Buscá la Luz: Capítulo 21: Conversión

Como si fuese una representación de su interior, el pasillo donde Laura se encontraba era oscuro y estaba dañado. A su lado se encontraban Soledad y Álvaro, tomándola por el hombro izquierdo y derecho respectivamente. Álvaro no estaba muy conforme, pero Soledad había logrado convencerlo: Laura tenía todo el derecho del mundo de ver a Pedro que, si bien no era su padre, la había criado durante casi toda su vida.

Estaba tan nerviosa que no veía bien. Estaba tan triste que tenía ganas de irse de ese lugar horrible. Estaba tan asustada que creyó ver en Pedro un monstruo cuando éste se acercó a los barrotes.

—Laura, Laurita… —dijo él, entusiasmado. Intentó acariciarla pasando su mano entre los barrotes, pero Laura dio un paso atrás sin dudarlo.

A Pedro le habían avisado esa misma mañana que iba a recibir visitas, pero no le habían dicho quién; sin embargo, él estaba seguro de que había solo una persona que podría llegar a extrañarlo.

Durante los meses que había pasado encerrado tuvo que dedicarse principalmente a pensar. Pensar en los daños que había ocasionado durante su vida, en cómo había asustado a los chicos, en cómo había arruinado la vida de una madre y una hija dejando en ambas secuelas irreparables. Pero principalmente había soñado con el momento en que Laura iba a regresar a él, arrepentida, y le iba a prometer retirar los cargos en su contra y devolverle la libertad.

¿Qué iba a hacer una vez de vuelta en las calles? No tenía amigos, familia, ni dinero; eso era seguro. Sin embargo, estando encerrado en la cárcel se aprenden muchas cosas, y es que la cárcel funciona más como una escuela de delincuentes que como un correccional: Pedro planeaba delinquir para mejorar su situación económica, y una vez que esta haya salido a flote, mejorarla aún más dedicándose a negocios sucios y estafas.

Por supuesto que ni Laura ni los dos adultos que la acompañaban, Álvaro y Soledad, debían saber una palabra al respecto.

—Viniste a verme —dijo Pedro con una fingida emoción, al ver que Laura no respondía, e ignorando que esta acababa de rechazar una caricia suya.

—Sí —se limitó a responder Laura.

—Quiero que sepas que no estoy enojado con vos, que entiendo perfectamente lo que hiciste… me alegra mucho que hayas recapacitado.

—¿«Recapacitado»?

—Sí, que viniste a liberarme. Te prometo que esta vez no me voy a equivocar… vamos a ser tan felices como antes, ¿te acordás? Solo que esta vez no te voy a encerrar en ningún lado, por supuesto. Vamos a ser como un padre y una hija, como fuimos siempre.

—¿Felices? ¡Yo nunca fui feliz con vos!

—¿Cómo podés decir eso? ¿No te acordás de las risas, los juegos…?

—Feliz hubiera sido si me hubieras dejado vivir con mi mamá.

—¿De qué estás hablando? Fue ella la que te vendió como un objeto. ¡Ella nunca te quiso!

—¡¿Por qué no se calla un poco y la deja hablar, viejo enfermo?! —intervino Álvaro, furioso.

—No quiero perder más tiempo, vine a preguntarte algo —espetó Laura, fingiendo que no le había dolido lo que Pedro acababa de decirle.

Pedro se sentó en el borde de su cama, esperando que su pregunta esté de alguna manera relacionada con su libertad.

—Te escucho —dijo.

—¿Mi mamá está muerta?

Pedro se quedó en silencio mirando el suelo. Soledad tomó con más fuerza el hombro de Laura. Álvaro no paraba de fusilar al hombre con la mirada, como si estuviera a punto de saltar sobre él en cualquier momento, a pesar de los barrotes que los separaban.

—No lo sé —respondió luego de unos momentos.

—¿Vos la amenazaste? ¿Le pediste que te diera dinero y amenazaste con hacerme daño a mí?

—Laura, yo estaba desesperado… Sabés perfectamente que nunca te lastimaría, ¡sos como mi hija!

—¡¿Entonces lo admitís?! ¡¿Por tu culpa yo me quedé sin mamá… otra vez?!

No fue hasta entonces que Pedro no notó que Laura no tenía la más mínima intención de sacarlo de la cárcel.

—¡¿Y qué culpa tengo yo de que tu mamá haya sido una vieja que vende a su hija por dos pesos y después se muere de la culpa?! ¡Mocosa rara! ¡Fantasma! ¡Andate de acá!

Entonces lo superó: Álvaro se salió de sus casillas y tomó a Pedro por el cuello, dejándolo sin aire. Este, para defenderse, intentaba hacerle la misma jugada. Soledad intentaba separarlos mientras ambos se gritaban palabras que Laura no había escuchado nunca antes, y lo hacían con tanto ímpetu que en menos de un minuto los policías habían ingresado, los habían separado, y habían ordenado a los tres visitantes que se retiren inmediatamente. Sin mucho más que hacer, se disculparon con Laura y emprendieron viaje de nuevo al hogar.

Nunca en su vida había estado tan triste y dolida. Nunca, ni siquiera cuando Pedro la tenía encerrada; al menos ahí podía vivir dentro de una burbuja, de una mentira: podía creer que eso era un vida normal, que podía vivirse así, y que era muy afortunada de tener a alguien que la cuide, aunque en realidad esa persona no la quisiese ni un poco.

Sin soportarlo más, reunió a Úrsula, Mentiritas, y a Tali en el cuarto de las chicas: tenía un anuncio muy importante para hacerles.

—Quiero dejar de ser mitad fantasma. Y vos me vas a ayudar —dijo con los ojos puestos en Úrsula.

—Laura… estás enojada, ser mitad fantasma tiene muchas ventajas… y no es nada fácil dejar de serlo.

—No me interesa. Sé algo sobre magia, leí un poco, y sé que tengo que cruzar un portal o algo así. Las brujas mayores van a poder ayudarme, ¿no?

—…Es complicado.

—¿Y yo qué hago acá? —preguntó Tali, a quien la noticia de Laura siendo mitad fantasma le era totalmente indiferente a esta altura de su vida.

—Vos sos la que tiene la bola de cristal. Vi a Úrsula cruzarla muchas veces… sé que es por ahí —dijo, y luego añadió—: Y a vos, antes de que me preguntes —dijo dirigiéndose a Mentiritas—, te incluí para que sepas la verdad. Sos mi mejor amigo y mi salvador, y el primero del hogar en descubrir qué era yo realmente, así que quería que lo sepas.

—Yo te acompaño en tu viaje —se ofreció Mentiritas.

—Es muy peligroso, vos no conocés el mundo mágico —dijo Úrsula.

—No me importa, no la voy a dejar sola. Además, la señora de los gatos sí lo conoce, ¿no? Ella fue la que me dijo que tengo que permanecer al lado de Laura siempre.

—¿Y esa quién es? —Úrsula, al igual que Tali, no había conocido a la señora de los gatos en el verano; los únicos que habían logrado eso eran Mentiritas y Laura.

—Nada, no importa —dijo él—; yo voy con Laura y no se habla más.

—¿Y este viaje va a tardar mucho? Digo, porque acá en el hogar van a notar su ausencia… y van a empezar a preguntar por ustedes —señaló Tali.

—Con eso no hay problema, podemos poner réplicas como hicieron con vos cuando estábamos en el pozo de los lamentos —sugirió Úrsula—. El caso es que todo esto es muy peligroso, y no sé cuánto tiempo pueda llegar a tomarles… Laura, vos sos muy importante allá… sos una privilegiada. Voy a pedir que te ayuden, no se van a negar, pero eso no significa que el proceso de conversión sea fácil. ¿Estás segura?

—Estoy segurísima, ya no quiero ser más un fantasma. Quiero quedarme solamente con mi mitad humana. ¿Puedo empezarlo ya? No aguanto más este lugar —dijo con tristeza.

—Sí, acérquense ustedes dos, y tómense de las manos —ordenó, y ambos obedecieron.

Tali trajo la bola de cristal y la colocó sobre la mesita del cuarto. Úrsula posó sus manos sobre ella y, con los ojos cerrados, comenzó a susurrar unas palabras tan bajo que ninguno de los presentes pudo entender qué estaba diciendo. La bola de cristal brilló cada vez más, hasta muy lentamente tornarse totalmente blanca; en ese momento fue como un estallido: toda la luz de la bola de cristal salió disparada por el cuarto, haciendo que por un momento nadie pueda ver absolutamente nada, y un instante después desapareció completamente, llevándose a Laura y Mentiritas con ella. El viaje había comenzado.

Capítulo 21: Conversión

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