Capítulo 19: Metamorfosis


La voz de Luciana era muy particular. La primera vez que la habían escuchado hablar había usado un tono de voz muy despectivo y arrogante, por lo tanto los chicos no habían tenido una muy buena impresión suya. Con el pasar de las semanas, esta nueva Luciana era casi irreconocible: su tono de voz transmitía una falsa dulzura que no todos podían percibirla muy bien; al menos no la parte de “falsa”, ya que aparentemente la única que la había reconocido bien había sido Malena.

—¡Paren, chicos! ¡No se peleen, por favor! —les decía a Lucas y a Julián mientras ambos, olvidando su eterna amistad, estaban agrediéndose violentamente en medio del cuarto de varones.

Ellos no podían darse cuenta, pero la voz de Luciana en realidad decía “¡Sigan, chicos! ¡Peléense, sí!”. Quizás ellos no habían podido percibir el mensaje entre líneas, pero su subconsciente sí; tras pronunciar estas palabras, la agresividad aumentó considerablemente.

Lucas tenía agarrado a Julián por el cuello mientras éste intentaba defenderse golpeándolo en el estómago. No era solo violencia física, ya que también se dedicaban tantos insultos que casi hicieron ruborizar a Luciana, y no precisamente de vergüenza.

Viendo que sus golpes en el estómago no hacían efecto, Julián tomó por una de las piernas a Lucas, y entonces ambos cayeron al suelo. Inmediatamente se levantaron y siguieron agrediéndose. Luciana ya no se molestaba en disimular su felicidad: observaba el espectáculo muy entusiasmada.

La pelea solo paró cuando Álvaro entró al cuarto y los separó.

—¡¿Pero qué es todo esto?! —les gritó mientras se ponía rojo como un tomate, no se sabía si por el esfuerzo de haber separado a dos preadolescentes o por la furia, quizás una combinación de ambas. —¡¿Dónde se creen que están?! ¡Esto es un hogar de huérfanos, no un ring de boxeo!

—¡Fue culpa de Lucas, él se me tiró encima! ¡Yo solamente me defendí! —gritó Julián.

Álvaro miró a Lucas esperando una respuesta por su parte. Después de varios segundos, éste reaccionó tan furioso como Julián. —¡Vos te estabas besando con mi novia!

—¡Yo no soy tu novia, tarado! —acotó Luciana.

—¿Ah, no? ¡Dale, contá! ¡Contá cómo nos besamos el otro día!

—¿Eso es verdad? —Julián la miró con tristeza a Luciana.

—¡Obvio que no! ¡Él me besó y yo me lo saqué de encima! ¡No sé qué le pasa! ¡Está obsesionado conmigo o algo!

—¡Basta! ¡No me interesa quién besó a quién! Lucas, salí del cuarto; y vos nena: taza taza, cada uno a su casa –soltó Álvaro.

—¿Qué? ¡¿Por qué?! ¡Que se vaya Julián! –se quejó Lucas.

—Bueno, yo me voy. Perdón si te causé problemas, nos vemos. –dijo Luciana y besó en los labios a Julián. Cuando cruzó la puerta, Lucas se lanzó furioso nuevamente para golpear a Julián, pero Álvaro volvió a detenerlo.

—¡Te dije que te vayas, Lucas! ¡¿Qué parte no entendiste?! –le gritó.

—Esto no termina acá –dijo finalmente Lucas, con la voz temblorosa, y salió del cuarto cerrando la puerta detrás suyo.

—¿Ahora estás más calmado? —le preguntó Álvaro a Julián.

—…Supongo que sí. ¿Qué pasa? ¿Por qué me dejaste a mí solo acá?

—Para informarte que te voy a ahorrar varios problemas: no vas a ser el encargado de hacer ningún isologo.

—¡¿Qué?! ¡No, Álvaro! ¡¿Por qué?!

—¡Ah! ¡¿Encima me preguntás por qué?! ¡¿Pero vos no tenés cara?! ¡Te agarraste a las piñas con Lucas! ¡¿Te parece poco?!

—¡Álvaro, no! ¡No fue mi culpa! ¡Fue él!

—No me interesa, ya me demostraste que por más talentoso que seas también seguís siendo un mocoso irresponsable. Le voy a dar este trabajo a otra persona, o hago el cartel sin imagen. No sé, pero vos no vas a tener nada que ver, eso te lo aseguro.

—¡Por favor, Álvaro!

—¡No, Julián! ¡BASTA! ¿Y sabés una cosa más? Esto se lo voy a ir a decir ahora también a tu amiguito Lucas: si los llego a ver peleándose una vez más, se van de patitas a la calle. ¿Te quedó claro?

—...Sí –respondió Julián con los ojos humedecidos de la bronca contenida.

 

 

En el cuarto de las chicas, Carola y Malena estaban a punto de tener su salida de chicas, pero antes tenían que decidir cómo iban a vestirse. Malena había perdido un poco el gusto por la ropa después de tanto tiempo usando corbata y pantalón, pero volver a usar cosas de chicas le devolvía el alma al cuerpo en cierto modo.

—¿Qué te parece este? —le preguntó Carola sacando un vestido rojo de los estantes.

—Mmm… muy formal. Quiero algo más casual, no quiero llamar tanto la atención. Es mi primera vez en mucho tiempo que voy a poder ser yo misma.

Siguieron buscando entre los estantes.

—Carola, mirá. ¿Y este? –Malena había sacado un saquito azul marino de otro de los estantes. Carola notó que su amiga lo miraba con un brillo especial en los ojos.

—Ese saquito es hermoso. En realidad es de Tali, pero usalo igual.

—Ah, ¿es de Tali? Entonces mejor lo dejo, Tali nunca se llevó muy bien conmigo. Me llega a ver con eso puesto y me mata.

—Usalo, no pasa nada. Después de tanto tiempo haciéndote pasar por Coco, te lo merecés. Tali no te va a ver, si antes de volver te vas a tener que cambiar otra vez. Dámelo que lo guardo en el bolso.

—Bueno… está bien. –Malena no estaba muy convencida, pero de todos modos le entregó el saquito a Carola.

Una vez que Carola se cambió, ambas salieron y caminaron unas cuadras hasta la parada del colectivo que las llevaba al centro de la ciudad de Mar del Plata. En el viaje en colectivo, Malena (quien todavía seguía vestida con el uniforme de varón del hogar) pudo escuchar a dos chicos más o menos de su edad haciendo comentarios sobre lo bien que se veía Carola. No pudo ver sus caras ya que estaba repleto de turistas, pero sí sintió un poco de ansias por que alguien diga lo mismo de ella cuando se vista de mujer.

Una vez que se bajaron en el centro, fueron directamente al shopping más importante de la ciudad, más precisamente al baño de mujeres, para que Coco pueda ser Malena. Salió del mismo muy feliz: el saquito le quedaba muy bien, estaba muy contenta con su imagen, y Carola no dudó en hacerle saber que a ella también le gustaba mucho su estilo.

Recorrieron varias tiendas de ropa para probarse algunas prendas, vieron una película en una de las salas de cine, tomaron un helado de frutilla con chocolate, y ahora estaban revisando los discos de la tienda de música. Apenas entraron, ambas fueron a la sección de música pop a buscar el último disco de Agustín Almeyda. Estaban revisando su tracklist y hablando de lo lindo que era hasta que una voz les habló por detrás.

—Disculpen, chicas; las vimos por acá hace un rato y son tan lindas que no pudimos evitar seguirlas hasta acá mi amigo y yo.

Malena y Carola se dieron vuelta. Se encontraron con un chico morocho de ojos verdes, junto a otro que pudieron reconocer como Sebastián, su vecino y el hermano de Luciana.

—¿Vos? No te había reconocido. ¿Qué hacés acá? —preguntó Sebastián a Carola.

—¿Qué? ¿Las conocés? —le preguntó su amigo.

—A ella sí, es una de las mugrosas que vive en el hogar. –le dijo a su amigo, y luego se dirigió a Carola— Disculpame, lo que pasa es que tu amiga es tan linda que no pude evitar fijarme en nadie más que en ella.

Malena tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa y el terror, y Carola no se quedaba atrás.

—Bueno, nos tenemos que ir. Nosotras no queremos saber nada con gente como ustedes. –dijo Carola y ambas comenzaron a caminar, pero Sebastián tomó del brazo a Malena.

—Esperá. ¿A vos no te conozco también? –le dijo.

Malena se tapó la cara nerviosamente en un débil intento por esconderse.

—No, ni idea. Nunca te vi en la vida. Chau –le respondió a toda velocidad y finalmente se fueron.

Su mala suerte era increíble: era el primer halago que recibía en muchísimo tiempo, y era de la persona de la que menos quería recibirlo. Eso sin contar que era probable que Sebastián descubra su verdadera identidad y arruine su secreto. Después de la mala experiencia, decidieron volver al hogar cuanto antes.

 

 

Pedro había estado todo el día trabajando para Álvaro, así que había decidido descansar en una de las sillas de su cuarto de trabajo. No era muy ético dormirse en horario de trabajo, pero estaba realmente exhausto y no daba abasto.

Sus dulces sueños se vieron interrumpidos por el ruido de la puerta. Creía que era Laura, pero enseguida se dio cuenta de que el ruido venía de la puerta del lado del pasillo. Se puso de pie enseguida creyendo que era Álvaro, e inmediatamente se borró de su cuerpo todo rastro de sueño al reconocer quién era.

—¿Qué hacés acá? ¿Qué querés? —preguntó Pedro. Sonó casi como un gruñido.

—Eh… vine porque me pareció escuchar ruidos de naves extraterrestres –le respondió Mentiritas.

—¡Mentiroso! ¡Decime la verdad! ¿Para qué viniste?

—¡No sé!

—Ah, ¿No sabés? Yo creo que sí sabés. Yo creo los dos lo sabemos muy bien. Vos viniste a ver a Laura.

—¡No, te juro que yo no la estoy viendo más a Laura! ¡No quiero que la señora de los gatos le haga algo malo!

Pedro no respondió. Se limitó a sentarse en su silla, mirando fijamente a la mesa con mirada preocupada y triste. Mentiritas no pareció notarlo, o al menos no le dio importancia ya que no le dijo nada al respecto.

—¿Me creés? —le preguntó entonces.

—Sí, sí… te creo. Ahora andate.

Mentiritas estuvo a punto de irse, hasta que advirtió algo.

—¿Y tu payaso? ¿Dónde está? –El payaso de Pedro, que normalmente estaba en la otra silla, ahora había desaparecido.

—No lo tengo. Se lo llevaron.

—¿Quién? ¿La señora de los gatos?

Se hizo un segundo de silencio. –Sí… —respondió finalmente Pedro.

—¿Por qué la señora de los gatos se robó tu muñeco? —Mentiritas corrió a la silla y pasó su mano por ella en busca de alguna señal. Se sentía áspera como la muerte de un ser querido.

—Se lo llevó para castigarme, como castigó a Laura.

—¡¿Qué le hizo a Laura?! —esta vez Mentiritas habló tan alto que estaba seguro que se lo había podido escuchar desde el pasillo, a pesar de la habitación contigua.

—Algo horrible… algo que no vas a poder creer…

—¿Qué? ¡Decime, Pedro! ¿Qué le hizo la señora de los gatos a Laura?

—Abrí el armario y comprobalo por vos mismo.

Mentiritas se dirigió rápidamente al armario y lo abrió. Dentro había un gato negro bebiendo leche de un tarro de metal.

—¿Esto quiere decir que…? –comenzó Mentiritas pero no se atrevió a terminar su sentencia.

—Sí… esa es Laura ahora. La señora de los gatos la transformó. Conseguí que me deje quedarme con ella a cambio de mi payaso, por eso ya no lo tengo más. –Pedro se veía deprimido hasta en la punta de los pelos.

—¡¿Por qué la tenés encerrada?! ¡A Laura no le gusta la oscuridad! –se quejó Mentiritas mientras sacaba al gato negro del armario y lo sostenía en sus brazos.

—¡Sí le gusta, es un fantasma! Si la tengo ahí es porque en el hogar no se permiten animales. ¡La llega a ver Álvaro y me quedo sin trabajo!

—¡La quiero tener yo! ¡Laura no es tuya solamente! ¡Yo soy su amigo también!

—¿Estás loco, borrego? ¡Te la llego a dar a vos y Álvaro la descubre en dos días! ¡Tendría que volver a la calle!

—No, pedro. ¡Te juro que la voy a esconder re bien! ¡Y si me llegan a descubrir digo que la encontré en la calle, vos no tuviste nada que ver!

—¿Y? ¡Eso no es suficiente! ¡Llegan a descubrirte y la van a echar a ella del hogar, no a vos! —Mentiritas interpretó eso más como un desafío que como otra cosa.

—No. Si la encuentran, te la devuelvo. Ahí la escondés vos y te juro que no te la pido nunca más.

—Bueno… está bien, te la dejo; pero con una condición.

—Sí, ¿cuál?

—¡Que no vengas NUNCA MÁS a molestarme! ¿Está claro?

—Clarísimo –le dijo Mentiritas, algo intimidado, y salió del cuarto sin despedirse, con Laura en sus brazos.

Una vez que verificó que no hubiera moros en la costa, salió al pasillo y buscó un lugar donde esconderla tras las puertas que no conocía. La mayoría de las puertas llevaban a cuartos oscuros sin ningún uso aparente, y no quería dejarla ahí ya que probablemente Laura se iba a asustar.

Después de varios minutos buscando sin éxito, decidió que iba a ser aún peor si alguien lo veía por los pasillos con un gato; por lo tanto, aunque no le gustaba tener que dejar a Laura en un cuarto tan feo, no tenia otra alternativa. La dejó en uno muy estrecho donde solo había un mueble antiguo lleno de fotos en blanco y negro que ni siquiera se molestó en mirar.

Dejó a Laura en el suelo del cuarto y corrió a la cocina. Luego regresó con un vaso de vidrio lleno de leche.

—Perdón, Laura, pero esto es lo mejor que pude encontrar en tan poco tiempo. Te traje un vaso de leche, espero que te guste. La compró Soledad, así que debe ser buena –le decía Mentiritas mientras dejaba el vaso junto a Laura y observaba su profunda mirada. Incluso le resultaba intrigante hasta en forma de gato. Se agachó frente a ella y la observó más de cerca.

—¿Qué se siente ser un gato? ¿Duele?

Laura maulló. Mentiritas lo consideró un “sí”.

—Bueno, me tengo que ir. No salgas de esta habitación, te voy a venir a visitar re seguido. Es muy importante que no te vean para que no te echen del hogar. ¿Está bien? Bueno, chau.

Mentiritas salió al pasillo y se encontró a Mencha en la puerta.

—¡Soledad! ¿Qué hacés acá? –le preguntó.

—¡Shhh! ¡Mencha, no Soledad! –le susurró.

—Bueno, perdón. Mencha, ¿qué hacés acá?

—¿Que qué hago yo acá? ¡Vos! ¿Qué hay en ese cuarto? ¿Qué hacías ahí? –Mencha se acercó a la puerta como para abrirla, pero Mentiritas se interpuso.

—¡Nada! ¡No te puedo decir!

—Ezequiel, decime o entro y me fijo yo misma.

—¡Esperá! Está bien, te voy a decir. –Mentiritas soltó un suspiro largo y luego comenzó a contarle— Lo que pasa es que estoy en una misión secreta con los chicos, y este es nuestro cuartel. Nadie puede verlo si no es parte de la misión.

—¿Qué clase de misión?

—No puedo decírtelo tampoco.

Soledad largó una pequeña risita simpática. –Qué bueno, pero yo soy su celadora así que no puedo permitir que tengan una misión sin saber de qué se trata. Ustedes son muy chicos y necesitan la supervisión de un adulto.

Mientras decía eso, Soledad abría la puerta a pesar de los esfuerzos que hacía Mentiritas para impedirlo. La poca luz que entró le bastó para distinguir a Laura acostada en el suelo, descansando.

Entró al cuarto llevando consigo a Mentiritas y cerró la puerta rápidamente al mismo tiempo que encendía la luz.

—Ezequiel, ¿Qué hace este gato acá? ¡No puede haber animales en el hogar, lo sabés muy bien!

—¡Es que no puedo dejarlo en la calle!

—Acá tampoco lo podés dejar, Mentiritas. Sos nuevo en el hogar, demasiado me costó convencer a Álvaro de que te incorpore. No hagas que se arrepienta. ¡Me prometiste que no ibas a causar ningún problema!

Mentiritas se quedó callado, así que Mencha siguió—: Si no sacás ya mismo a este gato del hogar, llamo a Clarita para que te lleve de nuevo a La Boca.

—¡No quiero volver al granero! —Mentiritas se estaba poniendo tan pálido como la leche en el vaso de Laura.

—Entonces sacá este gato de acá. Vos sabés muy bien que estoy acá por algo muy importante, no puedo dejar que lo arruines. Te estoy hablando muy en serio, Eze. Perdoname, pero el gato se tiene que ir.

—Dejame tenerlo el resto del día para despedirme de él. ¡Por favor, por favor! ¡Te juro que a la noche cuando todos estén durmiendo lo saco!

Soledad no respondió.

—¡Por favor, por favor! —insistió Mentiritas.

—Bueno, está bien. Pero si mañana vuelve a estar este gato acá, llamo a Clarita y te vas ese mismo día para La Boca y no volvés. ¿Está claro?
—Te lo prometo –dijo finalmente Ezequiel, aunque estaba cruzando los dedos por detrás. No iba a deshacerse de su amiga fantasma ni iba a volver al granero de La Boca donde solía vivir. Tenía que esconder a Laura donde nadie pudiera encontrarla, y solo había un lugar que era totalmente seguro: el laberinto misterioso.

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"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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