Capítulo 13: Inventos

Esa noche, Mentiritas se encontraba en la terminal más cercana a la casa donde vivía en La Boca. Su intención era comprar un pasaje a Mar del Plata para buscar a Soledad, pero no tenía nada de dinero. Intentó buscando en los cestos de basura de toda la construcción, con la esperanza de que alguien se haya arrepentido de viajar, pero no tuvo éxito.
Finalmente, una brillante idea vino a su mente: su única forma de llegar a viajar sin pagar era haciendo lo que mejor sabía hacer: mentir.
Se paró junto a una señora mayor en la fila de venta de pasajes y comenzó a llorar fuerte. La señora, aturdida por el sonido de su llanto, volteó.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? –le preguntó amablemente. A Mentiritas le generó un poco de nostalgia la manera en que la señora se preocupó por él, ya que le recordó a su difunta abuela. Proyectó el recuerdo en su llanto, aumentando el escándalo que hacía.
—¿Te perdiste? –le insistió, al ver que no respondía ni cesaba de sollozar.
—No, yo no. –respondió Mentiritas entre lágrimas— Perdí el pasaje que me había comprado mi mamá para viajar a Mar del Plata, y mi abuela me va a estar esperando allá en la estación.
—¿Cómo que lo perdiste? ¿Lo buscaste bien?
—Sí, lo busqué por todos lados y no está. –Mentiritas seguía llorando, todavía más fuerte.
—Bueno, decime dónde vive tu mamá que te mando en un taxi así te compra otro.
A Mentiritas no se le había cruzado por la cabeza esa “brillante solución” que arruinaría todo su plan de que la señora se apiade y le pague un pasaje con su propio dinero.
—No. —le dijo, suspendiendo su llanto por unos segundos, ya que toda su energía se concentraba en pensar una mentira que lo salve. –Porque si mi mamá se llega a enterar que perdí el boleto, me va a pegar.
Mentiritas se quedó en silencio esperando que la señora se creyera eso. —…¿Pegar? –le dijo finalmente, frunciendo las cejas.
—Sí. –respondió— Es mucha plata, y no tenemos para pagar otro boleto más. Suficiente tengo que agradecer que me dejó viajar a mí de los quince hermanos que somos, porque soy el que tiene mejores notas y le da más besos y abrazos. –añadió, inspirándose en una novela que Clarita solía mirar para inventar lo de los quince hermanos.
—¿Pero… te pega fuerte? –preguntó la señora preocupada de estar ante un caso grave de violencia familiar.
—Sí, si se llega a enterar que perdí la plata me va a pegar muy fuerte, y esta noche no voy a poder comer arroz. Me va a mandar a dormir al suelo y sin cenar. –esta vez el llanto de Mentiritas era demasiado escandaloso, rozaba la exageración; pero por algún motivo pareció funcionar muy bien en la señora.
—Está bien, querido; no te preocupes. –le dijo, secándole las lágrimas— Mirá, hagamos esto: yo te saco ahora un pasaje para Mar del Plata, y vos cualquier cosa nunca lo perdiste. ¿Está bien?
—¿En serio? –preguntó, fingiendo sorpresa, y dejando de llorar.
—Sí, pero este no lo pierdas. ¡Cuidalo bien! –le pidió con una gran sonrisa.
—¡Gracias, señora! ¡Es re buena! ¡Ojalá tuviera una abuela como usted! –le respondió abrazándola, y sintió dentro suyo que eso era probablemente lo único que tenía una pizca de verdadero en todo su discurso.


Al día siguiente, Lucas y Julián estaban sentados en el sillón de la sala principal, mientras tomaban limonada con hielo para refrescarse un poco en el caluroso día de verano que estaba haciendo. Habían pasado los últimos dos días hablando de Coco. El hecho de que Lucas lo haya encontrado usando lápiz labial en el baño los había desconcertado mucho.
—¿Te acordás el día que entrevistaron a Sole para celadora? Estábamos viendo a las chicas los tres, y él solamente hizo un comentario sobre el bolso de una. A mí me parece que Coco es medio rarito. –dijo Julián.
—Sí, no sé… a lo mejor son las influencias de las chicas… ¿Vos qué decís que hagamos? –preguntó Lucas.
—Yo creo que tenemos que ir, preguntarle por qué tenía lápiz labial, y listo. –murmuró Julián, intentando simplificar la situación.
—¿Estás loco? Si le decimos eso lo único que vamos a lograr es que se asuste y no vuelva a hablarnos más. O lo que es peor… —Lucas no terminó lo que iba a decir, dejando a Julián expectante.
—¿Qué? –le preguntó después de unos segundos, con poca paciencia.
—Capaz hasta se va del hogar y no volvemos a verlo nunca más. –dijo finalmente con un gran esfuerzo. Julián pudo notar que a Lucas le asustaba mucho la idea de que Coco se fuese, aunque no podía entender por qué, ya que nunca se habían relacionado mucho.
—No creo que haga eso… ¿Quién va a querer dejar un lugar como este? –dijo Julián en un intento por hacer sentir mejor a su amigo.
—Coco siempre quiere hacerse el valiente, y no le gusta que nadie lo ayude… y menos que lo traten de intimidar. Estoy seguro que si se entera de lo que vi, no vuelve nunca más.
—¿Y a vos por qué te importa tanto lo que haga Coco? Si no se hablan casi.
Lucas se incomodó un poco. —¡Y, porque si no fuera por él nunca hubiéramos podido vivir en el puente! –dijo fingiendo el tono de voz.
—¿Estás seguro que es por eso? Te conozco, Lucas. Sos mi mejor amigo, a mí me podés decir la verdad. Contame.
Lucas no respondió de inmediato. –Es que… —comenzó a decir en un tono muy bajo, casi sin que se le entienda lo que decía –ya sé que suena raro, pero Coco… Coco me hace acordar a mi hermanita.
—¿Hermanita? ¿Tenés una hermana? –preguntó confundido Julián, casi sin creerle. Eran mejores amigos desde hacía muchos años, él debería haberlo sabido antes si eso era verdad.
—Bueno… sí… vivíamos juntos en el orfanato, yo la cuidaba siempre. Estábamos todo el tiempo juntos, hasta que un día la adoptaron y no volví a verla nunca más…
De repente de produjo un silencio, ninguno de los dos dijo nada. Lucas estaba lidiando con el dolor que conllevaba la pérdida más grande de su vida, y Julián estaba asimilando toda la información que acababa de recibir.
—¿Por qué no me enteré antes de esto? ¿Por qué no nos contaste a Mateo y a mí? –le preguntó finalmente.
—Bueno, es que no me gusta hablar de eso…
Se produjo otro largo silencio, hasta que Julián se dio cuenta de algo.
—¿Y qué tiene que ver todo eso con Coco? –le preguntó frunciendo las cejas.
—Bueno… ya sé que es raro, pero por algún motivo Coco me hace acordar a ella. Supongo que porque tienen más o menos la misma edad.
—Qué raro… ¿Qué vamos a hacer con él, entonces? –preguntó Julián.
—¿Qué van a hacer con quién? –preguntó una voz que se acercaba. Era Carola, estaba caminando con Tali hacia ellos.
—Eh, no, nada… ¿Qué hacen ustedes acá? –dijo Julián, sorprendido.
—¿Qué tiene? ¿Tenemos prohibido venir a la sala principal? –preguntó Tali, agresiva.
—No los pelees, Tali. Chicos, venimos a pedirles que nos ayuden.
—¿En qué quieren que las ayudemos? –preguntó Julián. Lucas no había dicho una palabra desde que llegaron, y no había despegado la vista del suelo. Julián lo sabía, y aunque le costaba hablar con Carola, estaba haciendo un esfuerzo por su amigo.
—Estamos aburridas, vengan a bailar con nosotras. Ya que dejé la competencia de baile, vamos a hacer una acá entre nosotras. Tali contra mí, pero nos falta pareja a las dos. Coco va a ser nuestro jurado, y nuestras parejas van a ser ustedes. –Carola le dedicó su mejor sonrisa a Julián, como si ser su pareja fuera una gran noticia que él estuvo esperando hace tiempo. Sin embargo, su reacción fue algo inesperado para ella.
—¡¿Dejaste el concurso de baile?! ¡¿Por qué?! –le preguntó con una mezcla de sorpresa y tristeza.
—Mmm… es un poco complicado de explicar, pero más que nada porque eso no es lo que busco. –hizo una pausa— Bueno… ¿Vienen?
—Perdonen, pero estamos cansados, y además estábamos hablando, y… —Carola lo interrumpió— Perdonen, chicos. Me expresé mal, no era una pregunta: ¡Vienen! –los tomaron de las manos, Carola a Julián y Tali a Lucas, y los llevaron con ellas.
En ese preciso instante sonó el timbre y Álvaro bajó por la escalera para atender. Abrió la puerta y vio que no había nadie. –Estos mocosos jugando al ring raje me tienen la paciencia por el suelo… — dijo para sí mismo.
—¿Le tienen la qué? –preguntó una pequeña voz.
Álvaro miró hacia abajo y se encontró con un pequeño niño de alrededor de 6 años, pálido y con pelo oscuro: era Mentiritas. –Ah, disculpame, nene. No te había visto. ¿Qué precisás?
—Estoy buscando a alguien que vive en esta casa. –había llegado a la calle Arboleda 301 por el remitente de la carta que Soledad le había mandado.
—Mmm… por tu altura, seguro que buscás a Mateo. –le dijo Álvaro, extrañamente simpático. Esta era probablemente la primera vez que trataba bien a un chico en su vida.
—No. –le respondió el niño, con un tono de picardía.
—Mmm… ¿A Lucas? –volvió a preguntar Álvaro.
—No, estoy buscando a una chica. –aclaró Mentiritas.
—¿A una chica? ¡Ah, ya sé! Seguro buscás a Carola. –le dijo Álvaro con una sonrisa.
—No, señor. Yo estoy buscando a Soledad. –sentenció Mentiritas, poniendo fin a su juego de adivinanzas.
—¿Soledad? ¿Qué Soledad?
—Soledad. Una chica de su edad, más o menos. Tiene pelo largo y siempre se viste con muchos colores.
Finalmente Álvaro supo a quién se refería aquel niño, y su sonrisa desapareció completamente; así como también su tono de voz cambió por uno más severo y amenazador. –Mirá, nene; acá no vive esa loca que se viste como payaso, así que andá a buscarla a otra parte. –y le cerró la puerta con fuerza en la cara.
Mentiritas se alejó unos pasos decepcionados y sacó la carta de Soledad, poniendo atención a la dirección del remitente y de la casa donde estaba parado. –Sí, es acá… Arboleda 301… —se dijo— Soledad está acá y ese señor no me quiere dejar verla. Voy a entrar por mi propia cuenta entonces.
Dobló por uno de los costados de la casa y, desde el patio, intentó abrir las ventanas que por algún motivo estaban cerradas a pesar de ser verano. Falló con las primeras, hasta que encontró una que ya estaba abierta: era la que daba al comedor. Vigiló que no haya nadie y se metió.
No puedo evitar dejar escapar un pequeño alarido de sorpresa. —¡Es re linda la casa de Soledad! ¡Y no solamente linda, es re grande! –se dijo, mientras inspeccionaba todo el cuarto. De repente, escuchó pasos que se acercaban. Él, apurado, saltó tras un sillón tan rápidamente que se dio un fuerte golpe contra una de las paredes del comedor, provocando que un pequeño trozo de madera roja en forma circular callera justo entre sus manos. —¡Rompí la casa!— pensó; pero ese no era el momento para lamentarse, tenía que impedir que lo vean si quería encontrarse con Soledad. Espió por uno de los costados del sillón y vio a un chico rubio y alto; pudo percibir un liderazgo natural en él al instante: era Lucas. —¡No queda más limonada!— gritó, y luego agregó —¿Quieren jugo de naranja?— parecía que le hablaba a alguien que estaba muy lejos. —¡No, está bien! ¡Ya fue, sigamos bailando! –le gritó una voz femenina y dulce, la de Carola, desde la sala de juegos; entonces Lucas se fue del comedor.
Tan pronto como volvió a estar solo, se subió al sillón para regresar ese trozo de madera roja a donde pertenecía. Después de varios segundos mirando detenidamente –el diseño de las paredes no ayudaba mucho a distinguir—, finalmente encontró de dónde había caído y, para su sorpresa, se encontró con un dibujo de una señora cuidando gatos. No era una señora amable, su mirada siniestra le heló la sangre. –Tengo que irme ya de acá, este lugar no me gusta… —se dijo con miedo, contrastando con la opinión que había tenido hace tan solo un minuto atrás. Dejó rápidamente la madera en su lugar cubriendo el dibujo, bajó del sillón, y se dirigió por la ventana hacia la calle, corriendo.
—Vi lo que hiciste. —le dijo una voz gruñona en la vereda, junto al hogar, una vez que había llegado allí. Mentiritas no pudo reconocerlo, pero era Sebastián, el vecino de los chicos que los había odiado desde el día que se mudaron.
—¿Quién sos? ¿Qué hice? –le preguntó asustado, aunque no tenía en claro si era porque lo habían visto, o por el dibujo que había descubierto en el hogar.
—Te acabo de ver salir de la casa de los mugrosos. –le contestó Sebastián, y agregó—: ¿Qué querías? ¿Les estabas robando? ¿O sus un huerfanucho nuevo?
—Yo no vivo acá. Solamente vine a buscar a una amiga, pero no la encontré, así que me voy.
—¿Quién es tu amiga? ¿Tali? ¿Carola? ¿Cuál de esas dos taradas?
—Mi amiga no es tarada. Se llama Soledad. Me dijeron que no vive acá, pero yo tengo una carta con esta dirección.
Entonces Sebastián lo recordó: Soledad lo había hecho empaparse en una ocasión, y arruinó también su cámara.
—¿Sabés una cosa? –comenzó a decirle, cambiando el tono amenazador por uno comprensivo— Soledad es mi amiga también. Antes vivía en el hogar, pero ahora tuvo que irse. ¿Sabés por qué? Porque los chicos que viven ahí la volvieron loca.
—¿En serio? –le preguntó Mentiritas, curioso y preocupado.
—Sí, le hacían de todo. La insultaban, le pegaban, le desordenaban las cosas… entonces ella no tuvo más alternativa que irse.
—¿Y dónde vive ahora?
—Eso no se lo puedo decir a cualquiera. ¿Cómo sé que vos no vas a hacerle lo mismo? Tendría que mudarse otra vez si la molestás, y yo no quiero que le pase eso a mi amiga Soledad.
—Yo también soy su amigo, mirá, me mandó esta carta. –le dijo Mentiritas mientras sacaba la carta para mostrársela a Sebastián, pero éste lo detuvo. –No. –le dijo— Con una carta no se puede comprobar nada. Vas a tener que ayudarme a mí, que soy su amigo, para molestar a los mugrosos que hicieron que se vaya. Si hacés eso, voy a creerte que sos amigo de Soledad y te voy a decir dónde está viviendo ahora.
—Bueno… está bien. ¿Qué tengo que hacer, entonces?


Lucas y Julián estaban bailando con Tali y Carola respectivamente, dejando a Mateo aburrido y solo en el cuarto de los varones, sin nadie con quien jugar. Podría haber pasado el tiempo con Coco si se lo pedía, después de todo el cargo de juez de concurso de baile no es tan importante, pero últimamente éste se había vuelto muy reservado y había adquirido como principal pasatiempo el esconderse en cualquier lugar del hogar que pudiera, así que Mateo estaba por su cuenta.
Pasó los primeros minutos de su soledad molestando a unos insectos en el patio trasero del hogar, pero después de haberlos torturado de todas las maneras posibles, la tarea ya se tornaba sumamente aburrida. De repente, mirando a su alrededor, tuvo una brillante idea: iba a investigar el laberinto hasta llegar al centro, ya que seguramente habría un cofre lleno de monedas de oro escondido ahí mismo. Pero había un problema: necesitaba alguien que lo ayudara a regresar a la entrada en caso de perderse; entonces decidió entrar al hogar y buscar a Coco, aunque no sabía dónde estaba, así que iba a tener que buscarlo y persuadirlo.
Investigó cada uno de los pasillos y cuartos que encontraba en su tour por el primer piso del hogar, pero no habían sido más que intentos fallidos. En uno de los cuartos estaba Álvaro con una chica, quien reaccionó con insultos y amenazas a Mateo por invadir su intimidad; en otro habían una pila de libros amontonados en el suelo, parecía como si alguien se hubiese frustrado estudiando; y en otro solo había oscuridad. Estaba a punto de cerrar ese último cuarto, hasta que de repente algo llamó su atención: entre toda esa oscuridad, se llegaba a filtrar un poco de luz en uno de los extremos, por debajo de lo que parecía ser una puerta. Se acercó cautelosamente y miró por la cerradura; alcanzó a distinguir alguien dando pasos por el cuarto, era un hombre, y aparentemente tenía una vestimenta muy descuidada. Entonces entendió todo: ese hombre era un ladrón, por eso estaba tan mal vestido, y quería lastimar a todos en el hogar. Del susto golpeó algo a su derecha, y varias cajas llenas de libros cayeron al suelo, haciendo un ruido lo suficientemente elevado como para que el hombre tras la puerta reaccionara. —¡¿Quién andá ahí?! –le gritó a Mateo. Este no respondió y se alejó lentamente intentando pasar inadvertido.
Un instante después, el hombre abrió la puerta y entonces Mateo pudo verlo con más claridad: era un hombre con mirada criminal, rulos oscuros desprolijos cubiertos por una boina casi destruida, y ropa todavía en peores condiciones. Era el vagabundo que había destruido la carta que estaba en la casa de Juana Velasco, el mismo que la había forzado a mudarse; pero era la primera vez que Mateo lo veía, por lo tanto no pudo reconocerlo. Huyó como si lo estuvieran persiguiendo, pero unos minutos más tarde notó que el vagabundo no había hecho el menor esfuerzo por perseguirlo… probablemente no era un ladrón, y nadie iba a creerle.


—¿Estás seguro que va a funcionar? –preguntó Mentiritas. Ambos estaban parados frente a la puerta de la casa de Sebastián.
—Sí, vos andá allá y hacé lo que te dije. Si no te equivocás, va a salir todo bien. –le indicó Sebastián. Toda la parte frontal de su casa estaba manchada por tomates y otro tipo de vegetales que ambos habían lanzado con la intención de culpar a los chicos del hogar. Mentiritas caminó un par de metros y se sentó en la vereda, justo cuando el papá de Sebastián y su hermana llegaban caminando por la dirección opuesta.
—¡Papá, mirá esto! ¡Mirá, mirá lo que hicieron! –le dijo Sebastián, con una falsa indignación.
—¡¿Qué?! Pero… ¡¿Qué es todo esto?! –preguntó su padre, contemplando confundido y sorprendido los tonos rojos y verdes que “decoraban” toda la parte delantera de su casa.
—¡Nos arruinaron toda la fachada! ¡Qué horror! –comentó Luciana, más indignada por lo que pudieran llegar a pensar de ella los demás, que por el hecho de vandalismo en sí.
—¿Vos no viste nada, Sebastián? ¿No sabés quién hizo esto? –le preguntó su padre.
—No, yo no vi nada. Acabo de llegar de dar un paseo. ¡Seguro que fueron los mugrosos!
—Sebastián, no acuses si no tenés pruebas. Que sean chicos sin padres no quiere decir que sean vándalos. –lo corrigió su padre.
—Disculpen, ¿Ustedes viven en esta casa? –preguntó Mentiritas, que se había acercado caminando, fingiendo curiosidad.
—Sí, ¿Por qué? ¿Vos sabés quién hizo todo esto? –preguntó Sebastián.
—Sí, fueron unos chicos que viven acá al lado.
—¡Viste, papá! ¡Yo te dije! ¡Fueron los mugrosos!
—No puedo creerlo… ya mismo voy a hablar con el responsable de estos chicos. –dijo su padre, con un leve tono de rabia moderada, y entró rápidamente al jardín delantero del hogar.
—¡Buenísimo, Menti! –le dijo Sebastián a Mentiritas, y chocaron sus palmas festejando el éxito de su plan.
—¿Perdón? ¿Ustedes se conocen? –preguntó Luciana, que se había quedado observándolos, perpleja.
—Sí. Bueno, no; pero esto era un plan nuestro, en realidad nosotros fuimos los que arruinamos la fachada. –le respondió su hermano.
—¿Vos sos tarado, Sebastián? ¡Mirá como nos dejaste la casa! ¿Qué van a decir si nos ve alguien del club?
—¡No seas exagerada, Luciana! ¡No nos va a ver nadie! Quedate tranquila que ahora en menos de cinco minutos van a venir esos mugrosos a limpiar todo. Estoy seguro.
Quince minutos más tarde, las paredes, ventanas, y puerta de la casa de Sebastián estaban siendo limpiadas con trapos y baldes de manera muy eficaz. Por supuesto que quienes se encargaban de la limpieza no estaban muy motivados, pero estaban obligados a hacerlo; después de todo… era su propia casa.
—No puedo creer que haya salido todo mal. ¿De dónde sacó papá todo ese discurso de “dar el ejemplo y poner la otra mejilla”? ¡Para mí que le lavaron el cerebro en ese hogar de porquería! –exclamó Sebastián.
—No sé, pero todo esto es tu culpa. ¿Quién te mandó a idear uno de tus “brillantes planes”? Yo me voy al shopping, quedate limpiando vos solo, tarado. –le respondió su hermana Luciana, indignada, y se retiró tirándole por la cabeza una esponja llena de espuma.
—¿Por qué estás limpiando vos? ¿Qué pasó con los chicos malos que asustaron a nuestra amiga? –le preguntó Mentiritas, que se acercó a él después de haberlo estado esperando en la esquina de la cuadra.
—¡Salí de acá, mocoso! –le respondió Sebastián, agresivamente.
—Bueno, pero decime dónde está Soledad.
—¡No te voy a decir nada! ¿No ves? ¡El plan fue un fracaso! –esta vez Sebastián ni siquiera se molestó en seguir mirándolo.
—¡Sos un tramposo! ¡Me dijiste que me ibas a decir! ¡Decime dónde está Soledad o voy y le cuento a tu papá lo que me dijiste que haga!
—¡Rajá de acá, mugroso! ¡No sé dónde está Soledad! ¡Te mentí!
—¡Bueno, entonces voy a ir y le voy a contar todo a tu papá! –dijo Mentiritas y corrió hacia la puerta, pero Sebastián lo detuvo.
—¡Esperá! No sé dónde está, pero sí puedo decirte por qué se fue.
—¿Y por qué se fue? Decime.
—Se fue porque, además de esos mugrosos, en esa casa hay cosas raras…
—¿Qué cosas raras?
—Fantasmas, brujas… no sé muy bien, creo que las dos cosas. Pero lo que sí sé, es que en esa casa no quiso vivir nadie hasta que llegaron ellos. Por eso se fue Soledad, tenía miedo. Así que tené mucho cuidado.
Mentiritas pasó el resto de la tarde vagando por la ciudad, sin saber qué hacer. Por la noche tomó valor y volvió al hogar: había hecho muchos sacrificios para llegar a Mar del Plata y tenía hambre. Si no iba a encontrar a Soledad, por lo menos iba a encontrar algo de comer en esa casa.
Robó algunas galletitas del comedor, entrando por la ventana sin que nadie lo viese, y se escondió en la casa del árbol que habían construido para los chicos en el jardín trasero. Estaba deleitándose satisfaciendo sus necesidades cuando creyó escuchar un sonido. —¿Será un fantasma? —pensó, y luego se echó a reír de la idiotez que acaba de cruzar por su mente: esa casa no estaba embrujada y Soledad no se había ido, Sebastián y Álvaro le habían mentido y Soledad estaba viviendo ahí como siempre. Finalmente decidió regresar por la mañana al día siguiente y volver a preguntar por Soledad a la luz del día, así que bajó de la casita del árbol y se dirigió al patio delantero para salir, pero no pudo: las rejas que daban a la calle habían sido cerradas con un candado. Probablemente habían hecho eso solo por seguridad, o quizás… alguien la había cerrado para que él no pudiera escapar.
Su segunda teoría se apoderó de su mente y comenzó a caminar atentamente hacia el jardín trasero, iba a pasar la noche en la casa del árbol y a la mañana siguiente iba a encontrar a Soledad; sí, eso era lo que iba a pasar. Cuando estuvo a punto de llegar, miró hacia la derecha, y vio alguien parado en la entrada del laberinto: era una nena de aproximadamente su edad, pelo rizado y desprolijo, vestida con una túnica blanca y sosteniendo un peluche con su mano derecha; aunque la oscuridad no le permitió ver su cara, pudo sentir su mirada observándolo y comenzó a oír un pitido muy elevado dentro de su oído. Totalmente asustado y desesperado, dejó escapar un grito y se escondió en la casa del árbol. Después de varios segundos, miró por la ventana hacia el laberinto: la chica se había ido. ¿Acaso acababa de ver un fantasma?

2 comentarios:

  1. OTRO capitulo fantastico!
    me encanta como escribes y espero ver pronto el siguiente capitulo
    una pregunta, en tu novela no va a parecer Josefina??

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  2. Muchas gracias, Lau! Tu novela también está muy buena; no suelo tener mucho tiempo libre, pero cada tanto me hago un ratito para leerla.
    En cuanto a tu pregunta (muy interesante, por cierto) te comento que Josefina no va a aparecer en esta primer parte de la novela (es decir, en los primeros 26 capítulos) ni tampoco en la segunda parte; aunque por ahora no descarto que más adelante sí. (como verás, estoy escribiendo muuuchos capítulos jaja)
    Saludos!

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"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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