Capítulo 22: Salidas y encierros


Esa noche Álvaro estaba de muy bien humor; había conseguido salir con la chica que se había estado haciendo la difícil con él casi desde que había llegado a Argentina. Iban a ir a cenar, después a ver una película al cine, y si salía todo bien, más tarde iban a terminar los dos en su departamento dando rienda suelta a sus impulsos naturales.

Tal era su buen humor que los gritos de los chicos en el hogar le sonaban como dulces melodías que volaban por el aire, y prácticamente se había olvidado que en algún momento Pedro fue un intruso en la casa. En un acto de buena fe decidió darle permiso a los chicos de quedarse despiertos un poco más tarde del horario habitual, y hasta les prestó su notebook para que vean –junto a Mencha— una película en ese período de tiempo libre. —“Pero no tengo la batería, van a tener que usarla conectada”— les advirtió.

Y así, con su buen humor y su optimismo indestructible, después de hacer entrega a Mencha de la notebook, subió por las escaleras y fue hacia su cuarto, llevándose con él todas las expectativas de lo que iba a ser una noche que no iba a olvidar.

Pobre Álvaro. Era verdad que no iba a olvidar nunca aquella noche, pero no precisamente por algo bueno… esta iba a ser la noche en que alguien se rebelaría, y eso traería consecuencias muy peligrosas. La terrible historia que acechaba en la casa donde vivía iba a llegar por fin a su clímax, pero claro que Álvaro ni siquiera lo sospechaba, ¿Cómo se suponía que iba a saberlo él?

 

 

Mientras tanto, los chicos estaban cenando en el comedor. Emocionados, se preparaban para lo que prometía ser una gran noche: era la primera vez en mucho tiempo que iban a poder dormirse después de horario, y también la primera que veían una película, ya que en el hogar nunca hubo televisor, y Álvaro jamás les había permitido usar su notebook.

Sobre la gran mesa del comedor había varios platos llenos de asado, cordero, pollo, pescado, y ensalada de lechuga y tomate. El más lleno era el de Mateo, quien a pesar de tener solo seis años, comía como un hombre de treinta (en lo que refiere a cantidad, ya que en modales en la mesa se comportaba como un animal salvaje).

Lucas, quien generalmente lideraba las conversaciones en las comidas, estaba comentando a todos que la película que iban a ver esa noche estaba basada en hechos reales. Trataba sobre una chica que vivía en una granja con su novio e hijos, hasta que despierta en mitad de la noche y los encuentra muertos a todos; el asesino iba a por ella y al final resultaba ser un pariente suyo.

Al decir esto, los chicos reaccionaron.

—¡Estúpido, nos arruinaste el final! —Julián fue el primero en quejarse.

—Lo de estúpido estuvo de más; pero sí, no nos tendrías que haber contado eso –agregó Mateo con la boca llena de comida.

—¡Pero…! –se empezó a defender Lucas, mas Tali lo interrumpió.

—¡Tarado! El nabo de Julián tiene razón. ¡Ahora tenemos que ver otra!

—¡No les arruiné nada! Eso se sabe a los diez minutos de que empieza, más o menos. ¡Es la base de la trama! Lo que pasa es que algunos ignorantes que se creen que se las saben todas pero en realidad son unos nabos, hablan y se quejan sin tener idea –agregó inmediatamente, haciendo una clara referencia a Julián.

—¿A quién le decís nabo, tarado? ¡Vení y decímelo en la cara! —se defendió Julián, mientras se levantaba de la mesa con un claro gesto desafiante en su mirada, y el pecho en alto.

Mateo, que estaba a su lado, lo volvió a sentar a la fuerza. —¡¿Otra vez peleándose?! ¡¿No pueden hacer por lo menos una tregua por esta noche que es la primera vez que vamos a estar solos con Soledad?!

—¡NO! —gritaron Lucas y Julián al unísono.

Después del pequeño enfrentamiento, reinó en el ambiente un silencio tenso de varios minutos. Cuando la cena ya casi terminaba, Carola decidió reavivar las cosas.

—¿Podríamos invitar a alguien, no? Si somos más, va a ser más divertido.

—¿A quién vamos a invitar, Caro? Si no conocemos a nadie, o por lo menos a nadie que esté por acá cerca… —dijo Tali.

—A mí no me miren. Los únicos chicos que conozco además de ustedes, están en un granero de La Boca –comentó Mentiritas.

—¿Y si invitamos a los dos vecinos que viven acá al lado? —sugirió Mateo.

Otro silencio reinó tras las últimas palabras de Mateo, pero éste solo duró unos segundos en los cuales todos miraban a Lucas y a Julián, preparándose para separarlos; pero no fue necesario, ellos no levantaron la vista del plato.

—…mejor dejá, Mateo. La vemos nosotros solos y listo –se retractó Carola, un poco avergonzada.

—Es mejor así. ¿Para qué queremos otro tarado más? Con Lucas ya tendríamos demasiados –acotó Julián.

Lucas tomó aire para responderle, pero antes de que pudiera decir una palabra, Malena lo interrumpió. No con la intención de evitar una pelea, sino porque realmente sintió la necesidad de decir lo que pensaba.

—Sebastián no es ningún tarado –dijo elevando la voz. Todos se quedaron callados mirándola sorprendidos. –Bueno, y Lucas tampoco… —agregó luego, con un tono mucho más bajo.

—¿Qué decís? ¿Qué te dio por defender a Sebastián ahora? Mirá que hasta Julián, con lo torpe que es, le sacó la ficha. ¿No te acordás de todo lo que nos hizo? –objetó Lucas.

Malena le dedicó a Carola una mirada de “Esto es tu culpa por proponer algo que no deberías haber propuesto”. –No es tan malo como parece, te lo aseguro.

—Pará, Malena. Mirá que hasta yo que casi ni lo conozco me di cuenta que el pibe es la rencarnación del demonio –dijo Tali.

—Si Malena dice que él es bueno, tendrá sus motivos –la defendió Carola.

—No podés tener motivos, ese chico me mintió, ¿o ya se olvidaron? ¡Es un mentiroso! –les recordó Mentiritas.

—Mirá quién habla, MENTIRITAS –replicó Malena.

—Mentiritas tiene razón, ese chico lo único que sabe hacer es complicarnos la vida –dijo Lucas.

—¡Basta! ¡No hablen si no lo conocen! Yo lo conozco mucho mejor que ustedes y les aseguro que, aunque a veces haga cosas malas, en el fondo tiene un corazón enorme.

—¿Y vos cómo sabés eso? ¿De dónde sacaste semejante estupidez? —se burló Lucas.

—Lo sé porque me lo demostró.

—¿Sí? No me hagas reír. ¿Cómo?

—Me salvó de que me encuentre mi tía, por eso te lo digo. –Malena pronunció esas palabras concentrada observando los diseños del plato frente a ella. Era algo tonto, pero la ayudaba a concentrarse en otra cosa.

—¿Qué? ¿Cómo sabe él de tu tía? —Lucas abrió tanto los ojos que Carola creyó que se le iban a salir.

—…Yo se lo dije.

Lucas se atragantó un poco con su agua y tosió. —¡¿Qué?! ¡¿Vos te volviste loca, Malena?! ¡¿Cómo le vas a contar a ÉSE?! ¡Es una arpía, te va a extorsionar!

Malena les contó a los chicos la situación por la que pasó y el motivo por el cual se vio totalmente obligada a contarle toda la verdad a Sebastián. Hizo hincapié en su buena predisposición para mantener el secreto, y en cómo ella creía que él era en verdad una buena persona en el fondo.

Mentiritas fue el primero en quejarse. —¡Metiste la pata hasta el fondo! Le podrías haber mentido.

—No podía mentirle, estaba entre la espada y la pared. ¡Basta, dejen de juzgarme! No estoy orgullosa de haber hecho lo que hice, pero estoy segura que no va a decir nada.

—Malena tiene razón… pero eso sí: si le llega a decir a alguien, yo personalmente me voy a encargar de bajarle todos los dientes –advirtió Lucas.

Cuando se dieron cuenta ya habían terminado de cenar, lo cual significaba que Álvaro ya estaba por irse y la casa iba a quedar solo para ellos y Soledad.

 

Álvaro estaba en su cuarto con Mencha. La había mandado a llamar por un pedido urgente. Un poco alterado y nervioso, intentó explicarle su situación.

—Tuve un problema de último minuto, necesito que me consiga ya mismo una camisa nueva. ¿Habrá algún negocio de ropa abierto a esta hora?

—¿Qué? ¿Por qué, zeñor? ¿Qué le pazó a la zuya?

—Se me salió un botón. ¡ARGH! ¿Lo puede creer usted, Mencha? ¡Justo ahora, cuando ya tengo que estar yéndome! Encima esta camisa es nueva, nunca más vuelvo a comprar en ese lugar.

Mencha no pudo evitar reírse. –No haze falta comprar una camiza nueva, zeñor. Zi uzted quiere, le puedo cozer el botón.

—¿En serio? ¿Usted puede hacer eso?

—Zí, por zupuezto zeñor. Ezpéreme un zegundito que voy a buzcar algo. –Mencha fue a su cuarto y volvió unos segundos más tarde con una cajita marrón.

—¿Qué es eso? ¿Qué trae ahí?

—Laz herramientaz que nezezito para cozerle el botón, zeñor. Ziéntese.

Álvaro se sentó en su cama junto a Mencha.

—¿Me tengo que sacar la camisa? —preguntó algo incómodo.

—No, no; no ez nezezario, zeñor. Ze la cozo azí.

Mencha sacó un hilo y una aguja de su cajita, y comenzó a coser el botón. Álvaro aprovechó el silencio incómodo para observarla mejor, miró a través de sus anteojos y por primera vez creyó  ver algo conocido en ella. Se sintió raro, de repente quiso estar a su lado para siempre… pero ese sentimiento no le duró mucho: un segundo después (o al menos fue un segundo para él) Mencha estaba felicitándolo por haber sido tan paciente, y su camisa estaba en perfecto estado.

—¡Muchas gracias, Mencha! ¡Quedó como nueva! ¡Qué afortunado que soy de tenerla trabajando conmigo! Dígame una cosa: ¿usted dónde aprendió a coser?

—De chiquita, zeñor. Mi abuela me enzeñó y no me lo olvidé nunca.

—Yo no pude aprender nunca esto porque estas cosas me la hacían mis mucamas. Qué irónico, ¿no? Mi abuela siempre se quejó de que yo no hago nada por mí mismo, pero fue ella la que me contrató a todas esas asistentes. Al final yo soy una víctima.

Soledad se moría de ganas de responderle “Víctima vos, ¡ja! Vos sos el victimario… nene mimado y egoísta”, pero tuvo que limitarse a decir—: Zí, puede zer, zeñor.

En ese momento Tali cruzó la puerta del cuarto de Álvaro.

—Álvaro, te vino a buscar una chica. Creo que es la que va a salir con vos –anunció.

—Buenísimo, llegó el momento. Muchas gracias, Mencha; le debo una bien grande.

Cuando Álvaro ya había salido y todos los chicos terminaron de cenar, Mencha conectó la notebook de Álvaro a un enchufe en la sala principal, todos se sentaron en el sillón y sus alrededores para ver la película.

Hacia la mitad todos parecían un poco asustados, los únicos que no parecían tener ni una pizca de miedo eran Lucas y Malena. Incluso les resultaban graciosas las reacciones de los demás, probablemente porque ya la habían visto antes o porque tenían cosas más importantes en mente.

 

 

Las cosas entre Laura y Pedro habían estado muy tensas desde la última situación. No habían cruzado palabra; ella se quedó encerrada en su cuarto, pensando, y él apenas entró un segundo para alcanzarle su cena sin hacer ningún comentario al respecto.

Tanto tiempo en silencio y a solas le habían permitido a Pedro ponerse cada vez más nervioso por la situación que estaba atravesando. Ya nada era como antes, Laura no podía ser dominada tan fácilmente, ahora empezaba a tener curiosidad por relacionarse con otros chicos, y ese Mentiritas estaba arruinando todo el trabajo y esfuerzo que él había hecho durante los últimos años para mantenerla oculta y a salvo.

Laura había perdido completamente la confianza en Pedro. Cuando él le mintió diciéndole que la señora de los gatos había convertido a Mentiritas, había cruzado la raya. Fue la gota que derramó el vaso. Estaba cansada de estar encerrada, estaba cansada de no poder tener amigos, estaba cansada de no poder ver a Mentiritas siempre que quisiera, estaba cansada de ser diferente, ella quería ser igual a los demás. Con todo esto en mente, superándola, decidió rebelarse de una vez y para siempre: Pedro no tenía ningún derecho a prohibirle llevar una vida normal.

Salió de su cuarto y se puso cara a cara con Pedro.

—Voy a seguir viendo a Mentiritas quieras o no. No me podés impedir tener amigos –le dijo sin más rodeos.

Para sorpresa suya, Pedro no parecía nada sorprendido; daba la sensación de que estaba esperando una reacción así desde hacía mucho tiempo. –Está bien, Laura. No me dejás otra opción. Esto lo voy a hacer por tu bien.

—¿Qué? ¿Qué es lo que vas a hacer?

Pedro abrió su armario, activó un interruptor, y el caos comenzó.

La película que estaban viendo los chicos se interrumpió. Se quedaron sin luz, y el hogar se vio bajo una inmensa oscuridad. Los chicos gritaron del susto, mientras Lucas, Malena, y Soledad reían.

—No se preocupen, chicos –los calmó Soledad entre risas—. Solamente se cortó la luz, voy a la cocina a buscar velas. Quédense acá.

Soledad fue a la cocina y los chicos se quedaron riéndose de ellos mismos por hacer tanto escándalo de algo tan simple.

Al principio Lucas y Malena eran los únicos que se reían, pero tras pasar los minutos, todos menos Mateo y Mentiritas estaban riéndose de la situación.

—Ya pasó mucho tiempo, voy a ayudar a Soledad a buscar las velas. La pobre no debe ver nada –dijo Lucas y se fue a la cocina.

—Qué lástima que pase esto justo hoy, a mí me estaba gustando la película –comentó Carola.

—Sí, bien que mirabas al suelo cada cinco minutos, miedosa –se burló amistosamente Malena. Todos rieron.

Entonces Lucas volvió corriendo y gritando. —¡Chicos, chicos!

—¿Qué? ¿Qué pasó, Lucas?

—¿Por qué estás tan acelerado? ¿No encontraron velas?

—Es Soledad –exclamó Lucas con preocupación—. La busqué por toda la cocina y no está. Traté de salir al patio a buscarla, pero la puerta estaba cerrada… creo que desapareció.

2 comentarios:

  1. yo aqui reportandome, debo decir que he leido los capitulos y me han gustado bastante
    me encanta como vas relacionando a los personajes y como redactas
    cuantos capitulos son en total??
    me gusta mucho el rumbo que va tomando la historia

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  2. Muchas gracias!!! Me alegro mucho de que te guste. En total son 26 capítulos, pero los últimos dos los voy a subir juntos, así que serían tres veces más que subo y termino :)

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¿Qué es "Buscá la luz"?


"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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