Capítulo 02: Arboleda 301

En la calle Arboleda 303 había una casa tan amplia como lujosa donde vivía una familia de clase media-alta integrada por un hombre y sus dos hijos.
El hijo menor se llamaba Sebastián, tenía 13 años y una mirada maligna. Sus ojos claros en conjunto con su pelo castaño rizado desprolijo le daban un aire de superioridad y avaricia difícil de disimular. Solía tener mal humor y ser muy caprichoso, esto se debía probablemente a que su  padre siempre le había dado todo lo que quería para compensar su sentimiento de culpabilidad por haberse divorciado de su madre. Su hermana Luciana tenía 15 años, era un poco más alta que él. Se la conocía como lo que es ser una chica “top”: hermosa, a la moda, rubia, adinerada, y… bueno, tan caprichosa y cruel como su hermano. Su mejor talento era probablemente usar sus encantos para manipular a la gente.
Esa era una tarde como cualquier otra tarde de verano: Sebastián había pasado el día en la playa con sus amigos y acababa de regresar a su casa, mientras que Luciana había pasado la tarde con sus amigas haciendo lo que mejor sabía hacer: comprar.
En su camino al shopping había sufrido un pequeño encuentro indeseado, al parecer mientras estaba hablando en la cochera de su casa con una de sus amigas por celular para avisarle que iba a llegar tarde como de costumbre, un auto por la calle le tocó la bocina. Un joven salió por la puerta del conductor: era Álvaro Del Solar. En su auto estaban los chicos, por detrás había un taxi con Tobías y Javier que él les había enviado para que lo alcanzaran. —¿Podés moverte, nena? Tenemos que entrar en la casa— le dijo a Luciana. Ella dejó escapar una risa burlona y maleducada —¿Entrar a mi casa vos con ese grupo de nenes roñosos? ¡Desaparezcan que llego tarde al shopping!
—Disculpame nena— dijo Tobías saliendo del taxi con Javier –¿Arboleda 301 no es acá?
—No, la casa que buscás es esa.— respondió Luciana señalando la casa a su derecha –Piérdanse de mi vista.— agregó inmediatamente.
Ese incidente había puesto de mal humor –peor del usual— a ambos hermanos. Ahora era la hora de la merienda y se habían sentado en la amplia mesa de su comedor. Luciana le había contado a su hermano todo sobre el incidente y ambos estaban muy alterados al respecto.
—¿Para qué iban a ir esos mugrosos a esa casa abandonada? No vivió nadie ahí desde hace muchísimos años. ¿Sabrán ellos por qué?— preguntó Sebastián.
—No sé, pero no podemos tener esos de vecinos, es un quemo total. ¡Tenemos que hacer algo sea como sea para echarlos! ¿Serán huérfanos? ¿Y si son ocupas?— respondió Luciana.
—No sé, no creo que sean ocupas porque vinieron en un auto carísimo según me contaste. Huérfanos capaz sí.— dijo Sebastián, y añadió—: Huérfanos, ocupas, o lo que sean no se van a quedar acá, yo ya pensé en algo. Te juro que esos huerfanitos van a irse corriendo del barrio y no se van a animar a venir ni de paseo.
—¿Qué vas a hacer? ¿Les vas a contar por qué nadie quiso vivir ahí todo este tiempo?
—Algo mucho peor, hermanita… Ya te vas a enterar.
Ese mismo día más temprano, exactamente después del incidente de los chicos con Luciana, todos se pararon frente a la puerta de la casa que Victoria Del Solar le había dado a su nieto Álvaro para vender hace un año, casa donde iban a tener que hospedarse todos y fingir que había estado habitada por los chicos desde hacía varios meses.
Todos, incluyendo a Álvaro, Tobías, y Javier, se quedaron mirando sorprendidos. La entrada era una reja que daba a un patio delantero horrible, con el césped sin cortar, y varios arbustos enormes desprolijos. Más atrás estaba la casa: un edificio grande, gris, y antiguo. Era escalofriante tan solo verlo, parecía la típica casa de películas de terror.
Hubieron unos segundos de silencio hasta que finalmente Lucas no pudo evitar quejarse –Al final vivir abajo del puente no estaba tan mal…
—Chicos, esos cosos… ¿Qué son? ¿Arbustos? Parecen vivos… No me gustan…— dijo Coco. En ese momento creyó ver que de los arbustos salían ojos y caras siniestras amenazando con hacerles daño a todos.
—Sí, la verdad… Qué gusto macabro para la jardinería…— opinó Tobías.
—No se preocupen, son solamente unos arboluchos feos. Un par de tijeretazos y listo.— dijo Javier para calmar el clima.
—Yo por las dudas no me acerco.— comentó Mateo, asustado.
—Chicos… de golpe empezó a hacer como mucho frío, ¿No?— señaló Carola.
—Sí, es raro… parece como si la casa no quisiera que nos acerquemos— respondió Julián.
Finalmente Álvaro dio algo de ánimo a la conversación —Bueno chicos, basta de quejarse. Entremos.— y enseguida los nueve cruzaron el jardín delantero y entraron por la puerta principal.
Al cruzar la puerta se encontraron en un cuarto enorme, todo oscuro. No podía verse más que los pocos centímetros que iluminaba la luz que entraba por la puerta. Las ventanas –si es que habían, no podían saberlo— estaban cerradas.
—¡Qué bueno!— dijo Tali para todos.
—¿Qué decís, nena? Si no se ve nada.— respondió Tobías.
—¡Por eso, parece una película de terror! ¿Habrá sido antes la casa de una bruja?— preguntó Tali sin esperar una respuesta a cambio. Ella siempre había tenido una fascinación muy grande por la magia y la hechicería, su sueño más grande era convertirse en una poderosa bruja y convertir en sapo a todos los que la molesten. Cuando se escapó con Carola de la casa donde vivían antes, soñaba que convertía en sapos a los hermanastros de su mejor amiga, y los encerraba en una jaula burlándose de ellos todo el día. Este tipo de pensamientos tenían como consecuencia algunas burlas ocasiones de sus amigos, quienes creían que estaba bastante mayorcita para creer en esas cosas.
—¡¿Bruja?!— dejó soltar Mateo con mucho terror.
—No digan idioteces, chicos— exigió Álvaro mientras encendía la luz. Sorprendentemente la casa seguía teniendo conexión eléctrica, al menos esa habitación. Aunque no era que hubiera mucho con qué iluminar: se prendió un foquito en el medio del cuarto que dejaba ver lo suficiente como para distinguir personas y objetos, pero los colores eran apenas perceptibles; como en un sueño… o una pesadilla.
Tan pronto como la luz se encendió, todos se dedicaron a observar el cuarto. Estaba sucio y polvoriento. Tenía una alfombra espeluznante en el medio, y varios sillones y muebles con sábanas blancas encima. Coco sacó una de las sábanas blancas y descubrió que había contra la pared un reloj enorme que estaba seguro de haber visto en la casa de su tía. Se le erizó la piel de solo verlo.
—Bueno, chicos. Nadie toque nada. Acá los únicos que pueden tocar son Tobías y Javier que son decoradores internacionales y van a hacer que esto parezca un hogar de huérfanos, ¿No?— dijo Álvaro mirando a sus dos amigos.
—Bueno, no sabemos… si tenemos el tiempo necesario, sí— respondió Javier.
—Y si no lo tienen se arreglan con el que tienen, pero tiene que quedar tan bien que convenza totalmente a mi abuela. Y si todo sale bien… –dijo Álvaro, dejando unos instantes de suspendo. Cambió y se dirigió hacia los chicos— les voy a dar lo que les prometí.
Todos festejaron. Todos, a excepción de Tobías y Javier.

Varios minutos más tarde, Carola se dirigió al patio delantero, se sentó junto a un rosal y lo contempló durante varios minutos. Era probablemente la única planta agradable que había en todo el jardín, y quizás por eso era tan atrayente.
—Alguien en algún momento te quiso y por eso te plantó, pero después se olvidaron de vos… como me pasó a mí. Igual no te preocupes, porque yo te voy a cuidar y te vas a poner re linda.— le dijo Carola a la planta.
—¿Qué hacés acá sola?— dijo una voz detrás suyo. Carola volteó, era Julián.
—Hola, Juli. Estaba tratando de salvar este rosal, debe tener muchos años, está descuidado. Una lástima, podría llegar a ser una flor hermosa.
—Si querés yo te puedo ayudar— se ofreció Julián.
—Pero… no sé si podamos salvar el rosal. Hagamos lo posible.— respondió Carola con un poco de nostalgia.
—Pero no lo digo solamente por el rosal. Te puedo ayudar en todo lo que precises. Si tenés algún problema, necesitás hablar con alguien… quiero que sepas que podés contar conmigo siempre.— dijo Julián tímidamente.
—Gracias.— respondió Carola mientras lo abrazaba. Fue un abrazo muy… mágico. Agradable. Mucho más agradable que cualquier abrazo que hubiera dado antes. Y estaba segura que Julián lo sentía así también. Hizo una pausa y luego añadió—: Desde que estoy con ustedes no sé lo que es estar sola… prometeme que nunca te vas a ir; y si algún día no te queda otra, por lo menos me vas a avisar antes.
—Te lo prometo. Pero vos también, ¿eh? Y… podríamos inventar una clave secreta entre nosotros dos, así nadie más puede entendernos.— sugirió Julián.
—Una clave… dejame pensar… ¡Ya sé! “Acordate de regar el rosal”. ¿Qué te parece?— dijo con mucho entusiasmo Carola.
—Está buena— respondió Julián con una sonrisa tímida. Se agarraron de las manos y repitieron al unísono: “Acordate de regar el rosal… acordate de regar el rosal… acordate de regar el rosal.”.
—Bueno… yo me tengo que ir, chau.— dijo Carola y se despidió besándolo en la mejilla.
Mientras veía a Carola dirigirse a la casa, Julián se quedó perplejo, sentía demasiadas emociones. Se quedó varios minutos recostado en el desprolijo césped del patio, mirando el cielo y pensando. Tenía demasiadas sensaciones dentro suyo. —¿Qué me está pasando?— se preguntó a sí mismo en voz baja —¿Me estaré enamorando de Carola?

(…)

Por desgracia para Álvaro, no podía despegarse del hogar por si a su abuela se le ocurría hacer una visita espontánea, ni podía quedarse a dormir ahí ya que Tobías y Javier iban a estar trabajando en la decoración todo el día y toda la noche. Por lo tanto, tuvo que alquilar un flete y dormir ahí con los chicos.
Esa misma noche, mientras todos ellos estaban a punto de acostarse, en La Boca (barrio de Gran Buenos Aires) alguien estaba en la estación terminal a punto de partir para Mar del Plata: era una mujer llamada Soledad.
Tenía una mirada simpática que producía paz, pelo castaño largo, y estaba vestida con una remera y una pollera coloridas, combinando con unas zapatillas que no pasaban inadvertidas tampoco. La rodeaban cuatro chicos desarreglados, parecidos a los que estaban con Álvaro.
—No queremos que te vayas, Sole. Fuiste la mejor celadora que tuvimos.— dijo uno de los chicos. El menor de ellos.
A soledad le conmovieron mucho sus palabras. Se agachó y lo miró de frente. –Eze… hay momentos en la vida donde uno tiene que tomar decisiones importantes. Tan importantes que pueden hacer que toda tu vida cambie para siempre. Yo tomé una de esas decisiones…hoy voy a enfrentar mi destino y hacer lo que creo que tengo que hacer. Por eso me tengo que ir, tengo que hacer este viaje— le dijo profundamente, y se reincorporó. Parecía emocionada y a punto de llorar, sin embargo no se veía una sola lágrima en sus ojos.
—Te vamos a extrañar— dijo otro de los chicos. Este era un poco más grande que el anterior.
—Yo también chicos. Ahí pasa mi micro, me tengo que ir. Chau, cuídense y pórtense bien. ¡Los quiero mucho!— dijo Soledad mientras caminaba apresuradamente hacia el micro cuyo conductor no parecía tener mucha paciencia. Una vez dentro del mismo, se sentó al fondo del vehículo en un asiento doble vacío; abrió su bolso y sacó de ahí un papelito que tenía algo escrito, era una dirección: “Arboleda 301”.

(…)

La mañana siguiente, mientras todos seguían durmiendo –alrededor de las 10 de la mañana, ya que los chicos no eran precisamente las personas más madrugadoras que había— y mientras el sol brillaba radiante en el cielo Julián despertó y, para su sorpresa, vio sentada en el cordón de la vereda a Carola. Había pasado la mayor parte de la noche pensando en lo que sentía por ella y había decidido confesarle todo hoy mismo. Se llenó de valor y se acercó para hablarle.
—Hola Caro, ¿Qué hacés despierta tan temprano?— le preguntó algo inhibido.
—En realidad no es temprano, pero… no pude dormir en toda la noche así que vine a tomar un poco de aire.— respondió igual de inhibida que él.
Julián se iluminó. Él tampoco había podido dormir casi, todo porque en su cabeza no paraba de dar vueltas ella. Observó a Carola con su ropa desgastada y sucia, la consideró hermosa aún vestida así. Se preguntó a sí mismo si a ella le había pasado lo que a él. Soñó que le confesaba todo, se besaban, y se ponían de novios. Supo reconocer la oportunidad al instante. Se llenó de valor y comenzó su declaración.
—Carola, yo… yo… te quiero…— dijo tembloroso, e inmediatamente agregó –…te quiero decir algo.
—¿Qué? Decime.— le respondió ella curiosa.
—Bueno… te quería decir que…— comenzó a decir.
—¡Mirá eso!— lo interrumpió Carola señalando un afiche. –¡Es Agustín Almeyda!
—¿Quién es ese?— preguntó Julián.
—¿No lo conocés?— dijo sorprendida, y agregó—: Es el mejor cantante de Argentina. ¡No sabés lo bien que canta y baila! Y es hermoso. Yo siempre soñé que estábamos casados y hacíamos los shows juntos. –hizo una pausa— Él cantaba y yo bailaba. –aclaró.
Julián se sintió muy triste por escuchar a Carola decir eso. Agustín Almeyda era famoso, atractivo, adinerado… ¿Cómo iba Carola a fijarse en él si le interesaban los chicos así? Nunca le iba a interesar un huérfano tímido, mediocre, mal vestido y pobre.
—Perdoname, te interrumpí. ¿Qué me estabas diciendo?— le recordó Carola.
—Eh… yo…— comenzó nuevamente, y de pronto creyó ver alguien metiéndose en la casa por la ventana.— ¡Hay alguien metiéndose en la casa!— se interrumpió alterado.
—¡Tenemos que hacer algo!— dijo ella.
—Vos andá a seguir tratando de dormir, dejanos esto a los varones.— ordenó Julián mientras iba a despertar a Lucas y Coco.
—Chicos, despiértense. Creo que hay alguien tratando de meterse en la casa.— susurró Julián lo suficientemente fuerte como para que ambos pudieran oírlo, y lo suficientemente bajo como para que los demás siguieran durmiendo.
—¿Qué? No jodas.— dijo Lucas.
—¡De verdad! ¡Hay alguien tratando de meterse, tenemos que hacer algo!— insistió Julián.
Los tres salieron del flete y se metieron por la misma ventana que se había metido el intruso.
Era un cuarto de la casa que aún no había sido reformado y todavía estaba tan gris y oscuro como cuando habían llegado un día atrás. El intruso estaba tomando fotos con su cámara digital a todo. —Si alguien ve fotos de esta casa antes de ser reformada, se va a saber que todo es una farsa. ¡Tenemos que sacarle esa cámara sea como sea!— susurró Lucas a Coco y Julián.
—¡¿Quién sos?! ¡¿Qué hacés acá sacando fotos?!— gritó Coco prepotente con su voz chillona.
El intruso se dio la vuelta. Era Sebastián, el vecino. —¿Y a vos qué te importa, nene?— respondió él con calma pero igual de prepotente que Coco.
En ese momento, con tanta fuerza como podían hacer teniendo en cuenta que acababan de despertarse, entre Lucas y Julián sostuvieron a Sebastián mientras Coco le arrebataba la cámara de la mano y huía corriendo por la ventana. Sebastián no podía creerlo, ¿Un nene de 10 años a quien ni siquiera podía verle los ojos por su gorra, le acababa de robar su cámara? Se liberó de Julián y Lucas y saltó por la ventana persiguiendo a Coco.
Corrieron varias cuadras hasta llegar a una plaza reconocida en Mar del Plata por tener una fuente de agua muy vistosa. Lucas y Julián todavía no habían llegado. Coco tropezó con la misma y cayó al suelo. Sebastián no dudó en arrebatarle su cámara de la mano: después de todo, él no solo era más grande y fuerte que Coco –quien tenía una anatomía muy débil y frágil a pesar de ser muy veloz—, sino que además Lucas y Julián aún estaban como a cien metros de distancia, corriendo con la poca energía matutina que tenían.
—¡¿Quién sos?! ¡¿Y qué hacías sacando fotos en nuestra casa?!— gritó Coco.
—No te metas en lo que no te importa— respondió Sebastián. Estaba a punto de decir algo más y salir corriendo hasta que se escuchó un grito cercano.
—¡¡¡Cuidado!!!— era una mujer con un puesto de salchichas. Venía a toda velocidad hacia Sebastián y lo empujó con su carrito, haciéndolo caer en la fuente con su cámara.
—¿Estás bien?— dijo la mujer mientras ayudaba a Coco a levantarse, al mismo tiempo que llegaban Lucas y Julián. Esa mujer era Soledad. No obtuvo respuesta de Coco.
—¡¿Por qué hiciste eso?! ¡Me arruinaste la cámara!— se quejó Sebastián.
—Perdón, no te vi. ¿No querés una toalla?— respondió Soledad casi riéndose.
—¡¡¡Dejame en paz!!!— respondió lleno de furia Sebastián, yéndose mientras balbuceaba maldiciones.
—Como digas— dijo Soledad indiferente mientras se alejaba con su puesto de salchichas. Lucas la detuvo. Estaba claro que no había sido ningún accidente.
—¿Quién sos y por qué nos salvaste?— le dijo.
—¿Salvarlos? No sé de qué estás hablando, fue un accidente.— respondió Soledad mientras les guiñaba un ojo a los tres y se alejaba nuevamente.

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"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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