Capítulo 11: Lo peor de nosotros

Era una noche cálida en La Boca. Mentiritas estaba en una pequeña cocina humilde del granero, escondido debajo de la mesa, mientras leía la carta que Soledad le había mandado y comía unas galletitas que había mandado a fiar sin permiso en el almacén.
“Ezequiel:
Perdoname que casi no te haya podido escribir en estos días, estuve muy ocupada con unos trámites. Tengo buenas noticias para vos: ahora en un rato voy a ir una entrevista de trabajo, tiene algo que ver con lo que vine a hacer acá. Si me aceptan y consigo el puesto, significa que va a faltar todavía menos para que pueda volver allá con ustedes. Los extraño mucho—muchísimo—mucho.
Portate bien y no hagas renegar a Clarita. Te quiero mucho y acordate de no decir mentiritas.
Un beso enorme, Soledad.”
—¡Por fin te encuentro, Ezequiel! ¡Te estuve buscando por todos lados! –dijo Clarita enojada, ayudándolo a salir de la mesa y ponerse de pie. Él no despegó la vista del suelo.
—Adiviná de dónde vengo. –le dijo desafiándolo.
—No sé… ¿De la plaza? –preguntó Mentiritas.
—Del almacén. ¿Sabés lo que me dijo el almacenero? –preguntó Clarita, nuevamente sabiendo que él conocía la respuesta a su pregunta.
—No sé. –respondió Mentiritas.
—Me dijo que le compraste galletitas y le dijiste que lo ponga en mi cuenta. ¡¿Cuántas veces te dije que no compres nada sin permiso?! ¡No tenemos plata para comprar cualquier cosa!
—¡Yo no compré nada! –dijo Mentiritas en su defensa.
—¡No mientas, Ezequiel! ¡Me lo dijo el almacenero! ¿A quién te pensás que le voy a creer? ¿A él o a vos que por algo te dicen “Mentiritas”?
—¡Bueno, fue solamente una mentirita piadosa! ¡No es para tanto, no te enojes!
—¿Cómo pensás que va a reaccionar Soledad cuando sepa que seguís mintiéndole a todos?
—Soledad no está. –le respondió él, con un tono un poco triste.
—Pero va a venir, y cuando venga yo misma me voy a encargar de que sepa que seguís mintiendo.
—Ahora la que miente sos vos. Soledad no va a volver.
—¡Sí que va a volver! ¡No te estoy mintiendo! Yo no hago esas cosas.
—¿Ah, no? ¿Cuándo va a volver, entonces? –preguntó él, esta vez en un tono algo burlón.
—No sé, todavía falta… pero no importa, va a volver igual. ¡Y le voy a contar todo lo que hacés!
—¡Yo le voy a contar que me gritás y me tratás mal!
Hubo un silencio tenso.
—Tenés razón, no te voy a gritar más… —comenzó Clarita, simulando paz— ¡Pero mañana te vas a quedar todo el día encerrado en penitencia y le vas a pedir disculpas al almacenero! –terminó y se fue de la cocina dejando a Mentiritas solo con sus galletitas y su carta.
Se sentó, tomó un papel y una lapicera, y comenzó a escribir:
“Clarita:
Ya no te voy a molestar más. Ayer en Caminito me hice amigo de un señor que tenía un circo. Me dijo que yo era muy gracioso y que podía trabajar para él como payaso. Así que me voy, chau.
Ezequiel.”
Dejó la carta en la heladera, sostenida por imán, y salió por la ventana hacia la calle.


Julián y Carola estaban sentados en dos sillas de plástico de la oficina principal de la comisaría. A su derecha estaba sentado un policía muy gordo y sucio, atendiendo llamados telefónicos en su escritorio mientras esperaba que otro de los policías regrese de la sala contigua y determine la sentencia. La comisaría era tan desagradable que el lugar incluso olía a flatulencias, Julián adjudicaba al policía la culpa de esto.
Carola estaba muy asustada, era la primera vez que tenía un roce con la ley, y había elegido el peor momento para tenerlo: si Álvaro descubría que ella y Julián se habían escapado, y encima habían terminado en la policía, Soledad (bueno, Mencha) nunca podría llegar a ser su celadora.
Julián ya había tenido este tipo de percances varias veces en el pasado, pero esta era la primera vez que no estaba con su mejor amigo Lucas, quien normalmente solía ingeniárselas para librarse del problema. En aquellas ocasiones corría riesgo de ser enviado a un orfanato (o peor aún, a un reformatorio), por lo tanto esta vez había mucho menos en juego, aunque no estaba seguro de si perder a la mejor celadora del mundo no era igual o peor que sus posibles condenas anteriores; después de todo, nunca había conocido antes a un adulto que se preocupara tanto por él como lo hacía Soledad.
—Tengo miedo, Julián. –susurró Carola por debajo de la potente voz del policía hablando por teléfono.
—Yo también. –le respondió éste.
Pasaron varios segundos en silencio, mirando por la gran ventana que tenían frente a ellos. Estaban ubicados en zona céntrica, la gente pasaba sin parar. Carola sintió envidia, la gente afuera se veía tan libre, tan despreocupada, y una chica en particular muy enamorada: había pasado agarrada del brazo junto a su novio, y se había detenido para darle un beso que duró al menos dos minutos; Carola estaba segura que había leído su pensamiento y se paró a hacer eso justo frente a la ventana para presumir.
Pasaban los minutos y la espera era cada vez menos soportable. Julián no paraba de pensar en una forma de escapar, Carola no dejaba de preocuparse, y la sentencia no llegaba más; lo único bueno que había sucedido era que el policía junto a ellos había dejado de hablar por teléfono, al menos ahora Julián iba a poder concentrarse mejor.
“Pensá como Lucas, pensá como Lucas, pensá como Lucas…” se decía mentalmente a sí mismo, pero era en vano. No podía ponerse sobre sus zapatos jamás; Lucas era inteligente, habilidoso, persuasivo, y principalmente líder por naturaleza. Julián no podía competir con eso.
Siguió intentándolo de todos modos, hasta que alguien cruzó la puerta corriendo desesperadamente hacia el escritorio de policía. Era un chico chico rubio, masculino, y por lo que se podía ver mientras corría, también era atlético. Efectivamente, Lucas había acudido a su rescate.
—Señor policía, es terrible. Tiene que ayudarme, por favor. –dijo Lucas, casi llorando.
—Pero, ¿Qué? ¿Qué pasó?— le preguntó el policía gordo, desconcertado.
—Me acaba de robar el celular un chico. Me amenazó con un cuchillo, ¡Y lo peor es que ahora está usándolo acá en la esquina como si nada! ¡Se lo fui a reclamar y me volvió a amenazar! ¡Tiene que ayudarme, haga algo!
—Bueno, bueno. Calmate, ahora vamos y hago que te devuelva el celular. –le dijo el policía, y se dirigió a los chicos— Ustedes no se muevan de acá. –Hizo una pausa, como pensando. —¡Pérez, venga ya mismo a cuidar a estos dos chicos que tengo que detener a un delincuente acá a unos metros y vuelvo! –Le gritó a uno de sus compañeros. Julián y Carola dedujeron que era el que se había ido a escribir la sentencia, probablemente ya la tuviera escrita para cuando cruce la puerta.
Lucas le guiñó un ojo a sus dos amigos, y entonces salió corriendo por la puerta con el policía gordo.
—Es ahora o nunca, ¡Vamos, antes de que venga el otro! –ordenó Julián. Ambos se levantaron y corrieron hacia la calle.
El policía gordo se detuvo en medio de la vereda. Miró a Lucas. —¿Esa ropa no es…?— No terminó de formular su pregunta, lo observaba detenidamente.
—No, no es. –respondió Lucas, preocupado, tapándose. —¡Ayúdeme antes de que se vaya el ladrón, por favor!
—¡Vos a mí no me vas a tomar el pelo, mocoso! ¡Estás vestido igual que los otros dos chorros! –Miró hacia atrás y vio a Julián y Carola corriendo en dirección opuesta. —¡Se escapan!— gritó, y corrió tras ellos. Lucas lo persiguió, aunque no sabía muy bien por qué, fue más que nada una reacción instintiva.
Julián y Carola subieron rápidamente a un taxi. El policía iba a tomar el que estaba por detrás de ellos, pero Lucas se le adelantó y lo tomó por él. En un acto de reflejo, estuvo a punto de subirse a uno de sus autos de policía para perseguirlo, o incluso pedir refuerzos, pero después de todo eran solo niños, no tenían apariencia de delincuentes, y además, si algo caracterizaba a ese policía, era su tendencia a dejar pasar por alto la mayor cantidad de cosas posibles, ya que la única ley que consideraba inquebrantable era la del menor esfuerzo.
Cuando llegaron al hogar, unos veinte minutos después, se acomodaron en el comedor como si nunca se hubiesen ido, y Álvaro llegó con Tobías y Javier tan solo cinco minutos después que ellos. Se sorprendieron por su suerte.
En su inspección del hogar por parte de estos últimos tres, su sorpresa por el desempeño de Mencha aumentaba cada vez más por cada cuarto que revisaban. Todos ellos estaban perfectamente limpios, las camas hechas, la ropa planchada y ordenada, e incluso se sentía en el ambiente una intensa fragancia a lavanda que encantaba el olfato de todos.
Al llegar al comedor fue cuando su sorpresa llegó al clímax. Estaban todos los chicos sentados perfectamente alrededor de la mesa, con Mencha parada a un lado de ellos, vigilándolos.
—Coco, ¿Me pasarías la mermelada para ponerle a mi tostada, por favor? –preguntó Lucas amablemente.
—Por supuesto, Lucas. –le respondió Coco, pasándosela.
—Mateo, no te sugiero que tomes tanto jugo de naranja, es mejor prevenir accidentes nocturnos. –dijo Tali haciendo referencia a la enuresis nocturna de Mateo.
—Tenés razón, Tali. Muchas gracias por tu consejo, lo acepto sin queja alguna y te agradezco por tus buenas intenciones. –le respondió.
—¿Qué está pasando acá? –le susurró Javier a Tobías y a Álvaro.
—¿Por qué están portándose tan bien? Mateo y Tali normalmente se estarían tirando con la comida después de un comentario así –respondió susurrando, a modo de pregunta, Álvaro.
—Álvaro, esta mujer es mágica. Hizo todo lo que le pediste en una hora y además transformó a estos demonios en angelitos de Dios. ¡No podés dejarla pasar! –agregó Tobías.
—Pero… ¡Mirá lo que es! Y… cómo habla… ¡Todo! ¡Es una incompetente! –respondió Álvaro.
—No seas prejuicioso, Álvaro. Tenés frente a tus ojos lo que es capaz de hacer, ¿Vas a dejarlo pasar solamente porque no puedas dormir junto a ella? Ya tenés muchos otros medios para satisfacer tus deseos carnales. –agregó Javier, apoyando a Tobías.
Álvaro se quedó quieto un momento, observando.
—Mencha, síganos por favor. –dijo Álvaro en voz alta, y se fue con Tobías, Javier, y Mencha a la sala principal.
—Zí zeñor, dígame. –le dijo Mencha.
—Bueno, estuvimos evaluando su desempeño, y tengo que decirle que la verdad me sorprendió mucho, no esperaba que sea tan eficaz. ¿Cómo hizo para cumplir con todas las tareas que le di en tan poco tiempo, y encima convertir en seres humanos decentes a esos mocosos? –preguntó Álvaro muy serio.
—Bueno, zeñor. Yo trabajo dezde chiquita en la caza, y tengo buena química con loz chicoz, no fue muy difízil.
Álvaro se quedó mirando a Tobías y a Javier por unos segundos, como si quisiera que ellos se pusieran en su lugar.
—¿Ezo zignifica que eztoy contratada, zeñor? –preguntó Mencha.
—Sí, Mencha… está contratada. Ahora váyase a descansar, vuelva mañana y traiga sus cosas así se va hospedando. Le vamos a asignar un cuarto de arriba. –respondió Álvaro con mucho esfuerzo, y un poco arrepentido de sus palabras también.
—Muchaz graziaz, zeñor. No ze va a arrepentir. Noz vemoz mañana. –respondió finalmente Mencha, dejando escapar una gran sonrisa, y cerrando la puerta principal por detrás suyo mientras salía.


Durante toda la semana siguiente, Carola había decidido ignorar el tema de Juana Velasco, la experiencia de estar en una comisaría era nueva para ella y lo suficientemente desagradable como para no querer repetirla ni querer volver a hablar al respecto nunca más. Ni de su roce con la ley, ni de Juana Velasco. Toda su energía la dedicaba exclusivamente a ensayar para el concurso de baile, y a las clases que Trinidad venía a dictarle personalmente a la sala de juegos del hogar.
Esta tarde de verano, mientras que Tali se dedicó a ir a la playa para estrenar su nuevo traje de baño, Carola rechazó su invitación y prefirió quedarse toda la tarde ensayando con Trinidad. El reloj marcaba las tres en punto cuando sucedió lo terrible.
—Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… —decía Carola marcando los tiempos musicales mientras realizaba los pasos. Estaba ensayando una secuencia coreográfica de dos personas; es decir, necesitaba una pareja, y no tenía una. Julián estaba de camino por la sala de juegos, buscando a Lucas, probablemente para ir a la playa como había hecho Tali, ya que el día era demasiado soleado como para quedarse encerrado. Se quedó unos minutos observando el ensayo, admirando los movimientos de Carola… eran delicados y femeninos. Lo encantaban.
Trinidad paró la música de repente.
—¡No, no, no, no! ¡El salto tenés que terminarlo en el tiempo ocho! ¡No podés extenderte más, Carola! –Trinidad estaba corrigiendo a Carola con un tono de voz un poco elevado— Te aviso Carola que si querés ganar este concurso vas a tener que poner mucho más de vos de lo que estás poniendo. Así no vas a llegar a ningún lado. ¡Te lo aseguro!
—Perdón, Trinidad. Estoy tratando de hacer lo mejor que puedo, pero es muy difícil sin una pareja. –se excusó Carola, un poco dolida y avergonzada por el tono que Trinidad estaba usando.
—¡Ja! –Trinidad dejó escapar una risa sarcástica— ¿Pareja? ¿De verdad me estás hablando?
—Sí… es una coreografía de dos personas, es muy difícil si tengo que imaginarme a mi acompañante en vez de verlo.
—Claro, entonces todos tus problemas son porque no te conseguí pareja todavía, ¿No? La culpa siempre recae en mí. –Trinidad se burlaba de Carola— A ver, vos. –dijo entonces, refiriéndose a Julián.
Éste no respondió.
—Vos, chiquito. –reiteró.
—¿Yo? –preguntó Julián.
—Sí, vos. ¿Te pensás que no me había dado cuenta que nos estabas espiando? –preguntó desafiante Trinidad.
—No las estabas espiando, solamente estaba… —comenzó a decir Julián, hasta que lo interrumpió Trinidad.
—Ya que te interesa tanto bailar, vas a tener el privilegio de ser la pareja de baile de Carola por hoy. Te habrás dado cuenta que exige alguien con quien ensayar, y ese vas a ser vos hasta que consigamos alguien decente. –Trinidad estaba más agresiva cada vez que hablaba.
—Eh… bueno, pero yo no sé bailar. –dijo Julián mientras se acercaba.
—Eso está a la vista, chiquito. –respondió Trinidad.
—Pero… ¡Si todavía no vio mis movimientos! –se defendió él.
—No es necesario, una profesional como yo puede reconocer si alguien tiene o no potencial. Con verte caminar alcanza. –respondió Trinidad mientras le dedicaba una mirada severa. –Tengo que irme, Carola; te dejo con tu amiguito. Mañana vuelvo y espero que puedas dominar ese salto que te corregí, porque sino realmente no sé qué es lo que estoy haciendo acá además de perder mi tiempo. Goodbye, tiny angels. –dijo finalmente y se fue, como si tuviese un gran apuro.
—Bueno… ¿Es muy difícil esto? –preguntó Julián un poco tímido. Le avergonzaba el hecho de que Carola pueda verlo bailar.
—Sí. –respondió simplemente Carola, seca y severa, mientras ponía a reproducir la música.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho. –Carola marcaba los tiempos musicales, mientras ambos bailaban. Al principio Julián parecía dominar bastante bien el asunto, pero el salto lo hacía todavía peor que Carola. Ella lo terminaba tarde, pero él ni siquiera lo comenzaba a tiempo.
Carola detuvo la música, roja.
—¡Así no es, Julián! ¡Entendelo! ¡En el tiempo ocho tenés que saltar, no después! ¡Son ocho tiempos! ¡¿Nunca escuchaste una canción en tu vida?! –lo regañó. Julián podía ver una vena en su cien que se inflaba.
Antes de que pudiera responderle, Lucas los interrumpió.
—Chicos, ¿No lo vieron a Coco? No está por ningún lado, creo que volvió a desaparecer. –preguntó mientras entraba.
—¡No, Lucas! ¡No vimos a nadie! ¡¿No te das cuenta que estamos ensayando?! ¡Andate a buscar a Coco a otra parte! –respondió Carola hablándole igual de mal a como le había hablado a Julián.
—¡Bueno, qué humor tenés! Me voy a buscarlo a otro lado, no te molesto más. ¡Estás loca! –respondió Lucas yéndose.
—¡A mí no me digas loca, por lo menos sé bailar, no como tu amigo!–le respondió Carola, aunque probablemente Lucas no la haya escuchado, pues se había ido de la sala de juegos muy rápidamente.
—Pará, Carola. Lucas es mi amigo, no lo insultes; y a mí tampoco. Me estoy ofreciendo a ayudarte, hago lo mejor que puedo, merezco que me trates bien. –dijo Julián en defensa suya y de su amigo.
—¡¿Sabés qué?! ¡Me tenés CANSADA! ¡Al final sos igual que todos! ¡Andate de mi vista! –le gritó Carola a Julián, y salió corriendo por la misma puerta que se había ido Lucas, dejando a Julián solo en la sala de juegos.
A Julián le dolía mucho que Carola lo trate así. No solo le costaba y representaba un gran dilema para él intentar bailar, sino que además Carola parecía esforzarse en ponerle la tarea todavía más difícil. ¿Estaba enojada con él? ¿Le guardaba rencor por haberla puesto en una situación tan inmoral como ser arrestada por un policía? No sabía exactamente por qué, pero toda esa semana Carola había estado gruñona con todos. Comenzaba a creer que no era por los sucesos recientes, sino por el concurso de baile. Si bailar era lo que a Carola más le gustaba, ¿Por qué la convertía en una persona tan cruel?
Por la puerta opuesta a la que habían usado Carola y Lucas alguien se asomaba, alguien que aparentemente había visto y escuchado toda la situación. Tenía pelo rubio rizado y unos anteojos ridículos. Era Mencha… o Soledad.

Lucas pasó varios minutos más buscando a Coco en el hogar. En el cuarto no había nadie, en el patio estaba Álvaro tomando algo con dos chicas jóvenes y hermosas, y en la cocina y el comedor estaban Mateo con Tobías y Javier, comiendo algo. Solo quedaba un lugar conocido por revisar: el baño. Si no estaba ahí, debía haber pasado por uno de los pasillos o cuartos que todavía no habían revisado (o al menos no él).
Al acercarse al baño, no fue necesario abrir la puerta: estaba descuidadamente entreabierta. Decidió espiar, y ahí estaba: Coco parado frente al lavatorio, mirándose al espejo, llorando, con algo en su mano derecha; Lucas no pudo ver qué era ese objeto.
—¿Vos querías que fuera valiente? –Coco estaba hablando al espejo, no había notado que estaba siendo visto. Lucas no pudo determinar a quién le hablaba, ya que técnicamente estaba solo en el baño. –Te prometo que si todo esto no sale como esperaba, me la voy a bancar… como me enseñaste. Si me vieras, estarías muy orgulloso de mí, papá. Te voy a demostrar que soy fuerte, que te equivocaste el día que me abandonaste. Te equivocaste muy feo.
Al terminar de decir esas palabras, se pasó por la boca el objeto que tenía en su mano, y ahí fue cuando Lucas finalmente pudo ver qué era: un lápiz labial.
Lucas se quedó helado. ¿Era ese el motivo de las desapariciones de Coco? ¿Tenía prácticas femeninas y se escondía para hacerlas? Es posible, pero… ¿Qué tenía que ver eso con su padre?
Por empatía se fue y no le dijo nada al respecto, aunque no pudo evitar comentarlo con Julián; después de todo, Julián y Lucas se contaban todo… y aparentemente, Coco nada.

1 comentario:

  1. otro capitulo grandioso!!
    increible como Lucas siempre logra salirse con la suya
    Sole toda una genia, ya consiguio el puesto
    y Coco cada vez mas misterioso....

    espero con ansias el proximo capitulo

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"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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