algún día pueda ser, pero la veo difícil, Álvaro me odia.

—No te va a odiar por siempre, vas a ver que se le va a pasar con el tiempo –la animó Malena.

—¡Ah! Hablando de eso… —Soledad se dio cuenta que tenía toda la peluca desacomodada, y los anteojos en el bolsillo. Se acomodó bien su disfraz. –Tendrían que ir a bañarse antes de que llegue Álvaro, sería muy feo para él llegar al hogar y verlos en este estado. Sean buenos y báñense, ¿sí? Cuando terminen les hago un desayuno rico.

Los chicos le hicieron caso y subieron por las escaleras. Los varones se bañaron en el baño de Álvaro, y las chicas en el baño común. Malena, sin que Soledad la viera, se metió a bañarse con las chicas.

Mencha aprovechó el tiempo a solas para calmarse y llamar a la policía. Había sido una experiencia horrible, sí, sobre todo porque había sido ella quien le había insistido a Álvaro en darle una oportunidad al sin techo, pero lo importante era que todo había salido bien y que la pesadilla había terminado. De todos modos no se arrepentía de haberle dado una oportunidad: después de todo, si Pedro era un psicópata, no tenía nada que ver con su situación de calle; Soledad había hecho lo correcto y eso la hacía sentirse bien y realizada.

 

Quince minutos después, cuando ya había amanecido completamente, Mencha estaba sentada en el sillón de la sala principal, esperando a la policía y reflexionando sobre las decisiones que había tomado ese último verano.

Álvaro cruzó la puerta y Mencha se paró frente a él. Sin decir una palabra, caminó hacia ella mirándola con preocupación y la abrazó.

Eso era justo lo que Soledad necesitaba, alguien que la contenga. Por más fuerte que sea, no es nada fácil pasar una noche entera secuestrada por alguien a quien había defendido. Sintió todas sus penas y sus temores desvanecerse, se perdió en el abrazó, el cual lo más reconfortante que había tenido hacía varias horas, días, quizás hasta meses.

No estaba segura de cuánto tiempo habían estado abrazados cuando golpes en la puerta los trajeron de vuelta a la realidad. —¡Policía, abran por favor! —dijo una voz autoritaria desde el otro lado. Álvaro abrió la puerta y dejó pasar a varios oficiales de seguridad.

—Eztá inconziente en unos túnelez que hay en el zubzuelo del hogar, ze entra por ahí –dijo Mencha antes de que le pregunten, mientras señalaba a la chimenea. Todos los oficiales se metieron por el orificio en busca de Pedro, y el silencio volvió a reinar en la sala principal.

—Es terrible… yo le confié todo a ese hombre, y resultó ser un psicópata –comentó Álvaro.

—Zi, zeñor. Ez horrible todo el azunto, pero dígame: ¿Uzted cómo ze enteró de todo tan rápido?

—Me avisó Diana. La policía le avisó a ella por tener poder legal sobre la casa hasta que vuelva de su viaje mi abuela, y ella me avisó a mí. Llegué rápido porque justo estaba viniendo.

Hubo un silencio donde nadie dijo nada. No fue incómodo, fue más bien pacífico.

—Siéntese, Mencha. Le voy a preparar un café, que no la debe haber pasado nada bien.

—Graziaz, zeñor. –Mencha obedeció y se sentó en el sillón donde había estado viendo la película con los chicos hace unas horas.

Los rayos de sol recién salido que iluminaban la sala le daban a Soledad una sensación de serenidad que nunca antes había sentido en el hogar, aunque no estaba segura si era eso o el hecho de que acababa de ser liberada de ser rehén de un posible asesino.

Álvaro volvió con dos tazas de café, le entregó una Mencha, y se sentó junto a ella en el sillón. Pasaron alrededor de veinte minutos hablando de temas comunes, como si fueran amigos de toda la vida, y como si en vez de ser el amanecer posterior a una pesadilla, fuera una tarde común. Pudieron conectar de una manera muy fluida, era la primera vez que hablaban tan animadamente, Álvaro comenzaba a creer que además de trabajar para ella, Mencha iba a llegar a ser una gran amiga suya, o… ¿algo más? No, esas ideas tenían que borrarse de su cabeza. Mencha era una mujer torpe, grotesca, y no sabía hablar; las chicas con las que salía Álvaro eran todas 90-60-90, tenían un cuerpo impresionante, y otro tipo de talentos con la lengua. Mencha no era su tipo ni nunca iba a serlo, él era un Del Solar. Álvaro Del Solar.

Los policías salieron de la chimenea con Pedro arrestado e inconsciente, y para su sorpresa, una niña pálida, con rulos, y vestida con una túnica blanca los acompañaba.

—Encontramos a esta chica ahí abajo también. Dice que estaba viviendo acá, con él. ¿La reconocen? –les preguntó uno de los policías.

—¡Laura! —gritó Mentiritas desde la escalera. Bajó corriendo y abrazó a su amiga fantasma.

—¿Qué hazías ahí, Eze? ¿No te tendríaz que eztar bañando? —preguntó Mencha.

—Sí, Mencha; pero ya terminé de bañarme. Ya terminamos todos, solamente que los demás se quedaron arriba y yo bajé –le explicó Mentiritas.

—Bueno, nosotros no la reconocemos, pero aparentemente él sí. ¿Vos la conocés, Ezequiel? –le preguntó Álvaro.

—Sí, es la nena fantasma que Pedro tenía escondida. —Normalmente se hubieran reído por lo de “nena fantasma”, pero era muy alarmante ese dato. ¿Además de esconderse él mismo, Pedro tenía a una nena con él?

—¿Cómo que Pedro la tenía escondida? —preguntó Álvaro.

—Sí, Pedro me tenía encerrada en una habitación y no me dejaba que salga para que no me vean. –dijo Laura.

—Zeguramente Pedro ze la ezcondió por miedo a que lo eche, zeñor. Zi zufiziente le coztó que lo deje quedarze a él zolo, imagíneze zi le dezía que ademáz tenía una nena –dedujo Mencha.

—Pero, escuchame: ¿Vos de dónde sos? ¿Pedro era tu papá? –le preguntó Álvaro.

Laura abrió la boca para responder, pero Mentiritas la interrumpió. –Laura no tiene papás, se murieron. Pedro era amigo de ellos así que la dejaron con él, y ahora que va a ir a la cárcel lo más justo es que Laura se quede acá, ¿no?

A Laura no le gustaban las mentiras, pero le hacía mucha ilusión quedarse a vivir en el hogar como una chica normal, y poder ser libremente amiga de Mentiritas.

—No sé, Ezequiel, no debe ser tan sencillo en el aspecto legal. ¿No, oficial? —le preguntó Álvaro con complicidad al policía que había hablado.

—Si la chica es huérfana no hay ningún problema con que se quede acá, después de todo esto es un hogar de huérfanos; y si ya lo conoce va a ser mejor todavía, así no necesita adaptarse tanto al cambio –le respondió el policía.

—Bueno, pero acá no sé si hay lugar… —comenzó Álvaro.

—La caza es grandízima, zeñor. Y en el cuarto de laz chicaz hay variaz camaz que nadie uza, zolo eztán Tali y Carola.

—…Bueno, está bien. Laura, bienvenida al hogar –cedió finalmente Álvaro.

—¡¡¡Sí!!! –gritaron Laura y Mentiritas, mientras festejaban y se abrazaban.

—¿Qué pasa? ¿Por qué tanto escándalo? –preguntó Lucas, quien estaba bajando las escaleras, seguido por el resto de los chicos. —¿Pedro no se despertó, no?

—No, quédense tranquilos que Pedro sigue inconsciente, además está arrestado y ahora lo vamos a llevar preso –les dijo uno de los policías.

—¿Quién es esa chica? —preguntó Lucas.

—Es la nena fantasma –le respondió Mentiritas.

—¿Qué?

—Es la nena que Pedro tenía encerrada, los policías la encontraron en los túneles esos de ahí abajo. –aclaró Álvaro, y luego añadió—: Por cierto… ¿Cómo puede ser que recién ahora me venga a enterar de que existe algo así? Esta casa es muy misteriosa.

—¿Recién te das cuenta? —se burló Lucas.

—Bueno, tenemos que llevarnos a este hombre. Si sería tan amable de abrirnos… –le dijo el oficial a Álvaro.

—Sí, por supuesto –les respondió él. Se levantó y les abrió.

Los policías salieron a la calle con Pedro esposado e inconsciente; Álvaro, Mencha, y los chicos salieron a la vereda a ver cómo se lo llevaban, y se sorprendieron al notar que eran el centro de atención. Todas las personas que vivían en la cuadra y la cuadra de enfrente habían salido de sus cómodas casas para ver qué era lo que sucedía en el hogar de Arboleda 301. Algunos incluso salieron tan apresurados que ni siquiera habían tenido tiempo de vestirse y llevaban puesta la ropa de dormir.

Una de las vecinas en particular se acercó a hablar con los chicos; bueno, en realidad con uno solo de los chicos. Se trataba de Luciana.

—¡Qué terrible, Juli! ¿Estás bien? —le dijo a Julián, con un falso tono preocupado, mientras el sol hacía brillar su perfecto cabello rubio liso.

—Sí –se limitó a responder él.

—¡Mmm! ¡Qué rico olor tenés! ¿Te acabás de bañar?

—Sí.

—¿Qué te pasa? ¿No te gusto más? —Luciana lo tomó por la cara y se le acercó, como para besarlo. Él le corrió la cara al instante.

—No, no me gustás. Tengo novia, y ella es una buena persona, no como vos.

La mirada de Luciana y su tono de voz cambiaron completamente, ya no hacía el más mínimo esfuerzo en parecer simpática. —¿Novia? ¿Quién va a querer ser tu novia, tarado? –le preguntó de forma despectiva.

—Yo soy su novia –dijo Carola mientras lo abrazaba. Habló lo suficientemente fuerte como para que todos los chicos puedan escucharla.

—¿En serio? —preguntó Malena por detrás. —¡Te felicito, Caro! ¡A vos también, Juli! Hacen re linda pareja.

—Gracias –le respondió Carola, y le dio un pequeño beso a Julián, lo cual sacó de sus cabales a Luciana.

—Está bien, igual nunca me gustaste, solamente te usaba para darle celos al único chico que de verdad me gusta. –Dio un paso y se puso frente a Lucas, que estaba junto a Julián. –Ahora ya sabés todo, Luqui. No tenemos por qué estar más con estos juegos tontos, podemos pasar juntos todo el tiempo que queramos –le dijo mientras ponía sus brazos encima de sus hombros.

—Salí de acá –replicó Lucas mientras se quitaba de encima los brazos de Luciana. –Yo no quiero saber nada con brujas como vos que hacen pelearse a la gente por diversión. Lo único que me interesa ahora es tener a mi mejor amigo conmigo, así que no vuelvas a meterte entre nosotros. ¿Te quedó claro?

Luciana no dijo una sola palabra. Se quedó mirándolo, como confundida y enojada.

—¿Qué parte no escuchaste, nena? Tomátelas –agregó Julián.

—¡Púdranse, huérfanos roñosos! ¡Me dan asco! –les gritó Luciana mientras se iba, roja de la bronca. Su plan de separar a los chicos había terminado siendo un fracaso total.

Finalmente pusieron a Pedro en el asiento trasero del auto de policía, encendieron el motor, y estaban a punto de arrancar, hasta que Laura creyó ver algo. —¡ESPEREN! —les gritó, y corrió hacia la ventanilla trasera. –Bájenla, por favor. –Los policías obedecieron y Laura quedó cara a cara con Pedro, quien tal y como le había parecido ver, acababa de despertar.

—¿Por qué me hiciste eso? Pensé que eras tan bueno… y me mentías –le susurró Laura, asegurándose de que solo él pueda oírla: necesitaba mantener la mentira con los policías y los chicos.

—Laura… no me abandones… andá a visitarme a la cárcel, prometémelo. –Pedro ignoró completamente su pregunta.

—No te puedo prometer eso, pero te prometo algo: aunque no te hayas disculpado, te perdono. No te guardo rencor, y no voy a pensar en vos como algo malo. Aunque en cierto modo me hayas arruinado, también es verdad que me cuidaste y me alimentaste todos estos años; y eso, a pesar de todo, es algo de lo que te estoy agradecida. Chau, Pedro. –Laura se alejó y volvió con los chicos— Pueden llevárselo –le dijo a los policías. Éstos le hicieron caso y partieron.

—Chicos, escuchen –les pidió Álvaro–. Entre tantas cosas malas que pasaron esta noche, les quiero dar una buena noticia: el hogar ya tiene nombre, y no solo eso, sino que ya tengo listo el cartel, solo hace falta colgarlo. Los chicos se emocionaron.

—¡A ver!

—¡Dejanos verlo!

—¡Dale, Álvaro! ¡No aguantamos!

Álvaro reía despreocupadamente. –Bueno, bueno, ahí va. —Álvaro puso su mochila sobre el suelo, metió las manos, y sacó lo que parecía ser un cartel, pero con una tela azul protegiéndolo para que no lo vean. Se apoyó sobre la reja de la entrada al jardín delantero para tener más altura, y acomodó el cartel justo en el centro del marco de cemento que estaba por sobre las rejas. —¿Están listos para verlo? –le preguntó a los chicos.

—¡Sí! —respondieron todos con fuerza.

Álvaro descubrió el cartel y todos pudieron verlo: era un diseño hecho con pintura al óleo, pero daba la sensación de estar pintado a mano. Se distinguía por debajo la silueta de la casa, pintada con una técnica impresionista a color; por encima de la ilustración, se veía con una tipografía clásica y fresca las palabras “Rincón de luz”.

—¿”Rincón de luz”? —leyó en voz alta Lucas, fascinado.

—Sí, ¿no les gusta? —dijo Álvaro, un poco temeroso de que la respuesta sea positiva, pero su miedo no duró nada: las miradas de los chicos los delataban.

—¡Nos encanta! —respondió Lucas en nombre de todos.

—¡Sí! ¡Está buenísimo, Álvaro! Sobre todo el nombre… “Rincón de luz”. Es mágico ese nombre para un hogar, hace que me den ganas de quedarme a vivir acá para siempre –comentó Malena, con un brillo muy especial en sus ojos, sin despegarlos del cartel. Durante una fracción de segundo, le pareció que el cartel estaba levitando.

—¿Cómo se te ocurrió ponerle así? Vos no sos tan original –bromeó Lucas.

Álvaro se rió sarcásticamente. –Ja ja, muy gracioso.

—Muy lindo el cartel, zeñor –comentó Mencha.

—Gracias, Mencha.

En ese momento se dieron cuenta de que el hogar, es decir, Rincón de Luz, ya no era una farsa para conseguir una herencia, se había convertido al lugar donde pertenecían, donde siempre estaban acompañados, donde siempre iba a haber alguien para no dejarlos caer.  Pedro ya se había ido, y junto con él el enigma que había estado amenazando a todos desde que llegaron: la casa finalmente era segura. Nada de fantasmas, nada de secuestros, nada de misterios. De todo eso iba a quedar solo el recuerdo, y los hallazgos: las pinturas de la señora de los gatos, algunos cuartos nuevos, y las tuberías en la chimenea. Pero de todos esos hallazgos, el más importante era el que iban a tener presente no solo mientras estén en el hogar, sino por el resto de sus vidas. ¿Cuál? Simplemente el legado que la señora de los gatos había dejado resumido en tres palabras que eran tan sencillas como importantes: “Buscá la luz”.













¿Qué pasa después? Descubrí un adelanto de la segunda temporada.

1 comentario:

  1. Jajjaja!!!!!!!!!!!Estuvo muy buena la parte en donde Carola le dice a Luciana que Julián es su novio, Me encanta tu blog!!!!!!!
    Espero que sigas con tu novela de "Rincón de Luz"
    Chau!!


    -_Virginia_-

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¿Qué es "Buscá la luz"?


"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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