Capítulo 11: ¡Hay que escapar!



El pozo de los tormentos, también conocido como el pozo de los lamentos, no era precisamente lo que se llama un lugar paradisíaco: estaba diseñado específicamente por los seres mágicos más antiguos con el objetivo de castigar a aquellos que intentaban usar la magia para el mal. Si Tali solía ser irritable en los días normales, lo era todavía mucho más después de haber pasado tanto tiempo encerrada ahí, en ese lugar horrible, únicamente acompañada por Úrsula, quien había sido más o menos la culpable de su condena.
Lo único que se limitaban hacer, además de discutir, era alimentarse de las ramas secas (que crecían misteriosamente) y tomar el agua (a pesar de no saber si realmente era agua) que brotaba de las mismas gracias a la densísima sustancia que las rodeaba, sobre la cual Tali no podía estar segura si era humo o vapor.
Úrsula siempre había sabido que algún día terminaría allí, ya que siempre había sido muy desobediente y desatenta con las leyes mágicas, pero Tali ni siquiera conocía la existencia del lugar. No tenía idea de que aquel día de verano en que había encontrado la bola de cristal e invocado a Úrsula, estaba violando reglas de otro mundo, y había sellado su destino. Sus actos finalmente estaban teniendo consecuencias.
Ese día por fin sucedió algo que alteró un poco la terrible monotonía que ambas estaban sufriendo: entre gritos y discusiones, un brillo verde oscuro apareció junto a ellas y luego desapareció, dejando al descubierto a un ser que a Tali le pareció sumamente extraño: era una criatura como de la altura de Mateo, con la piel color verde, un extrañísimo traje, botas de un diseño que nunca antes había visto, nariz y orejas excesivamente puntiagudas, y un gorro con forma de cucurucho.
Tali pegó un grito de espanto y se alejó. —¡¿Y esa cosa qué es?! —le preguntó a Úrsula, no tan asustada sino más bien sorprendida.
—¡Ojito como me hablás! ¡Esta cosa tiene nombre! —se quejó la criatura verde. Tenía una voz muy ronca, pero de infante.
—¡Jaudín! ¿Otra vez vos acá? —le preguntó Úrsula.
—¡Sí, otra vez! ¿Y esa cosa que grita tanto es tu mascota? ¿Una humana?
—¡Yo no soy la mascota de nadie, enanito de jardín!
—¡No soy un enanito de jardín, humana ignorante! Para tu información, soy Jaudín, el gnomo más genial de todo el mundo mágico. Así que mucho cuidadito con la forma en que me hablás.
—Jaudín va a la escuela de magia conmigo —explicó Úrsula—; pero él no es brujo, es un gnomo.
—¿Un gnomo sos? ¿Y a vos por qué te mandaron acá, enanito verde? —preguntó Tali, ya sin miedo, observando a Jaudín con desprecio.
—¿Por qué va a ser? Por lo mismo de siempre, me escapé de la escuela. Ya estuve condenado acá como veinte veces, y no pienso quedarme un solo día más.
—¿Qué pensás hacer? ¡Nos vas a meter en más problemas a nosotras! —le advirtió Úrsula.
—Ustedes hagan lo que quieran, pero yo ya sabía que me iban a mandar acá así que tomé precauciones: le robé las llaves a una de las maestras, me voy a escapar. Si no quieren venir ustedes también, se la pierden.
Tali observó el hueco, la única salida del pozo de los tormentos, y comprendió que Jaudín era su única opción: él tenía las llaves para abrir las rejas de ese hueco; así ella iba a poder escapar, volver a su mundo, y destruir la bola de cristal para volver a su vida normal en el hogar. —Esperá, nosotras vamos con vos —le dijo.
—Vos vas a ir sola —la corrigió Úrsula—. Yo no quiero que me hagan algo peor. ¿No se dan cuenta de que los van a descubrir?
—¡Cobarde! Entonces voy con vos, humana. ¿Cómo era tu nombre?
—Podés decirme Tali.
—Bueno, Tali, escuchá: lo que vos vas a hacer es taparme, cubrirme, para que las brujas no me vean mientras saco la llave y abro las rejas. Después te aviso y salimos los dos corriendo y listo, somos libres. ¿Está bien?
—Bueno, dale. ¡Pero que sea rápido! Tengo que volver ya mismo al hogar, antes de que esa doble que me pusieron me haga quedar mal.
Tali siguió las indicaciones de Jaudín y lo cubrió con su cuerpo fingiendo estar muy atenta a la pared mientras él sacaba de su extraño traje una llave con una forma muy rara y la insertaba en la cerradura, intentando hacerla girar.
No pasaron ni tres segundos que se escuchó una voz femenina potentísima desde arriba. —¡¿Qué creen que están haciendo?! —les gritó.
—Se los dije —les reprochó Úrsula por lo bajo.
—Eh… ¡Nada! Estoy viendo los detalles de las paredes. ¿Por qué? —contestó Tali en un pésimo intento de disimulo. Sin mediar otra palabra, un rayo violeta impactó contra ella y la empujó violentamente hacia el otro extremo del pozo, dejando totalmente en evidencia a Jaudín intentando abrir la reja.
—Eh… ¡Esto no es lo que parece, señora bruja mayor! —se defendió él—. ¡La humana me obligó! ¡Me amenazó con matarme si no lo hacía! ¡Ella me dio la llave!
—¡Mentiroso! —le gritó Tali, furiosa.
—¿Así que pensaba escaparse de nosotras, las brujas, mediante la manipulación de un gnomo infante? ¿Ese es el respeto que nos tiene a los seres del mundo mágico? ¿En su mundo aburrido no aprendieron modales y códigos éticos?
Tali no había entendido varias de las palabras que la bruja mayor había utilizado, así que no supo muy bien cómo defenderse además de insistir con que Jaudín estaba mintiendo.
—Confiar en un gnomo fue lo peor que podrías haber hecho en tu vida, y encima en el idiota de Jaudín —le susurró Úrsula.
Mientras estas discutían y Jaudín ponía su mejor y más ensayada cara de “yo no fui”, la bruja mayor tuvo que lanzar otro grito para llamar al silencio.
—¡CÁLLENSE! Por haber intentado huir y sacar provecho de un gnomo, usted, Tali, queda condenada a una eternidad en el pozo de los lamentos, junto con Úrsula —sentenció la bruja mayor.
—¡¿Y yo qué tengo que ver?! ¡No hice nada! ¡Hasta les pedí que no se escapen! —se quejó Úrsula.
—¡No hizo nada para detenerlos! ¡Si presencia un intento de fuga, debe reportarlo de inmediato!
—¡Jaudín tampoco hizo nada!
—¡A mí no me metas, estaba amenazado! —argumentó el gnomo.
Úrsula insistió, pero aparentemente la bruja mayor ya se había ido, pues no volvió a recibir ninguna respuesta a sus quejas. Tali no podía creerlo: ahora no solo iba a tener que quedarse diez años en ese lugar de tortura, sino toda su vida.
De ninguna manera iba a permitir que eso suceda. Los pensamientos sobre lo que podría estar llegando a hacer su réplica la atormentaban. No iba a quedarse ahí mientras las brujas arruinaban su reputación, no iba a dejar que su curiosidad por lo sobrenatural le haya arruinado la vida, y mucho menos iba a dejar que unas brujas amargas la dejen morir en ese pozo horrible. Tali había tomado una decisión, y sea como sea, iba a escapar de ese lugar y volver a su mundo para nunca más tener nada que ver con la magia.


En el mundo de los humanos, más precisamente en el hogar de niños huérfanos “Rincón de Luz”, Malena tenía planes muy similares a los de Tali: había guardado todas sus pertenencias —que no eran mucho, solo algunas chucherías y un par de prendas de ropa que Álvaro y Soledad le habían regalado— en su mochila. No podía quedarse un minuto más ahí después de la amenaza de Sebastián: si él iba a contar su secreto, ella tenía que estar lo más lejos posible del hogar para que su tía nunca pueda encontrarla.
Después de haber verificado que no se olvidaba de nada y haberse despedido de todos, entre lágrimas y nervios intentó abrir la puerta, pero para su sorpresa estaba cerrada. ¿Acaso María Julia sabía lo que ella estaba intentando hacer? Le pareció muy extraño, ya que de día solía dejarse siempre todo abierto.
Afortunadamente ni siquiera tuvo que idear un plan, porque en ese momento alguien tocó el timbre y le parecía la excusa perfecta para pedirle las llaves a María Julia: atender la puerta. Ésta se negó, pero fue a abrir personalmente. Malena no se decepcionó, ya que se le ocurriría alguna excusa para quedarse hablando con quien sea que los haya visitado, y escapar apenas María Julia se distraiga.
Creyó que estaba por perder el conocimiento al ver que quien estaba detrás de la puerta, esperando ser atendido, no era una persona cualquiera, sino Sebastián, con una mirada muy maligna en su rostro.
—¿Qué se le ofrece? —le preguntó María Julia.
—¿Usted es la directora del hogar? —dijo Sebastián.
—Así es, y estoy muy ocupada. ¿Qué necesita?
—No se preocupe, va a ser solamente un segundo, tengo algo muy importante que decirle.
—¡Andate, nene! ¿No la escuchaste? Está ocupada. ¡Acá tenemos muchas cosas para hacer! —se metió inútilmente Malena.
—¡Usted fuera de acá! —la retó María Julia. Malena se quedó, parada a su lado, agitada y casi sin poder respirar.
—¿Se acuerda de la vez que me vio en el centro con la sobrina de su amiga? —comenzó Sebastián.
—¡Vaya al grano!
—Vine a decirle cómo encontrar a esa chica.
—¡Dígame, mocoso! ¡No me haga esperar!
—¡Sebastián, no! —le pidió desesperadamente Malena, ya con los ojos llenos de lágrimas.
—No tiene que buscar más, esa chica está parada a su lado.
—¿Coco? ¿Usted está diciendo que…? —preguntó María Julia, ya sin su tono autoritario.

—Sí, señora. Coco no existe; Coco siempre fue Malena disfrazada.

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¿Qué es "Buscá la luz"?


"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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