Capítulo 14: Nuevos

Había amanecido bastante fresco ese día; el final de enero estaba anunciándose, y lo acompañaba un pequeño adelanto de brisa otoñal. Mentiritas se había encerrado en la casa del árbol toda la mañana, con miedo a que aparezca nuevamente la nena fantasma y le haga algo.
Por la tarde su hambre se hizo más grande que sus miedos y decidió entrar al hogar a buscar algo de comer, y encontrar a Soledad de una vez por todas. Después de todo, ahí dentro estaba a salvo de la nena fantasma, y su principal objetivo no era esconderse de ella, sino encontrar a su amiga. Por eso fue que viajó.
Entró por la ventana del comedor como la vez pasada, tomó algunos bocadillos de la mesa, y se dirigió a la sala principal con el objetivo de subir las escaleras y buscar el cuarto de Soledad. Tan pronto como pisó el primer escalón, oyó sonidos de pasos que se acercaban. No teniendo otra alternativa, corrió a esconderse detrás del gran sillón rojo de la sala principal.
Bajaban por la escalera todos los chicos, con cara de agobiados, a excepción de Mateo que se desesperaba por lograr que los demás le crean. Después de mucho reflexionar, había decidido contarles sobre el hombre que había encontrado el día anterior en ese cuarto oscuro del primer piso. Era más seguro arriesgarse a hacer el idiota antes que le roben todas sus pertenencias, o peor aún, que les hagan daño.
Como era de esperarse, ninguno de los chicos le creía.
—¡Callate, Mateo! ¡Estamos cansados de escuchar tus estupideces! –le ordenó Tali mientras contemplaba su bola de cristal, bajando a la sala principal.
—¡Pero les juro que es verdad! ¡Yo lo vi, y él también me vio! ¡Hay un hombre escondido acá! ¡Debe ser un ladrón! –insistía Mateo, con la esperanza de que alguno de sus amigos lo apoye y el resto de los chicos le crean.
—¡Basta, Mateo! No es la primera vez que nos mentís. No te vamos a creer que hay un tipo acá escondido. ¿Te pensás que no lo hubiéramos visto ya? –objetó Julián, mientras todos se sentaban, exasperados, en el sillón donde Mentiritas se había escondido.
—¡¿Qué decís?! ¡Si la casa es enorme! ¡Por favor, chicos! ¡Tienen que creerme! –insistió él.
—¡Basta, Mateo! ¡Me tenés harta con tu griterío! ¡No le vamos a creer nada a nadie que nos hable así y menos a un nabo como vos! –lo retó Tali, tan agresiva como de costumbre.
—¡Eh! ¡A mí no me digas nabo, bruja trucha! ¡Vos sos la que anda con esa bola de cristal por todas partes!  ¡Si sos bruja de verdad hubieras usado tus poderes para ubicar al tipo escondido hace mucho tiempo ya! –le reprochó Mateo, señalando despectivamente la bola de cristal que Tali llevaba entre las manos.
—¡A mí no me digas bruja trucha porque te convierto en sapo, enano!
—¿E-En… s-sapo? –preguntó Mateo, tartamudeando.
—¡Sí, en sapo! ¡Así que callate y no molestes más!
—Bueno, está bien, me voy… —respondió Mateo, pacífico— ¡Pero me llevo esto! –agregó rápidamente intentando arrebatarle la bola de cristal a Tali.
Ambos la sostenían fuertemente entre sus manos. Mateo intentaba llevársela para conservar su figura humana, y Tali luchaba por mantener alejado de Mateo el mundo mágico.
—¡Dámela, tarado! ¡Es mía! –le gritaba ella.
—¡No, no quiero ser un sapo! ¡Dámela vos así convierto en sapo al tipo escondido! –le respondía él, gritando igual de alto que ella.
—¡Pero vos no sabés hacer magia, tarado! ¡Dámela, es mía! ¡Yo la encontré!
—¡No me importa, voy a aprender!
El resto de los chicos se limitaba a observar con expresión de agotamiento el espectáculo que parecía haber llegado a su clímax. Finalmente, Mateo decidió soltar la bola de cristal, haciendo que Tali, accidentalmente, la lance hacia atrás.
Chocó con la pared, y calló detrás del sillón; pero no hizo el ruido de un cristal al caerse al suelo, sino más bien un “¡Ay!” con voz chillona de nene.
Apenas unos segundos más tarde, Tali le había sacado la bola de cristal a Mentiritas, lo había levantado a la fuerza del suelo, y todos formaron un semicírculo a su alrededor observándolo con una mirada entre la sorpresa y el enojo.
—¡¿Quién sos y qué hacés con mi bola de cristal?! –le gritó Tali.
—¡Callate, nena! ¿No ves que se golpeó? No estaba esperando que la tires para agarrarla, ¡Se estaba escondiendo de nosotros! –dijo Lucas.
—¿Entonces Mateo decía la verdad? ¿Vos sos el que se está escondiendo en el hogar? –preguntó Carola, amablemente. Probablemente era la que parecía tenerle menos mirada de pocos amigos a Mentiritas.
—¡Pero si ese no es un hombre, es un nene! ¡No debe ni haber dejado los pañales todavía!–se burló Julián.
—¡No, el que yo vi es un hombre de verdad! ¡No un nene de cinco años! –exclamó Mateo.
—¡Tengo seis! –se defendió Mentiritas, quien hablaba por primera vez.
—Bueno, no nos importa qué edad tengas. ¿Quién sos y qué hacés escondiéndote en nuestro hogar?
Mentiritas no respondió.
—¿Ah, sos mudito también cuando te conviene? Bueno, vamos a sacarte información a los golpes entonces. –lo amenazó Lucas.
—¡No, esperá! –gritó Mentiritas— Está bien… les voy a contar toda la verdad. Yo… yo vine acá para ayudar a mi papá.
—¿Quién es tu papá? ¿Qué tiene que ver tu papá con nosotros? –lo apuró Lucas.
—Mi papá es un espía. Me mandó acá porque está en una misión súper secreta y necesitaba mi ayuda.
—¿Qué decís? ¿Te pensás que somos idiotas? No te vamos a creer eso, nene. Decí la verdad. –intervino Coco.
—¡Es la verdad! –insistió él.
—¡Dale nene, hablá! ¿Quién te mandó? –volvió a preguntar Lucas, comenzando a cansarse.
—Fue el tarado de Sebastián, ¿No? Seguro sos amigo suyo o algo. –dedujo Coco.
—No soy amigo de ese chico. Él fue el que me obligó a tirar las cosas en su casa. –declaró Mentiritas en su defensa.
—¿Qué? ¿Qué cosas? –preguntó Lucas.
—No sé, unas verduras… dijo que era para que su papá se la agarre con ustedes.
—¡Con razón! ¡Yo sabía que había pasado algo raro! Contame… ¿Qué más te hizo hacer? –Lucas parecía más interesado en eso que en saber qué quería realmente Mentiritas.
—Yo venía caminando re tranquilo, cuando ese chico me apuntó con un rifle, entonces un águila gigante bajó del cielo con un montón de verduras, y él me obligó a tirarlas a su casa y echarle la culpa a ustedes.
—¿Eh? Eso es mentira. ¡Mirá que va a venir un águila gigante con verduras, o que Sebastián va a tener un rifle! –objetó Julián.
—¡Bueno, no importa eso! ¡Decí quién te mandó acá! ¡Dale! –gritó Tali.
—¿Qué pasa acá? ¿Por qué tanto griterío? ¿No pueden hacer silencio ni por cinco minutos ustedes? –dijo Álvaro, que acababa de bajar por la escalera, rezongando. Antes de que pudieran responderle o decirle algo, se detuvo a observar que uno de los chicos no tenía uniforme, de hecho… uno de los chicos no pertenecía al hogar. —¿Y este chico qué hace acá?
—¡Es un intruso, Álvaro! ¡Lo encontramos escondido acá atrás del sillón y no nos quiere decir qué hacía escondiéndose ni quién es! –respondió Lucas.
—Esperá… yo ya sé quién sos. ¿Qué hacés acá, nene? La salida está por esa puerta, te aviso. ¡Vení para acá! –le ordenó, y Mentiritas se acercó al primer escalón de la escalera, con Álvaro. Éste lo sujetó —¿Qué estás haciendo acá adentro? Decime.
—¡No sé! –le respondió Mentiritas.
—¿Cómo que no sabés? ¿Quién te mandó? ¡Vos sos el amiguito de Soledad! ¿Por qué la buscabas acá? –le preguntó Álvaro, perdiendo la paciencia.
—¿Conocés a Soledad? –intervino Lucas. —¿De dónde?
—Eh… —hizo una pausa para responder, sabía perfectamente que nadie podía saber nada sobre la verdadera vida de su amiga— Una vez, cuando Soledad lustraba zapatos en la calle… —comenzó a decir.
—¡Mentira, Sole era panchera! –lo interrumpió Mateo.
—¡Hacía las dos cosas! –le aclaró Mentiritas— Por eso tuvo problemas. Un día le lustró con mostaza el zapato a un mafioso, ¡Y le vendió un pancho con pomada al mismo tipo! Yo llegué justo cuando Soledad estaba tirada en la vereda… el mafioso le estaba apuntando con un arma enorme y la iba a matar. Entonces… le di un golpe de Karate al mafioso y cayó de cabeza en un cesto de basura. Ahí Soledad y yo nos dimos la mano, y desde ese día somos amigos para siempre por haberle salvado la vida. ¡Esa es tooooda la verdad!
Todos se quedaron en silencio, mirándolo fijo. Carola rió.
—¡Mentiroso! –le gritó Mateo.
—Aparte una mentira horrible, creo que es la peor que escuché en mi vida entera… —agregó Carola.
—¡Dejá de tomarnos el pelo, nene! ¡Decime! ¡¿Soledad te mandó?! ¡¿Esa desgraciada te mandó para seguir arruinándome las cosas?! –Álvaro se había puesto rojo con solo pensarlo, y gritaba cada vez más.
—¿Qué paza, zeñor? –Mencha acababa de pasar a la sala principal desde el comedor. —¿Por qué tanto griterío? ¿Ze rompió algo?
—¡Mire esto, Mencha! ¡Hay un chico acá que se metió de infiltrado en el hogar y ENCIMA es amigo de Soledad! –Álvaro hizo énfasis en la palabra “encima” para sobreentender el odio que le tenía a la mujer.
—¿Zoledad, zeñor?
—Sí, Soledad. ¿No la conoce? ¡No sabe la suerte que tiene, Mencha! ¡Ella lo mandó a este chico a averiguar cosas! ¡Estoy seguro!
—No zea exagerado, zeñor. Yo zí la conozco a eza Zoledad que uzted dize, no ez tan mala como pareze. Ez máz, a eze chico también lo conozco, ez un amigo en común que tenemoz con Zoledad.
—¿Qué? ¿Usted también lo conoce? ¿Y de dónde salió este pibe? –preguntó, ya un poco más calmado, pero muy agotado.
—Lo conozco de la calle, zeñor. Mire, uzted eztá muy eztrezado y preocupado ya con zuz cozaz, ¿Por qué no me deja que yo hable con el nene para que me diga qué eztá haziendo acá?
—¿Sabe qué? –dijo Álvaro después de pensarlo por un momento— Tiene razón, Mencha. La verdad que no sé qué haría sin usted, es un ángel. Le dejo al chico. –soltó a Mentiritas, y se dirigió al comedor con la mirada perdida.
—Vos, vení conmigo. –le susurró Soledad a Mentiritas y lo llevó con ella por la escalera. Llegaron a su cuarto y se sentaron en la gran cama de dos plazas que había justo en el centro.
—¿Por qué hiciste eso, Ezequiel? ¡Estuvo muy mal! ¿Vos sabés lo preocupada que estaba Clarita? ¡La pobre te buscó por todos lados!
—Ya sé, Sole. Perdoname, pero es que te extrañaba mucho.
—Tenés que prometerme que nunca más vas a volver a hacerlo, por favor.
—Está bien, Sole. Te prometo que no lo voy a hacer nunca más.
—Bueno… y ahora, decime algo. ¿Vos le dijiste a alguien algo sobre mí?
—No, no te preocupes. Ya sé que no tengo que decir nada. ¿Ese era el señor? El que me agarró… ¿Era él? ¿Qué hizo?
—Sos muy chiquito todavía para saber esas cosas, Mentiritas. No importa quién era ni qué hizo, lo importante es que él era el hombre que vine a buscar.
—¿Y por qué tenés que disfrazarte de tonta? ¿Por qué no te vestís como siempre?
—Eso es otra cosa de la que te quiero hablar. Acá en el hogar nunca me digas Soledad, decime Mencha. ¿Está bien? Es muy importante.
—¿Por qué?
—Es muy difícil de explicar… vos haceme ese favor, ¿Dale?
—Está bien, Mencha; pero con una condición.
—¿Qué condición?
—Nos tenemos que volver hoy mismo a La Boca.
Soledad rió. –No podemos, Menti. Vos sí te vas a ir, pero yo me tengo que quedar acá.
—¡Pero yo no quiero que te quedes! ¡Mirá si te agarra la nena fantasma!
—¿Cuál nena fantasma? –Soledad volvió a reír— Acá no hay nenas fantasmas, Menti.
—Sí hay… Yo la vi, estaba en el jardín, al fondo. Te lo juro, Sole. Perdón, Mencha.
—Bueno, hagamos esto: —Soledad tomó el teléfono inalámbrico que estaba junto a su cama— ahora mismo llamo a Clarita para que te venga a buscar, y yo me quedo un tiempito más y te prometo que la nena fantasma no me va a hacer nada.
—Pero no quiero estar sin vos de nuevo, Mencha. Por eso es que vine acá, sino me hubiese quedado con Clarita y los demás en el granero. ¡Por favor! Este es un hogar de nenes huérfanos, ¿No? Bueno, yo también soy huérfano. Me quiero quedar, por lo menos hasta que te vayas y nos vamos juntos.
—Pero Ezequiel, ¿Y Clarita? ¿No la vas a extrañar? ¿Y a los chicos de allá?
—Sí, pero más te voy a extrañar a vos si me voy.
—Igual no es tan fácil, no sé si a Álvaro le va a gustar la idea de tener un chico más acá, aunque sea por un tiempo. Ya suficientes problemas le causan los demás.
—Te prometo que me porto bien, Sole. –Mentiritas abrazó a Soledad— ¡Por favor, por favor, por favor!
—¡Bueno, bueno…! Está bien, voy a hablar con Clarita y Álvaro, pero si no están de acuerdo ellos dos, yo no puedo hacer nada y te volvés a La Boca. ¿Está bien?
—¡Gracias, Sole! ¡Sos re buena!
—Bueno, ahora andá con los chicos que yo me encargo de hablar con Clarita y Álvaro. ¡No te olvides! Yo soy Mencha, y no cuentes nada de mi vida.
—¡No te preocupes, Sole! Perdón, ¡Mencha! –Mentiritas cruzó la puerta y la cerró detrás suyo, se dirigió por el pasillo hacia el cuarto de los chicos.
Abrió la puerta y se encontró con un ambiente de gritos no muy amigable.
—¡Cortala, Mateo! ¡Ya te dijimos que no te vamos a creer! –gritó Julián.
—¡Uy, loco! ¡Son re giles ustedes! ¡¿Y se supone que son mis amigos?! ¡Los amigos se creen entre ellos! –respondió Mateo.
—¡Sí, y los amigos no se mienten entre ellos tampoco! –reafirmó Lucas.
—¿Y vos qué hacés acá? –preguntó Coco, que parecía ser el único que había notado que Mentiritas acababa de cruzar la puerta.
—Voy a quedarme a vivir acá, ahora este va a ser mi cuarto también.
—¡¿Qué?! –gritaron Mateo, Coco, Julián, y Lucas al mismo tiempo.
—Bah, todavía no es seguro. Sole tiene que convencer a Álvaro. ¡Eh, digo…! Mencha. –se corrigió Mentiritas.
—No te preocupes, nosotros ya sabemos que Mencha es Soledad. Los que no saben son los grandes. –le aclaró Coco.
—Bueno, elegí la cama que más te guste de las que están libres. –le dijo Julián.
—Esta. –dijo Mentiritas después de una pausa, subiéndose a la cama que estaba por encima de la de Coco, junto a la puerta.
—Bueno, ya que vas a dormir con nosotros, tenemos que conocerte un poco, ¿No? –dijo Lucas, y luego agregó—: ¿Cómo te llamás? ¿Cuántos años tenés? ¿De dónde conocés a Soledad? ¿Cómo entraste acá?
—Eh, bueno… son muchas preguntas. –declaró Mentiritas, y luego agregó—: Me llamo Ezequiel, pero todos me dicen Mentiritas. Tengo seis años, y ya les dije de dónde conozco a Soledad.
—No te vamos a creer ese cuento que te mandaste del mafioso, eh. –le aclaró Lucas.
—¡Uh, pero ustedes son re desconfiados! ¡A ese chico no le creían que vio un hombre escondido en el hogar, a mí no me creen cómo conocí a Soledad, y seguro tampoco me creen si les cuento lo que vi! ¡No creen en nada! –se quejó Mentiritas.
—¿Qué viste? ¡¿Un ladrón?! –se apresuró a preguntar Mateo, asustado.
—No, vi a una nena fantasma la otra noche en el patio. Estaba vestida de blanco y me miraba. Después desapareció.
Todos menos Mateo estallaron de risa. —¿Una nena fantasma? ¿Y qué pasó después? ¿Te raptaron los extraterrestres y te dijeron que no le cuentes a nadie? –se burló Lucas. Las risas aumentaron.
—¡Paren de reírse! ¡Yo sí le creo! –gritó Mateo, enojado.
Las risas disminuyeron un poco, mas no cesaron. —¿Vos le vas a creer a este? ¿Por qué te pensás que le dicen “Mentiritas”? Usá la cabeza, Mateo. Vamos, chicos. No estemos más con estos dos mentirosos. –dijo Lucas y, seguido por Coco y Julián, salieron del cuarto entre carcajadas y burlas.
Mateo se subió a la cama de Mentiritas y se sentó a su lado.
—Yo también te creí cuando escuché que contabas lo del señor escondido. –le dijo éste.
—Gracias, sos el único que me cree. Al principio no quería contar nada porque sabía que iba a ser así. Si fuera por los demás chicos, podría estar lleno de ladrones o de nenas fantasma y nadie haría nada. –le respondió Mateo.
—¿Y por qué no hacés algo?
—¿Cómo qué?
—Y… no sé. Podrías ir a revisar sus cosas, por ejemplo. –sugirió Mentiritas.
—¡Pero si entro a su habitación me puede hacer cualquier cosa!
—Pero antes fijate por la cerradura a ver si hay alguien. Además, no vas a estar solo, yo voy a ir con vos.
—Mmm… ¡Está bien! –Mateo hizo una pausa— Al final, aunque digas muchas mentiras sos buen chico –le dijo y estrechó su mano. Luego salieron del cuarto en busca de la habitación del señor desconocido.
—Es ahí— dijo Mateo cuando se ubicaba en el cuarto oscuro, haciendo referencia a una puerta de la cual sobresalían los reflejos de luz por debajo.
Ambos se acercaron y Mentiritas espió con un ojo por la cerradura. –Acá no hay nadie— le dijo.
—Bueno, ¿Entramos? –propuso Mateo después de un momento. Ninguno de los dos era realmente valiente a pesar de saber que la habitación estaba vacía, era como si a pesar de eso sintieran su presencia.
—Bueno, dale… —dijo Mentiritas y abrió la puerta. Ambos la cruzaron y la cerraron por detrás suyo. El cuarto era muy pequeño y estaba compuesto en su mayor parte por maderas sucias. Había una mesa con varias sillas ubicadas en el centro, y una puerta de madera oscura en el extremo opuesto a la puerta por la que habían pasado.
—¿A dónde llevará esa puerta? –preguntó Mentiritas, curioso. Se acercó e intentó abrirla, pero no pudo hacerlo. –Está cerrada con llave, seguro que acá esconde algo…
—¡Mirá eso! –exclamó Mateo, señalando con su dedo. Mentiritas miró a la dirección que le indicó Mateo y vio descansando en una de las sillas al muñeco de un payaso que medía la mitad que ellos. Los miraba como clavándoles los ojos en la frente.
—No me gusta ese muñeco… —comentó Mentiritas cobardemente mientras ambos se acercaban para observarlo.
—Tenemos que llevarle este muñeco a los chicos, es la única manera de que nos crean. –sugirió Mateo.
—¡Pero es re feo! –se quejó Mentiritas.
—¡Eso no importa, Mentiritas! Es solamente para que sepan la verdad, y después lo traemos acá de nuevo o lo tiramos a la basura.
—Bueno, está bien. Pero llevalo vos, yo no quiero tocarlo.
Justo cuando Mateo tomó el muñeco, la puerta que estaba cerrada con llave se abrió, y salió de ella el hombre que había espantado a Juana Velasco, y en su más reciente ocasión, a Mateo.
—¡¿Qué hacen?! ¡Suelten eso inmediatamente! –les gritó con su voz ronca.
Instintivamente ambos huyeron corriendo, y el vagabundo los siguió por detrás.
—¡Mateo! ¡Y vos, seas quien seas! –les gritaba— ¡Devuélvanme ese payaso ahora mismo!.
En su fuga, cuando el vagabundo ya casi los estaba alcanzando, llegaron al pasillo y no pudieron seguir corriendo porque los tres se chocaron con algo.
—¡¿Pueden tener un poco más de cuidado, chicos?! –les dijo una voz masculina. Era Tobías, estaba junto a Javier, y ambos acababan de ser envestidos.
—Disculpe, ¿Y usted quién es? –le preguntó Javier al vagabundo.
Aparentemente se habían cumplido los deseos de Mateo: ahora sí o sí iban a tener que creerle. Solo esperaba que el hombre no sea lo suficientemente peligroso como para que Javier y Tobías no puedan controlarlo entre ambos. ¡Pobre Mateo! Todavía no tenía ni idea de lo que ese hombre era capaz de hacer. Ni de lo que iba a hacer.

1 comentario:

  1. otro capitulo grandioso...
    me hace recordar tanto cuando veia rincon de luz....
    y mateo q era mi personaje favorito, sobre todo cuando se hizo novio de Laura....

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¿Qué es "Buscá la luz"?


"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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