Buscá la Luz: Capítulo 13: La última batalla

—No podés enojarte con él, tenés que dejarlo ser feliz.

Lucas y Mateo se habían encerrado en su cuarto poco después de que todos se enteraran de la gran noticia.

—¿Cómo querés que no me enoje, Lucas? Si Julián es un traidor. Se va a ir y no lo vamos a ver nunca más.

—Te entiendo, pero nos tenemos que poner en su lugar. Él allá va a poder hacer lo que más le gusta: dibujar. Italia es como el lugar donde más dibujantes hay en el mundo. Yo lo voy a extrañar muchísimo también, pero es así.

—Yo no —objetó Mateo—, para mí ese traidor ya no existe.

—No digas eso.

En ese momento alguien abría la puerta y se asomaba con lentitud. Era Julián.

—¿Puedo pasar? —preguntó con timidez. Parecía como si fuera a darles la noticia de su partida ahí mismo, como si no supiera que se habían enterado de todo en el mismo momento que él.

—¡No, andate! ¡No queremos saber nada con vos, abandonador! —exclamó Mateo, poniéndose de pie y arrojándole algunas almohadas que tenía cerca.

—¡Pará un poco! —Lucas lo detuvo. —No le hagas caso, ya sabés cómo es. Claro que podés pasar.

—Sí, dale, pasá. ¿Qué venías a decirnos? —Mateo avanzó con rapidez hacia él. Sus hombros iban cada vez más hacia atrás a medida que hablaba. —¿Vas a contarnos que nos abandonás? ¿Que no te importamos? ¿Que nos cambiás por tu noviecita? O peor: ¿Por una señora que ni siquiera conocés?

—No es así, yo…

Mateo lo interrumpió. —Vos sos un traidor, eso es lo que sos. Pero, ¿sabés una cosa? A mí no me importa si te quedás, si te vas a Italia, a China, o adonde sea… porque a partir de ahora yo ya no soy más tu amigo. ¡Chau! —gritó, y salió del cuarto cerrando la puerta con fuerza.

Julián se quedó contemplando la madera sucia como si pudiera ver a través de ella. Un momento después, Lucas se acercó a él y lo abrazó.

—No te preocupes, ya se le va a pasar.

Llegó entonces la noche anterior a la partida de Carola, Julián, y Tali. Todos estaban tan nerviosos que, a decir verdad, nadie durmió bien. Podría creerse que el sueño más liviano lo tendría alguno de los tres que estaban a punto de irse a vivir a otro país para siempre, pero sin embargo fue Lucas quien despertó en mitad de la noche cuando, nuevamente, oyó sonidos proviniendo desde la sala principal. Creyendo que venían a robar, decidió nuevamente bajar; le hubiera pedido a Julián que lo acompañe, pero no quería molestarlo en su última noche juntos.

Descendió por las escaleras tratando de hacer el menor ruido posible. A diferencia de la vez anterior, esta vez pudo verlo todo claro desde el principio: Rocky y los hermanastros de Carola estaban, nuevamente, robando.

—¡¿No les alcanzó con todo lo que se llevaron la otra vez, lacras?! ¡Váyanse! ¡Ya no nos queda nada! —exclamó mientras bajaba. No quería levantar mucho la voz para que nadie más se despierte, y por ese mismo motivo intentó dialogar y no ir directo a los golpes.

—¿Dónde está Carola? —preguntó uno de los chicos. Vestía una remera marrón llena de agujeros y manchas. Lucas supuso que era uno de sus hermanastros queriendo impedir que viaje.

—¿Y a vos qué te importa? Váyanse ahora mismo o llamo a la policía.

—Epa, ¿qué nos pasó? —dijo otro de los chicos, tomándolo por el cuello con fuerza. —¿Vos no eras un pibe de la calle como nosotros? ¿Ahora querés llamar a la gorra? Cómo cambian algunos.

—¿Y vos qué sabés lo que yo era o dejé de ser? No me conocés —dijo Lucas, tosiendo.

—Nosotros sabemos mucho más de lo que creés. Vemos las cosas antes de que pasen, también.

—¿Y esto lo viste venir? —preguntó Lucas, e inmediatamente pateó la entrepierna del chico, permitiéndose a sí mismo liberarse.

—¡Te voy a matar! —gritó el primero de ellos.

Antes de que cualquiera de ellos pudiera hacerle daño, Lucas tomó una de las macetas y la levantó en alto.

—¡Si no se van ya mismo les reviento esto en la cabeza a los tres! —gritó, olvidando completamente su norma de no elevar la voz.

Ese gritó logró despertar a Tali. Se asomó por la escalera y logró distinguir la escena: los tres chicos —siendo uno de ellos Rocky, quien había encontrado el hogar por su culpa; y los otros dos los hermanastros de Carola— tenían a Lucas atrapado y estaban golpeándolo. Sin saber muy bien qué hacer, volvió al cuarto y despertó a Úrsula. Ambas observaban ahora todo desde el último escalón.

—¿Y qué se supone que haga? ¡No sé pelear! ¡Quiero irme a dormir! —se quejó Úrsula.

—¿Probaste ser menos egoísta? ¿Cómo podés pensar en dormir cuando prácticamente están matando a Lucas ahí abajo? ¡Hacé algo! ¡Un hechizo, no sé! ¡Por algo sos una bruja!

—Está bien. Creo que esto puede funcionar —dijo Úrsula, y luego, apuntando con sus manos hacia la sala principal, exclamó—: «¡Inlusio Gigas Bestiarum!»

De entre las sombras surgió un lobo negro. Tan oscuro como una tormenta y tan grande que casi estaba a la altura del último escalón. Sin emitir sonido alguno, amenazó con la mirada a los tres intrusos. Ellos, percatándose de su presencia, huyeron despavoridos. Un instante después, el lobo había desaparecido: era tan solo una ilusión de las sombras. Tali y Úrsula regresaron rápidamente al cuarto, previniendo que Lucas perciba la acción de la magia y los poderes de Úrsula.

—¿Me habrá parecido verlo? —susurró Lucas para sí mismo. Aunque realmente eso era lo que menos le interesaba en ese momento. Había llamado mucho su atención, sin embargo, el accionar de uno de los tres delincuentes. El más alto de ellos, el único que no había dicho una palabra y al cual reconocía como Rocky, lo miró de una manera extraña.

Podía esperarse que lo mire con odio, violencia, e incluso con miedo. Pero sin embargo no era nada de eso lo que había visto en su mirada. No, era algo distinto… admiración.

Capítulo 13: La última batalla

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