Capítulo 13: Sin más alternativa
10:04
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Buscá la Luz
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Trinidad llegó al hogar unos minutos después y, motivada por
Soledad, Malena se fue con ella sin resistirse; pero no le iba a dejar las
cosas tan fáciles: no le dirigió una sola palabra, ni siquiera una de odio.
Su tía la llevó al lugar donde iba a vivir a partir de ese
momento: una lujosa casa en el barrio más caro de la ciudad, con varias
habitaciones, un jardín reluciente, y al menos cinco empleadas domésticas. Pero
a Malena todas estas comodidades no le decían nada bueno
, sino al contrario, le recordaban la clase de persona que era su tía. Excesivamente conservadora, le daba ella misma unas torturantes clases particulares de comportamiento femenino. Estas clases se dividían en costura, cocina, modales, y danza clásica. Cada vez que Malena quemaba un poco los pasteles o caía mal en una double pirouette, era castigada con golpes y encierros que llegaban a durar hasta veinticuatro horas.
, sino al contrario, le recordaban la clase de persona que era su tía. Excesivamente conservadora, le daba ella misma unas torturantes clases particulares de comportamiento femenino. Estas clases se dividían en costura, cocina, modales, y danza clásica. Cada vez que Malena quemaba un poco los pasteles o caía mal en una double pirouette, era castigada con golpes y encierros que llegaban a durar hasta veinticuatro horas.
Atormentada por la terrible vida que su tía le hacía llevar,
Malena había escapado y había inventado la identidad de Coco. Su plan original
era volver con su padre, quien había desaparecido misteriosamente de un día
para el otro; pero al no poder hallarlo, no le quedó otra alternativa que ir a
vivir con el resto de los chicos a Rincón de Luz.
Ahora, de nuevo en esa terrible casa donde había sufrido
tanto, los fantasmas de su pasado nuevamente le querían hacer la vida
imposible. Malena había decidido que si su tía volvía a intentar a obligarla a
tomar una de esas clases, ella volvería a escapar, y esta vez lo haría bien;
pero para su sorpresa, su tía no solo no mencionó esas clases, sino que se
mostraba cálida y amable con ella; de todos modos Malena no iba a dejarse
engañar, ella sabía muy bien que seguramente en unos días Trinidad volvería a ser
la misma bruja que había sido toda la vida.
Esa noche tuvo un sueño. Soñó que su tía escondía en la
mesita de luz junto a su cama una llave, y que con esa llave Malena podía abrir
una puerta que nunca antes había visto; le robaba la llave a su tía, y tras la
puerta se encontraba con su padre, quien la abrazaba emocionado; finalmente, su
padre discutía con Trinidad, y ambos volvían a vivir juntos en su casa de
antes, sin ver a Trinidad nunca más.
Malena despertó a la mañana siguiente con la sensación de que
había tenido algo más que un simple sueño. Siendo las diez de la mañana,
todavía sin haberle dirigido la palabra a su tía, y sabiendo que, al igual que
Álvaro, solía dormir hasta después del mediodía, decidió escabullirse en su
cuarto y revisar qué había en el cajón de su mesita de luz.
Le costó un poco evadir a las empleadas domésticas, sobre
todo a la que había decidido ponerse a limpiar el pasillo justo a esa hora,
pero lo logró. Entró silenciosamente al cuarto de su tía y cerró la puerta por
detrás suyo. El cuarto seguía exactamente igual a la última vez que lo había
visto: dos ventanas grandes dejaban entrar la luz del sol, un espejo todavía
más grande en un extremo, y en el otro un armario enorme.
Malena se acercó a abrir el cajón, pero apenas le puso una
mano encima, una voz la detuvo.
—¿Qué estás haciendo, Malena? —Su tía, aparentemente
dormida, la observaba ahora con los ojos abiertos. Malena no dijo nada, en
parte porque no supo qué decir, y en parte porque quería seguir con su protesta
de silencio. —Te pregunté qué estás haciendo. Respondeme, por favor —insistió
Trinidad. “Por favor”, a Malena le sorprendió mucho oír esas palabras, no
estaba segura de que alguna vez su tía le haya pedido algo “por favor”.
—¿Qué tenés acá adentro? —le preguntó Malena, sacando
fuerzas sin saber muy bien de dónde, y rompiendo la ley de hielo.
—¿Quién te dijo que tengo algo? ¿Una de las empleadas habló
con vos?
—¿Entonces era verdad? —Malena no lo podía creer. De verdad
su tía había sido la culpable de alejarla de su papá, de la persona que más
amaba en el mundo, la única que la había tratado bien en su vida. Llena de
rabia y dolor, le reprochó todo lo que tenía que reprocharle. —¡Sos una turra!
¡Yo estaba re bien con mi papá hasta que vos viniste y me trajiste acá! ¡¿Qué
le hiciste?! ¡¿Lo tenés encerrado?! ¡¿Acá adentro está la llave?!
—Esperá, Malena; no tenés ni idea de lo que estás diciendo.
Yo acá no tengo ninguna llave.
—¡Dejá de mentirme! ¡Decime la verdad por una vez en tu
vida!
—¡Está bien! —le dijo finalmente Trinidad, elevando la voz.
—¡¿Querés saber que tengo acá?! ¡¿Querés saber por qué tuviste que venir a
vivir conmigo?! ¡¿Eso querés?! —Trinidad abrió el cajón, sacó un papel, y se lo
entregó a Malena. —¡Ahí tenés el motivo!
Malena tomó el papel desconcertada y comenzó a leer:
“Trinidad:
Sé que nunca tuvimos
una buena relación. Nuestras peleas fueron más que las de dos hermanos, nuestra
forma de llevarnos siempre rozó la enemistad, y los códigos de familia siempre
fueron una burla para nosotros. Nuestras vidas tomaron rumbos muy diferentes:
tus años de estudio te valieron ser reconocida como la mejor profesora de danza
de la ciudad, y probablemente del país; mientras que yo decidí tomar un estilo
de vida más sencillo y alimentarme a diario de las sonrisas que mi hija me
regala.
Es por ella por quien
te escribo, es ella el motivo por el cual, después de tanto tiempo, volvemos a
estar en contacto. Teniendo en cuenta que mi enfermedad avanza cada día más y
más, y que los médicos me dieron la triste noticia de que me queda muy poco
tiempo de vida, te pido por favor, por lo que más quieras en el mundo, que
cuides a Malena como si fuese tu propia hija.
Sé que no tenés
instinto maternal, sé que Malena y vos casi no se conocen, pues apenas se
vieron en las navidades que fuimos a pasar en tu casa, y sé que sos la única
familiar viva que me queda en el mundo; por eso es que te pido que hagas una
excepción con Malena y, en lo posible, despiertes en vos ese lado materno que
naturalmente tenés como mujer.
A pesar de todo, creo
que va a ser muy bueno para ella poder crecer junto a una figura materna. Ya
tiene casi ocho y, dentro de algunos años más, cuando yo no esté, ella va a
entrar en la adolescencia y va a necesitar una madre que la contenga y la
aconseje. Te pido por favor que vos seas esa madre, que la eduques, la críes, y
la guíes todos los días para ser una mejor persona.
Espero que al leer
esta carta no reacciones con odio, sino con empatía. Mi más sinceras disculpas
por las molestias ocasionadas, pero realmente necesitaba encargarte esto para
que tu hermano finalmente descanse en paz.
Cuento con vos,
Mario Cabrera.”
Malena leyó una y otra vez la carta, como si no creyera lo
que sus ojos le decían. Finalmente, después de varios minutos, lágrimas aparecieron
en sus ojos y se atrevió a romper el silencio. —Entonces… ¿Él está…?
—…Sí, Malena. Lo lamento muchísimo.
—¿Mi papá se
murió? —volvió a preguntar.
—¿Ahora entendés por qué tuviste que venir a vivir conmigo?
Yo no lo obligué a nada, simplemente estaba haciéndole el favor más importante
que le hice en su vida: cuidarte como si fueras mi hija.
—Esto no puede ser… es mentira, sí; seguro es mentira… ¡Lo
inventaste todo vos! ¡¿Dónde está mi papá?! ¡Quiero volver con él! —insistió.
—¡Malena, esto no es mentira! ¡Tenés que entrar en razón!
—Trinidad hablaba con un tono suave y cuidadoso. Inspiraba paz, algo
verdaderamente inusual en ella.
—¿Ah, sí? ¿Vos decís que entonces me criaste como a tu hija?
—la desafió Malena, con bronca—. ¿A tu hija vos la encerrarías y le pegarías si
no le salen bien las idioteces que le querés enseñar? ¡Contestame!
—Malena, tenés que entenderme. Yo nunca fui madre, no nací
para ser madre, y nunca tendría que haber actuado como madre. Nunca tuve la
menor idea de cómo criar un hijo, hice lo mejor que pude; y sí, capaz me
confundí, hice cosas que no tendría que haber hecho, pero lo que vos hiciste me
abrió los ojos y te prometo que no lo voy a repetir.
—¡No te creo nada! ¡Bruja! —Malena comenzó a correr por el
cuarto a abrir todos los cajones y las puertas del armario, revisándolas—.
¡Papá! ¡Papá! ¡¿Dónde estás, papá?! ¡Vení y llevame de nuevo con vos!
—¡Malena, pará! ¡Tu papá está muerto!
—¡¿Cómo podés decírmelo así?! ¡Insensible!
—¡¿Te pensás que a mí no me duele también?! —estalló
Trinidad—. ¡A pesar de todo, tu papá era mi hermano! ¡Yo lo quería! ¡¿Por qué
creés sino que le hice caso a lo que me pidió en esa carta?! Yo nunca,
escuchame bien, NUNCA quise ser mamá; y si hice una excepción fue por amor.
Dejá de culparme de cosas que no hice y abrí los ojos, que esto me duele tanto
a mí como a vos.
Malena se quedó callada, llorando más que nunca. Entonces
vino a su mente esa conversación tan significativa que había tenido con su
padre antes de haberse ido de excursión. Aquella tarde su padre le había dado
una charla haciendo especial hincapié en mantenerse fuerte, ser valiente, y las
recompensas de resistir a los tiempos más difíciles. Malena entendía todo
ahora: su padre no había ido a ninguna excursión, había ido a internarse, y le
había mentido para ahorrarle el dolor; pero se había equivocado, porque ahora
el dolor le había llegado todo junto. Y la tortura de vivir con su tía,
mientras Malena dudaba entre si Trinidad la había forzado a vivir con ella o su
padre la había abandonado, todo eso había sido planeado. No había ningún cabo
suelto, la única persona en el mundo que quedaba para Malena era ella, su tía.
Sin ser muy consciente de sus movimientos, Malena avanzó
lentamente hacia Trinidad y la abrazó casi por compromiso. Y ese día, con los
rayos del sol como testigo, una bandera blanca se izaba en la residencia
Cabrera: la guerra entre tía y sobrina llegaba a su fin, y esperaban poder
aliviar juntas el dolor que había dejado la pérdida de Mario, conforme iban
dejando atrás sus conflictos. Las heridas, tarde o temprano, iban a comenzar a
sanar; después de todo, no tenían otra opción.
En el segundo primer día de trabajo de Soledad en el hogar
(y el primero siendo ella misma), las cosas le fueron mucho más fáciles, pues
nadie le estaba tomando un excesivamente agotador examen con el objetivo de
encontrar una excusa para despojarla del cargo, ya que la máxima autoridad del
hogar era quien había decidido contratarla inmediatamente tras ver la
influencia que esta ejercía en los chicos.
Cuando los recibió al regresar del colegio, los chicos no
podían creerlo: sin previo aviso, Soledad había vuelto a sus vidas, y esta vez
sin ningún disfraz de Mencha. Todos corrieron a abrazarla cuando ella, con
total naturalidad, los invitó a pasar al comedor a disfrutar del excelente
desayuno que Javier —a quien María Julia había decidido contratar como
cocinero, ya que no le gustaba que esté merodeando por el hogar sin una función
asignada— les había preparado.
—¡No lo puedo creer! —dijo Lucas, cuando concluyó el abrazo
grupal—. ¿Cómo conseguiste volver al hogar?
—¡Eso! ¿Cómo hiciste? Porque no debe haber sido nada fácil
—señaló Carola.
—Bueno… en realidad yo no tuve que hacer nada —respondió, y
era cierto: Soledad solo se había mostrado tal cual era—. María Julia vio cómo
me hicieron caso y creyó que era mejor tenerme de amiga que de enemiga.
—Y no se equivoca —acotó Lucas, provocando risas generales.
—¡Esa señora es re mala, Sole! ¡Nos hace limpiar,
despertarnos re temprano, comer una comida horrible! ¡Y tiene un tatuaje de
“666” en la frente! —se quejó Mentiritas.
—¿De qué hablás, pancho? María Julia no tiene ningún tatuaje
—le dijo Mateo.
—¡En serio! ¡Lo que pasa es que hay que usar rayos
supersónicos para poder verlo bien!
—El chico tener razón —dijo Tali con su voz robótica.
—¿Y vos desde cuándo le das la razón a las cosas que inventa
Mentiritas? —preguntó Julián sorprendido.
—Menos charla y más acción, chicos. Pasen al comedor y
seguimos hablando allá, que si llegan tarde al almuerzo me van a retar a mí
después —insistió Soledad.
Los chicos le hicieron caso y pasaron al comedor. Al
sentarse en la mesa notaron algo increíble: además de la sustancia extraña que
María Julia les obligaba a comer todos los días, ahora había también algo más.
—¡Qué rico! ¡Comida de verdad! ¡No lo puedo creer! —gritó
Mateo.
—¡Shhh! —se apresuró a chistar Soledad, y susurrando
agregó—: Coman rápido, antes de que venga la directora. Con Javier pensamos que
es inhumano que los obliguen a comer esa cosa rara, así que desde hoy les vamos
a dar un poco de comida real, siempre y cuando guarden el secreto.
—¡Sos una genia, Sole! —le agradeció Laura. El resto de los
chicos la apoyaron, y comieron apresuradamente.
—Y contanos: ¿qué dijo Álvaro cuando se enteró que ibas a
volver a ser celadora? —preguntó Julián.
Soledad iba a contestar, pero alguien la interrumpió. —¿Qué
hacés vos acá? —Álvaro acababa de abrir la puerta de la cocina, y estaba mirando
directamente a Soledad—. ¿No te dije bien clarito que no te quería volver a ver
por acá? ¿Me vas a obligar a llamar a la policía o qué?
—¡Dejala en paz, Álvaro! —la defendió Lucas.
—¡Vos callate!
—Ningún llamar a la policía. Tu tía, la nueva directora de
este hogar, aparentemente no es tan terca como otros, y se dio cuenta de que
soy la más capacitada para este puesto… así que me contrató —le explicó.
—¡Mi tía no tiene autoridad para hacer eso!
—Es la directora.
—¡No me importa! ¡El hogar sigue siendo mío!
—En eso te equivocás, Álvaro. —María Julia acababa de entrar
al comedor desde la sala principal. —Ser directora me da derecho a contratar y
despedir a mi criterio. Vos, como propietario del hogar, si considerás que mi
decisión es errónea, debés elaborar una fundamentación, y francamente, con lo
capaz que es la señorita Soledad, dudo que puedas elaborar una.
Álvaro hizo un segundo de silencio para procesar la
información y le pidió a María Julia apartarse por un momento para hablar en
privado. —Escuchame, Tía, ¿Cómo me vas a hacer esto? Esa es la mujer que me
estuvo mintiendo todo este tiempo, la que se hizo pasar por otra persona para
meterse acá, a mi casa, con mis chicos.
—Mirá, Álvaro… seré breve: ella es la única capaz de
controlar totalmente a los chicos, y además por lo visto hace muy bien su
trabajo.
—¿Me vas a decir que vos tampoco podés controlarlos? ¿Para
qué te elegí yo a vos? ¡Para que los controles!
—Sí, Álvaro; por supuesto que puedo, esos mocosos a mí no me
van a pasar por encima, pero con todo lo que le pasó con Malena se empezó a
incubar el bichito de la rebeldía… y eso, si se lo deja crecer, puede llegar a
ser imparable a tal punto de quedarte sin huérfanos y tener que cerrar el hogar.
—Pero, tía… ¿Vos no me escuchaste? ¡Justo a Soledad! ¡La
farsante! ¡La mujer que más odio!
—¡No seas chiquilín, Álvaro! Su planteamiento no estaba tan
errado, tenés que admitirlo. Esta mañana me contó bien la historia de lo que
pasó, y vos no la contrataste en primer lugar por un capricho.
—Bueno, pero…
—Pero nada —lo interrumpió María Julia—. Soledad se queda, y
vos ni siquiera te vas a dar cuenta. Ahora que la tengo a ella para que me
ayude, vos podés relajarte mucho más. Salí, divertite, que de los chicos nos
ocupamos ella y yo. Ni siquiera vas a notar su presencia.
Al
ver un mínimo de convencimiento en la cara de Álvaro, María Julia se marchó
antes de que él se ponga firme y terco, y la obligue a expulsarla —pues ella
sabía muy bien que él, como apoderado, podía hacerlo—, o aún peor: la expulse a
ella.
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¿Qué es "Buscá la luz"?
"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.
En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.
Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.
Escrito por Fundador
por fin maria julia hace algo bienn jaja
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