Capítulo 21: La otra cara de Sebastián


Eran las tres y media de la tarde y Malena estaba en una famosísima heladería ubicada en el centro de la ciudad con Sebastián. Se había cambiado de ropa en el patio del hogar –con ayuda de Carola y Tali— y lo había ido a buscar a las tres de la tarde puntual, como había prometido.

En el trayecto que caminaron entre su casa y la heladería, lo único que Malena quería era despedirse de él, volver al hogar, e inventarle alguna excusa para no tener que verlo nunca más (o al menos no como Malena). Por más que intentaba ser simpática –ya que no le convenía tenerlo de enemigo— le resultaba muy difícil pasar por alto sus malos hábitos como interrumpirla, reírse a carcajadas de anécdotas más crueles que graciosas, y –sin darse cuenta— empujarla mientras caminaban. Lo único que le gustaba de él era que no hablaba de otra cosa que de sí mismo, por lo tanto se iba a ahorrar tener que inventar muchas excusas.

—¿Te pasa algo? —le dijo Sebastián cuando ambos ya estaban sentados en la heladería, tomando el helado.

—No, ¿por qué preguntás?

—Estás muy callada, además estoy hablando todo el tiempo yo. Contame un poco de vos.

—Ahora que lo decís, este helado tiene un gusto un poco raro. Por eso debe ser. –Malena mintió, no era conveniente tener que hablar sobre ella.

—Probá el mío –le ofreció Sebastián, acercándole su cucharita de plástico con helado de frutilla. Después de dudarlo un poco, Malena reprimió una arcada y lo probó.

—¡Qué rico! —le dijo con voz placentera, pero mirada de asco. Sebastián pareció dejar pasar por alto eso.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —le dijo él entonces. Lo que a Malena menos le gustaba: que le hagan preguntas.

—¿Preguntas? Ehhh, no sé, soy una chica muy reservada…

—Me encanta que seas tan misteriosa. Me gusta mucho tu forma de ser, ¿sabés? Pero no te pongas nerviosa, solamente quiero saber por qué no estás viviendo en el hogar con tu hermano y el resto de los chicos.

—Eh… bueno… es una historia un poco complicada.

Malena se quedó en silencio unos segundos esperando que algo los interrumpa, o Sebastián se aburra de esperar y cambie de tema.

—Sí, te escucho –le dijo éste.

—Lo que pasa es que Álvaro, el dueño del hogar, es un poco machista. No le gusta nada que hayan chicas en el hogar, por eso solamente hay dos, ¿entendés? Yo vivo en la calle, pero igual de vez en cuando me meto al hogar sin que me vean.

—Mi papá es abogado, si querés hago que amenace a Álvaro con ponerle una denuncia por discriminación –sugirió Sebastián, aunque no esperaba una respuesta ya que mientras lo decía sacaba el celular de su bolsillo y marcaba el número de su padre.

—¡NO! —Malena cerró su celular de inmediato. –No le generes problemas a mi hermano, yo así estoy bien. ¿Para qué voy a querer vivir en esa casa vieja? Voy solamente los días que llueve o hace mucho frío, y en verano eso no pasa casi nunca.

—¿Estás segura?

—Sí, sí. No te preocupes por mí.

—Bueno, si querés también podés venir a mi casa un día. A mi papá le va a encantar recibir como invitada a una chica de la calle, y más a una tan linda como vos. –Sebastián acercó su mano hasta ponerla por encima de la de Malena. Le dedicó una media sonrisa y levantó una de sus cejas de forma seductora mientras se acercaba lentamente.

Malena desesperó. Era evidente que Sebastián estaba a punto de besarla, tenía que buscar urgente una excusa para distraerlo. Miró a su alrededor y por desgracia encontró la excusa perfecta: por detrás de Sebastián estaban entrando a la heladería María Julia, la tía de Álvaro, junto con su mejor amiga: Trinidad.

¡¿Cómo había podido arriesgarse tanto?! ¿Todos estos meses escondiéndose para ahora arruinarlo todo por salir con un idiota? No iba a permitirlo.

Se soltó de Sebastián y se escondió rápidamente debajo de la mesa. Le tocó la rodilla y le hizo una señal para que él bajara también.

—Perdoname. Me pasé de la raya, ¿no? Igual no me parece que sea para tanto como para esconderse debajo de la mesa –le dijo cuando estaban cara a cara, escondidos.

—Mirá… yo… —Malena no sabía qué decir. Tenía que salir sin ser vista, pero su tía y María Julia estaban en la entrada de la heladería, no tenía escapatoria. La única forma de lograrlo era con ayuda de Sebastián. –Necesito que salgamos de acá ahora mismo. Y necesito que me ayudes a esconderme, hay una persona en la entrada que no me tiene que ver; no te puedo decir por qué, pero por favor ayudame.

—Me estoy empezando a cansar un poco de tus misterios. No te voy a ayudar si no me decís por qué.

—Por favor, Sebastián; te prometo que después te explico, pero ahora ayudame. ¿Puedo contar con vos? Te necesito. —Malena lo tomó de las manos y le dedicó una intensa mirada de debilidad. Tuvo suerte: logró ablandarlo y Sebastián distrajo a María Julia y a Trinidad preguntándoles por la dirección de una calle mientras Malena salía por sus espaldas. Cuando terminó de hablar con ellas, salió él también y encontró a Malena temblando a algunos metros.

—¿Estás bien? –le preguntó acercándose.

—Vámonos de acá… —se limitó a responderle ella, y ambos comenzaron a caminar lentamente.

María Julia y Trinidad estaban saliendo de la heladería, indignadas.

—¡No puedo creerlo! ¡Qué falta de consideración! —se quejaba María Julia.

—Ese mocoso maleducado, tendríamos que haber hablado con su jefe para que lo echen de patitas a la calle –agregó Trinidad.

—Pero esto no va a quedar así, voy a hablar con Juan Ignacio para que venga y le ponga inmediatamente una demanda a esta heladería del demonio. ¡No pueden tratar así a dos damas como nosotras!

Ambas iban a ir en busca de un café o algún lugar donde poder charlar tranquilamente, pero María Julia notó algo extraño.

—Trinidad, mirá al chico que nos preguntó por las calles, fijate la chica que lo acompaña.

—¿La bajita?

—Sí. ¿Esa no es tu sobrina? ¿La que se escapó?

—No creo, esa mocosa se esconde muy bien. ¿Qué va a hacer en pleno centro de la ciudad?

Aceleraron un poco el paso y se acercaron todavía más a Malena y a Sebastián.

—Sí, esa es… —Trinidad se detuvo por un segundo y sintió los pies clavados en los adoquines— ¡¡¡MALENA!!! —gritó el nombre de su sobrina con tanta fuerza que casi todas las personas que estaban cerca suyo se voltearon, lo cual no era poco considerando que Mar del Plata era el centro turístico del país y que era pleno verano.

Malena volteó y vio a su tía corriendo en dirección suya. Sebastián reaccionó antes que ella, la tomó por un brazo y corrió adentrándose en un shopping reconocido por vender ropa ilegal y estar lleno de personas y puestos de venta. Era un lugar donde se hacía muy fácil esconderse; subieron rápidamente la escalera, se escabulleron entre un montón de gente, y se metieron en un espacio muy estrecho que había entre dos puestos de venta.

—¿Qué hacés? ¡Trinidad y María Julia me están buscando, nos van a ver! ¡Tenemos que irnos! –le dijo Malena.

—Este piso está repleto de personas y de puestos, van a estar varios minutos buscando antes de llegar acá. Mientras tanto explicame por qué te estás escapando de esas dos mujeres.

—Sebastián, no puedo… —Malena no podía siquiera mirarlo a los ojos.

—¿No te parece que me lo gané?

Sebastián tenía razón. Si no era por haberlas distraído y haberla forzado a esconderse, probablemente ya la hubieran atrapado; además si quería podía delatarla ahora mismo con su tía, quien estaba a tan solo unos metros de distancia. Tenía que decirle la verdad.

—Yo…te mentí. No soy quien creés que soy.

—…¿Cómo? ¿Quién sos?

—O sea, sí, soy Malena, y vivo en el hogar.

—Tampoco me tomes por tarado. ¿No te parece que ya me habría dado cuenta? No vivís en el hogar ese, si vivieras ahí ya te hubiera visto. Yo vivo al lado.

—Es que vivo ahí haciéndome pasar por otra persona… no tengo hermano gemelo, Coco soy yo vestida de varón –hizo una pausa para tomar aire. Sebastián no parecía reaccionar. —Una de las mujeres que están buscándome es mi tía, ella era muy mala conmigo así que me escapé, y para que no me encuentre inventé lo de Coco. Mi tía es también la mejor amiga de la tía de Álvaro, el dueño del hogar; por eso te pido por favor que no le digas nada de esto a nadie. Los chicos ya lo saben, pero no lo puede saber nadie más, y menos Álvaro. Por favor te lo pido.

Hubo un incómodo silencio que duró varios segundos en los que Sebastián miraba el suelo y Malena lo miraba a él.

—Entonces vos a mí me odiás… —dijo Sebastián, haciendo referencia a las reiteradas veces que Coco se había manifestado en su contra a lo largo del verano.

—No, no te odio. Al principio me caías mal, eso es verdad; y te dije que sí a salir con vos por miedo, eso también es verdad; pero gracias a cómo te estás portando conmigo me estoy dando cuenta que en realidad sos una buena persona.

Sebastián se quedó en silencio. Malena lo interpretó como una señal de su mente procesando tanta información junta.

—¿Puedo contar con vos para que guardes mi secreto? —le preguntó cuando se cansó de esperar, se sentía impaciente sabiendo que en cualquier momento podía aparecer su tía y arruinarlo todo.

—Está bien… —le respondió Sebastián después de unos segundos. —te prometo que no voy a decir nada. Ahora salgamos de acá.

Sebastián cubrió a Malena y, sin mirar, ella se vistió de varón volviendo a ser Coco. Salieron del shopping y él se ofreció a pagarle un taxi de vuelta al hogar.

—¿No venís vos también? —le preguntó Malena.

—No, me quiero quedar acá un rato, pensando…

—Está bien. Nos vemos, y gracias por todo –le dijo, y besó su mejilla para despedirse de él.

Sebastián se sentó en un banco de la peatonal para procesar mejor la información que había recibido. Durante los últimos dos días se había obsesionado por una chica que resultaba también ser secretamente uno de los mugrosos que vivían junto a su casa, y ahora tenía en su poder la opción de arruinar su vida.

Estaba volando en sus pensamientos cuando lo interrumpieron dos mujeres que lo tomaron por los brazos y lo sacudieron.

—¡Decime YA MISMO dónde está mi sobrina! –le gritó Trinidad.

Sebastián la miró sin comprender. Se había distraído tanto que ya le costaba un poco razonar.

—¡Respondé ya mismo o llamo a la policía! —intervino María Julia.

—Si yo fuera ustedes me soltaría ahora mismo. Soy hijo del importantísimo abogado Caride, y no pienso permitirles que se metan en mi vida privada, así que no les voy a decir con quién estaba ni dónde está mi acompañante ahora. Buenas tardes. –y se levantó y se fue.

 

 

Laura y Mateo estaban caminando por el túnel o laberinto, no se sabía muy bien cuál de las dos cosas era, así que lo llamaron “las tuberías”. Mateo no se fiaba totalmente de ella, no era lo más normal del mundo caerse por la chimenea, quedarse atrapado, y que una chica que asegura ser fantasma ofrezca su ayuda. Mientras la seguía, caminando junto a ella y su gato blanco, le echaba miradas de desconfianza. Por algún motivo, ahora la luz se había vuelvo a reducir considerablemente.

—¿Podés sacarme de acá? Estamos caminando hace como dos días. ¡Estoy cansado! –se quejó Mateo.

—No estuvimos tanto tiempo, apenas pasaron unas horas –le respondió Laura con mucha paz.

—¿Estás segura de que sabés por dónde salir? ¿Por qué tardamos tanto?

—Yo siempre salgo traspasando los túneles, soy un fantasma. La salida para humanos la conozco muy bien, pero está lejos, por eso estamos tardando tanto.

Siguieron caminando y doblando por los túneles por varios minutos más. Mateo empezaba a tener hambre además de cansancio, y estar en un lugar tan espeluznante y oscuro lo alteraba.

—¿Vos sos uno de los chicos del hogar, no? –le preguntó Laura para romper el silencio mientras seguían yendo hacia la salida.

—Sí, ¿cómo sabés? –entonces Mateo recordó lo que le había contado Mentiritas— ¿Vos sos la señora de los gatos? ¿O sos la nena fantasma?

—Ya me presenté. Soy Laura, la nena fantasma. ¿Y vos como te llamás?

—Mateo… —le respondió desconfiando— y sí, soy del hogar.

—Yo soy amiga de uno de los chicos de ahí. Bah, era.

—De Mentiritas, ¿no?

—Sí. —respondió Laura con un aire de nostalgia.

—¿Y por qué ya no son amigos? ¿Se pelearon?

—No, lo que pasa es que la señora de los gatos le hizo algo muy malo… y ya no podemos ser más amigos. –Mateo notó algo de tristeza en la manera que Laura usaba para hablar.

—¿Qué le hizo esa vieja a Mentiritas? —le preguntó sin entender.

—No te lo puedo decir. Me dijeron que si hablo, me lo van a hacer a mí también.

—¿Quién te dijo eso? ¿Ella?

—No, el señor que me cuida.

De pronto Mateo ya no veía a Laura como una chica rara de la cual estar asustado. Sintió empatía por ella y preocupación por Mentiritas: hacía poco tiempo que lo conocía, pero en algunas cosas conectaba con él bastante mejor de lo que había conectado con sus mejores amigos Lucas y Julián. Bueno, ex mejores amigos.

Mateo iba a preguntarle a Laura quién era el señor que la cuidaba, pero de pronto la luz del túnel aumentó. Esta vez más que la primera, ahora era casi como si el túnel estuviese totalmente iluminado, veía sumamente bien.

—¿Por qué la luz se prende y se apaga? ¿Y de dónde viene? —preguntó, pero Laura no le respondió porque tenía algo más interesante que decir.

—Llegamos —anunció cuando se detuvo en mitad de uno de los túneles. Se puso a observar uno de sus laterales en busca de algo, y Mateo la miró sin entender.

—¡Por fin llegamos! ¿Y ahora qué estás haciendo?

—Estoy buscando algo, tiene que estar por acá… —Laura inspeccionó el lateral detenidamente por varios segundos. Estaba lleno de varios botones y palancas. —Acá está –dijo finalmente.

—¿Ahora qué va a pasar? —le preguntó Mateo, ansioso por salir del encierro.

—¿Estás listo?

—¿Para qué?

Laura no respondió. Pulsó uno de los botones y el túnel comenzó a temblar.

—¡¿Qué hiciste?! ¡Un terremoto! —Mateo la miró aterrado con la boca abierta.

—Quedate tranquilo, no es un terremoto. Estamos volviendo a la chimenea.

El temblor cesó y Laura subió por una escalera que había colgada de la parte de arriba del túnel. Mateo no la había visto antes, no sabía si se había aparecido al pulsar el botón, o simplemente había mirado en otra dirección.

—¿Qué pasa? ¿No querés volver al hogar? —le dijo desde arriba, con su gato blanco en brazos.

—Sí, sí. –Mateo subió. Inmediatamente toda la luz desapareció del lugar, y la poca que ingresaba era por un lugar que Mateo reconoció como la chimenea del hogar.

Entre los dos abrieron la reja y salieron a la sala común del hogar, Mentiritas estaba dando vueltas, murmurando algunas palabras para sí mismo. No se había percatado de la presencia de Mateo, y mucho menos de la de Laura.

—Pedro me va a matar, la señora de los gatos me va a doble matar, y yo me voy a triple matar. ¡¿Cómo pude ser tan tarado?! ¡Dejé a Laura en el laberinto y ahora no la encuentro! –se decía, muy nervioso.

—Acá estoy –le dijo Laura con una sonrisa. Mentiritas se refregó los ojos para asegurarse de que estaban viendo bien. Corrió a abrazarla.

—¡Laura! ¡Estás acá! —le dijo. Entonces notó que no estaba sola. –Y… ¿Mateo? ¿Se conocen?

—Me caí por la chimenea y ella me ayudó a volver. Es re copada tu amiguita la fantasma. –le aclaró Mateo, y luego agregó—: Bueno, disculpen pero me estoy muriendo de hambre así que me voy a la cocina a ver qué como. ¡Gracias Laura! —y salió corriendo a una velocidad que no dejaba nada que envidiarle a los más grandes del hogar.

—¿Cómo hiciste? —le preguntó Mentiritas.

Laura no le respondió, en su lugar le hizo otra pregunta. —¿Cómo puede ser que te hayas transformado? Si vos sos Mentiritas… ¿quién es este gato?— le preguntó haciendo referencia al gato que tenía en brazos.

—¿Cómo hiciste vos para transformarte? Pensé que te había perdido en el laberinto.

—¿Que me perdiste? ¿Cómo? —le preguntó Laura.

—Sí, Pedro me dijo que la señora de los gatos te había convertido en un gatito, entonces te escondí en el laberinto para que no te echen del hogar, pero ahora no te puedo encontrar.

—¿Pedro te dijo eso? No puede ser, a mí me dijo lo mismo, pero al revés: que la señora de los gatos te había convertido en este gatito, y te iba a esconder en las tuberías del laberinto porque no me dejaba conservarte.

Se quedaron varios segundos en silencio, reflexionando.

—¿Por qué Pedro nos mentiría?

El gato que Laura tenía en brazos saltó y salió en dirección al jardín trasero.

—¿Y si esos gatos son versiones felinas nuestras? Porque ese se fue para el lado donde te puse, seguro te fue a buscar a vos –sugirió Mentiritas.

—No, los gatos de por acá se van todos al laberinto. Bueno, en realidad al centro del laberinto.

—¿Por qué?

—No sé, Pedro nunca me lo quiso explicar. Supongo que para esconderse de la señora de los gatos, o al revés, para estar con ella.

—¿Vos decís que esa señora está en ese laberinto?

—No sé, solamente es una idea…

Entonces escucharon una voz ronca que venía desde la escalera. Pedro estaba observándolos con una mirada casi asesina.

—Laura, andá inmediatamente a tu cuarto antes de que te vea alguien.

Laura no dijo nada.

—¡YA! —le ordenó severamente Pedro. Laura le hizo caso y traspasó la pared por detrás suyo.

Pedro se quedó mirando a Mentiritas desde arriba, sin decir otra palabra, pues no era necesario… su mirada era más que suficiente. Mentiritas sabía que haber visto a Laura con él tan temprano, arriesgándose a que la vea cualquiera, era la gota que había derramado el vaso; pero él no tenía miedo: Pedro les había mentido a los dos, quería tener a Laura encerrada para siempre. Fue entonces cuando por primera vez se le ocurrió que, quizás, la señora de los gatos haya sido otro de sus inventos.

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¿Qué es "Buscá la luz"?


"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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